Mientras la mayoría debate sobre el mejor camino hacia el futuro, hay quien lleva decenios recorriéndolo. Son perfecto ejemplo los dos empresarios homenajeados ayer por los economistas, el recientemente fallecido Antonio Fluxá (Lottusse) y su hermano Lorenzo (Camper). Hoy que en Mallorca se habla tanto de apostar por la calidad, de especializarse al detalle para crecer y de abrir nuevos mercados internacionales para garantizar la fortaleza de la economía local, el ejemplo de los Fluxá bastaría para impartir un máster. Ellos, antes que nadie, miraron a Asia y Estados Unidos para vender marca Mallorca. Ellos, antes de que el turismo balear se llenase la boca de hoteles cinco estrellas, hicieron de sus productos un referente de calidad. Ellos, antes que nadie, decidieron que la mejor forma de innovar era convertir la tradición en modernidad. Y lo hicieron en la industria, el motor olvidado en esta isla en la que lo fácil es hacer millones vendiendo sol y playa. Mientras Mallorca se llenaba los bolsillos de turismo y estacionalidad, ellos se batían (literalmente) el cuero para vender zapatos en todo el planeta. "En la Universidad muchas veces hemos abusado de ellos como ejemplo de emprendedores, de empresarios capaces de innovar e innovar", enfatizaba el rector de la Universitat, Llorenç Huguet.

También ensalzaba su valor como paradigma y referente de futuro, forjado en un siglo de historia transgeneracional, el presidente del Colegio de Economistas, Onofre Martorell, al entregar las medallas de oro a la trayectoria empresarial a Lorenzo Fluxá y a los hijos y herederos del muy admirado Antonio Fluxá, que recibió uno de los aplausos más cerrados de la jornada. "Esta medalla es un reconocimiento al valor, el esfuerzo y la pasión de dos hombres continuadores del trabajo de una larga saga de empresarios que dedicaron su vida al calzado, sin perder las raíces de su tierra, Mallorca". Aplaudía y sonreía el tercer hermano, el hotelero de Iberostar, Miquel Fluxá.

Martorell recordaba que tanto Lorenzo Fluxá como su hermano Antonio (o don Antonio, como lo recuerdan con cariño en Inca y en su fábrica) "son sinónimo de amor por las cosas bien hechas, sin perder de vista la tradición, en una combinación perfecta con innovación, modernidad e inagotables ganas de avanzar". Su ejemplo, el espejo de sus zapatos y trayectorias, decía Martorell, es la receta para un futuro de crecimiento y creación de empleo, más allá del sol y el turismo.

También se acordaban los economistas de sí mismos y se entregaban diplomas a los que llevan más de 25, 35 y 50 años al pie de gráfica y proyección, que para algo era su fiesta, casi una terapia de grupo para un colectivo que lleva desde el estallido de 2008 en el centro del debate. Ora por sus aciertos, ora por sus vaticinios fallidos, ora por sus disputas sobre la solución a las tribulaciones mundiales. Para entenderlo bastaba observar un palco de autoridades en el que sobresalían dos economistas metidas a políticas, una por el lado de los recortes y el ajuste fiscal, la delegada del Gobierno Teresa Palmer (PP); la otra por el lado del estímulo público y la recuperación de servicios, la consellera de Hacienda, Cati Cladera (PSIB). Aunque no faltaba casi nadie. Estaba la presidenta de la patronal, la casi omnipresente Carmen Planas, pero también el presidente de la Cámara de Comercio, Josep Lluis Roses, el hotelero Gabriel Barceló, el director de la Agencia Tributaria y representantes de las entidades financieras con peso en la isla, que acudían a escuchar a su gobernador. Todos, gobernador incluido, honraron a los hermanos Fluxá y a alguien menos conocido fuera de su gremio, pero admirado y querido como pocos dentro de él: Luis Moyá, economista con medio siglo de carrera, que recibía el cariño del colegio y desplegaba humor y conocimiento en un discurso que demuestra que los economistas, esos analistas y augures del camino, muchas veces saben cómo transitar ejemplarmente por él.