Los electores mallorquines se sublevaron votando a un pelotón de superhéroes que salvarán al mundo, aunque a cambio deban desatender a la siempre escueta Mallorca. Un momento, conviene rebobinar. Hay un punto en que la vocación ecuménica significa una coartada para escabullirse de la siempre mediocre realidad circundante. La batería de iniciativas del Pacto ha superado este límite en sus iniciativas recientes.
El área de influencia del Govern es mínima. Las 18 solicitudes de asilo a lo largo del año pasado son una lacerante cuestión de vida o muerte para los peticionarios. Sin embargo, la coalición PSOE/Podemos/Més late al ritmo de un millón de personas. Las urgencias hospitalarias y las listas de espera también amontonan a ciudadanos que se juegan la existencia, y los nombramientos del Pacto de Familia no siempre garantizan que sus necesidades sean atendidas con la inmediatez exigible a la izquierda.
La irrenunciable justicia universal solo puede sustentarse sobre una justicia particular que funcione. La sensibilidad humanitaria se le presupone a los progresistas, frente a un PP que golpeó a los ciudadanos desde la salud hasta la identidad. Sin embargo, la izquierda debe concentrarse lo antes posible en las clases medias, que salieron de su letargo binario para ensayar opciones multicolores antes tachadas de revolucionarias.
Con un cuarto de la población de Mallorca en situación agobiante, y una mitad balanceándose junto al abismo, la capacidad de asilo quedará mermada de no potenciar iniciativas que se transmitan a la vida cotidiana. El altermundialismo del Pacto obliga a plantearse si habita realmente en este mundo. Está obligado a ejercer la política en el siglo XXI, aunque la mayoría de mallorquines también desearía aliviar la congestión trasladándose a centurias pretéritas. Antes del cambio climático, si puede ser.
