Con el Opus hemos topado, año 2015. La educación segregada también es compatible momentáneamente para el Tribunal Superior, como la farmacia de aquel president al que tuvieron que declarar incompatible los ciudadanos, porque los jueces no se atrevían a llevarle la contraria.
Siempre hay que felicitarse del celo judicial cautelar, que impide situaciones irreversibles por sentencias tardías. Lástima que no puedan beneficiarse de esta prevención los centenares de edificios ilegales de Mallorca, que nunca se derribarán porque el Tribunal Superior no paralizaba cautelarmente una obra ni a tiros, y después era demasiado tarde.
Es más fácil que un rico pase por el ojo de un camello a que una sala de lo contencioso falle contra la Administración, pero el Opus tiene entidad divina. La educación segregada, un adjetivo que no necesita posteriores aclaraciones, es una pasión compartida por los islamistas y los ultracatólicos. Su encaje constitucional es más que dudoso, pero pagarla con el dinero de quienes no pueden pagársela y encima presentar a los beneficiarios como mártires, supone un exceso.
No cabe ninguna duda de que los colegios del Opus se esmerarán en impartir la reciente doctrina del papa Francisco sobre el perdón a las abortistas, el respeto a la homosexualidad, la oposición a los desahucios y el trabajo esclavista. Sin embargo, subsiste una duda. ¿Los padres pueden dar la salud que quieran a sus hijos, o conviene que los vacunen?
El auto del Tribunal Superior ha sido redactado por Gabriel Fiol, el único magistrado que escribe en el idioma propio, respetado escrupulosamente en los colegios que Matas regaló al Opus. El tibio matiz judicial advierte que concede "sin perjuicio de que el tribunal considere que la vía iniciada por la Administración es la correcta". Esto lo arreglaba Bauzá con dos Decretos Ley. Por lo menos amainará la campaña de propaganda opusdeísta, con eslóganes peregrinos como los colegios segregados de Artur Mas. ¿También tiene razón cuando pide la independencia?
