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La fiesta en paz

El ejército del conseller Negueruela

Negueruela tiene un ejército... de inspectores.

El conseller Negueruela ha armado un ejército de inspectores de trabajo. El objetivo es acabar con quienes explotan laboralmente a sus empleados. O al menos acongojarlos, si es que se puede amedrentar a un desalmado. ¿Cómo se conculcan hoy en Balears los derechos de los trabajadores? Con salarios de miseria. Con contratos a tiempo parcial, cuando en realidad se cumplen jornadas de doce horas al día. Con contratos temporales, que en buena ley deberían ser indefinidos. Y, si alcanzamos el colmo del abuso, esclavizando a los trabajadores

sin-sin: sin papeles y sin derechos.

Iago Negueruela algo debe saber del asunto porque es inspector de trabajo. Seguro que podría contar una retahíla de casos más propios de los primeros años de la revolución industrial que de los presentes, en los que la Constitución reconoce que "todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia". Tenemos leyes de protección de los trabajadores en franco retroceso, eso es cierto. Pero ni siquiera con estas normas nacidas de la crisis para favorecer, decían, la contratación se han visto colmados los deseos de los desalmados. En caso contrario no sería necesaria una campaña extraordinaria de inspecciones.

¿Qué falla para que un Govern de izquierdas presente una campaña de inspecciones como una de sus medidas estrella en los primeros meses de ejercicio del poder? Es cierto que el Gobierno de Rajoy ha dado veinte a los empresarios y algunos, los peores, se han tomado cien. Es cierto que las leyes y la crisis han debilitado la posición de los trabajadores. Sin embargo, los casos de explotación laboral serían una anécdota si las islas contaran con unos sindicatos fuertes y dedicados a la labor para la que fueron creados. Nadie se atrevería a firmar un contrato por unas pocas horas y obligar al empleado a cubrir jornadas interminables con unas centrales que permanecieran vigilantes. La realidad es que los propios errores sindicales, unidos al acosos de los gobiernos sucesivos, han reducido su influencia y su capacidad de reacción. Por citar solo a los clásicos, CC OO anda perdida y UGT, hundida.

El sindicato de inspiración socialista -no hace tanto tiempo que era obligatorio militar en la UGT para hacerlo en el PSOE- ha dilapidado su centenaria historia con errores de bulto. Las investigaciones sobre los cursos de formación pueden pasarle factura -aunque en eso no se diferencia de otras centrales ni de las patronales-. Más incomprensible resulta que habiendo salido escaldada del caso PSV, la UGT de Balears volviera a meterse en el negocio inmobiliario con la promoción fallida de la calle Foners de Palma. Los dos últimos secretarios generales del sindicato en el archipiélago se han largado a casa en cuanto han podido ante la magnitud de lo que se les venía encima.

Lo que les amedrentaba era una organización maniatada por las deudas, que aplicaba a rajatabla y sin compasión la reforma laboral -con despidos de 20 días por año trabajado- al mismo tiempo que la criticaba de palabra y que vivía pendiente de que Madrid aportara dinero para pagar, con dos o tres meses de retraso, los salarios de sus propios trabajadores.

El sindicalismo es anecdótico en la empresa privada y solo libra pulsos en la pública, donde el temor al despido está menos extendido y donde los gestores están acostumbrados a disparar con pólvora del rey. El mantra de la competitividad que sacan a relucir gobiernos de derechas y de izquierdas solo ha encontrado en España un plan de acción: trabajar más por menos. Poco de innovación, casi nada de modernización.

El conseller Iago Negueruela se ve obligado a organizar una campaña contra los abusos en la contratación porque los sindicatos primero se encerraron en su castillo y después vieron como sus murallas eran derribadas desde dentro y desde fuera. La triste realidad es que los sindicatos en Balears y en el resto de España son débiles cuando más necesaria sería su fortaleza. El sindicalismo se muere. Un poco asesinado y otro poco suicidado.

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