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Opinión

Cristina de Borbón y Botín

La presunta doctrina jurídica del banquero regio solo define si la Infanta es lo suficientemente intocable para escapar al banquillo

Hija de Rey y exhermana de Rey.

Se llama macrojuicio cuando las peleas entre acusados apasionan con más intensidad que el debate jurídico subyacente. El remate del caso Infanta demuestra que los reyes españoles siempre han vivido pendientes de un banquero, desde que los Fugger financiaron el ascenso de Carlos I al trono germánico. A partir de mañana se decide si Cristina de Borbón y Botín se sitúa bajo la advocación del legendario presidente del Santander.

La doctrina Botín no nombra a su primer destinatario, sino que define los exigentes criterios de selección para sus destinatarios VIPs. No existe una doctrina Pérez. La controvertida interpretación del Supremo concluía simplemente, y con votos de magistrados en contra, que Emilio Botín no podía ser juzgado. En ningún caso. De no haber tenido a mano la ausencia de una acusación del fiscal, se hubiera hallado otro criterio de exención.

Tampoco ahora se discute la validez de la doctrina Botín para el banquero que la inauguró, ni mucho menos si el comportamiento de la Infanta encaja en la citada distorsión legal, que niega a los ciudadanos la condición de perjudicados por un delito fiscal. Se plantea únicamente si Cristina de Borbón y Botín ostenta la categoría suficiente para ser exculpada por sí misma y en sí misma.

La doctrina Botín es una vía de escape solo para privilegiados, de ahí que Juan María Atutxa no pasara por el ojo de la aguja. No olvidamos que solo el sombrío sindicato Manos Limpias acusa a la Infanta. Es una vergüenza, sobre todo para las restantes acusaciones públicas y privadas que se han plegado a los designios de palacio. El caso Infanta sirve de recordatorio de que siempre habrá privilegiados, la humilde lucha del juez instructor ha consistido en reducir su número al mínimo posible.

En el Botín de Cristina existe un delito fiscal indiscutible para las acusaciones, que solo difieren en la participación de la Infanta. En cambio, el banquero era protagonista absoluto del presunto fraude. En cuanto a la implicación de Cristina de Borbón, basta examinar quién era la personalidad de firma preferente de la pareja, por qué vínculo matrimonial llovían los contratos sobre Urdangarin, y por qué su esposa ostentaba la titularidad de la mitad de Aizoon, gracias al excelente asesoramiento de La Zarzuela.

En síntesis, para tragarse que la Infanta es una ignorante licenciada según repican sus abogados, es necesario que pase por ignorante el resto de la ciudadanía. No cabe un ejemplo más entrañable de comunión de una princesa con su pueblo. Sostiene Machado, por boca de Juan de Mairena, que "hay que tener los ojos muy abiertos para ver las cosas como son; aunque más abiertos para verlas otras de lo que son". Claro que el ejercicio bordea en esta ocasión la oniroscopia.

Admitiendo que la Infanta es más inocente que nadie, ¿por qué necesita dos abogados en la sala de juicios, los mismos que el policondenado Jaume Matas? No es demasiado tarde para implorar a los letrados que nos ahorren la oda a la entrega matrimonial que entona el catedrático germanoparlante, empeñado en demostrar la superioridad moral de una pareja de defraudadores fiscales aristocráticos sobre dos personas que simplemente se han divorciado. Y alguien debería susurrarle al penalista que en Mallorca no va a impresionar a nadie con el idioma alemán, porque el rey inmortal de la isla se llama Bierkönig.

José Castro se desmarcó del escándalo de absolver a Cristina de Borbón en atención a su rango, una exención que hubiera contaminado al grueso de la investigación. La oleada de pactos en ciernes homenajea al instructor. Su coraje al tramitar al banquillo a la hija de Rey y exhermana de Rey, porque a Felipe VI solo le ha faltado despojarla de la condición fraternal, no es automáticamente transferible a juezas sin experiencia en casos de altura o que incluso intentaron liberarse del compromiso. Así funciona la administración de Justicia, donde Steve Jobs siempre iría por detrás de cualquiera que hubiera entrado en la empresa un día antes.

Casi se ha redondeado el tribunal por el que suspiraba Antonio Terrasa desde la presidencia del TSJ. Casi. Entre los inconvenientes, los ciudadanos conocen lo ocurrido en el caso Infanta tan al dedillo como las tres magistradas, lo cual obliga a una argumentación especialmente escrupulosa. Siempre se puede pedir consejo a los jueces que absolvieron a José Ramón Bauzá de la incompatibilidad farmacéutica sin despeinarse, y jactándose de que cambiaban de doctrina con omisión de explicaciones adicionales.

Para no defraudar a las televisiones, la eventual retirada de la Infanta del banquillo del caso Infanta puede compensarse colocando en el asiento una efigie de cartón con su silueta. De todos modos, Cristina de Borbón ha sido relegada a la discreta tercera y última fila, en una ubicación justificable por su papel subsidiario en el panel final. Se entiende peor que Urdangarin, colíder de la trama, no encabece el reparto y también engrose el rincón de comparsas.

Madrid ha aprovechado el macrojuicio para ocupar militarmente Mallorca, como si el cambio climático hubiera adelantado el mes de agosto a empellones. Por extraño que parezca, el formidable despliegue policial no está encaminado a evitar que los exduques de Palma reincidan en su comportamiento. Al margen del calvario que sufren los vecinos, el efecto es claramente intimidatorio, y no precisamente para los presuntos delincuentes que van a darse cita en las dependencias de la Escuela Balear de Administración Pública. La EBAP debería programar un ciclo de conferencias a cargo de los encausados, gestores todos ellos de caudales públicos con singular rendimiento.

La alarma sobre el empaquetamiento del macrojuicio se traslada a los desvelos de la Casa Real en torno al traslado de Cristina de Borbón y su marido. La noticia de que la pareja que se creyó ajena a las obligaciones fiscales recibe un trato preferente en materia de seguridad, solo puede ser recibida con estupor por los contribuyente asfixiados. No hay por qué rendir más tributos a la Infanta y señor. Han demostrado una notable pericia al velar por sus intereses, el despilfarro policial debería encauzarse a la vigilancia de las zonas turísticas donde se juega el futuro del país.

Cristina de Borbón ha exportado la Corona a los programas televisivos de la España que no vota. Enhorabuena a los madrileños, que descubren ahora que la Casa Real estaba al tanto del tinglado. La Zarzuela desaprovechó la oportunidad de regenerarse con el escándalo familiar. Al aflorar la corrupción en su seno, se comportó como un partido político más.

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