La política balear genera fenómenos inexplicables para la ciencia. Iker Jiménez podría dedicarles varias sesiones de Cuarto milenio con la intervención de parapsicólogos o, en su defecto, de tertulianos maleados capaces de pontificar sobre lo divino y lo humano con la misma ignorancia con la que explicarían la física cuántica.

La primera de las maravillas se llama José María Rodríguez. Ningún sociólogo ni politólogo, por muy versado que esté en las artes de la partitocracia, puede explicar cómo 30 años después de su irrupción en el PP sigue siendo el personaje clave en cualquier maniobra pergeñada en Palma. Hasta Bauzá ha tenido que plegarse a sus designios para lapidar en la plaza pública a Mateo Isern. Rodríguez dejó en la ruina a la Institución Ferial de Balears con una gestión nefasta. Sus logros incluían desde macroconvocatorias macrorruinosas hasta el pago de planchas de viaje a diputados del PP. Rodríguez fue el ideólogo y jefe ejecutivo de la Cutrepalma durante el reinado de Sisí, porque nunca decía no a nadie, Fageda.

Por no hablar de su presunta implicación en el caso Over, que le obligó a dejar la Delegación del Gobierno. O el incipiente caso Emaya de succión de basuras por 30 años que quedaron en diez. O las maniobras que se le atribuyen para lograr que el PP tuviera las campañas electorales más espléndidas de las islas ¿Cómo es posible que Rodríguez siga en activo y poderoso? Es un fenómeno inexplicable para magistrados, doctores y catedráticos. Dejémoslo en manos de paracientíficos.

Otro misterio de la política insular es la extraordinaria capacidad de los partidos de la izquierda para dividirse hasta el infinito. Cada célula de una formación alineada en el bando del rojerío se subdivide una y otra vez, y cada una de las nuevas se mueve libremente incapaz de unirse con las demás. De hecho son como los imanes del mismo signo: se repelen entre sí. Esta misma semana ha ocurrido con un ente llamado Més, aunque es probable que en las próximas semanas pase a denominarse Més o Menys (MoM).

La unión del PSM con ERC ha sido incapaz de superar la prueba de las urnas. En cuanto se ha votado, el protón Barceló se ha liado a mamporros con el electrón Lladó y no hay forma humana ni divina de que generen un átomo. El fenómeno del dirigente tóxico es más frecuente en los partidos que en la empresa. Es aquel que siempre está disconforme con alguno de los aspectos de la línea marcada por el líder. Es el que jamás es culpable de la derrota y no la acepta salvo que sea útil a sus propósitos. Es el egoísta destructivo... Todos estos personajes pululan por la política, pero en los minipartidos, como son buena parte de los que se alinean en la sinistra, su disidencia se nota mucho más que en las grandes formaciones de la derecha. En las últimas elecciones autonómicas, la izquierda extraparlamentaria sumó el 6% de los sufragios, pero no logró representación porque los votos se repartieron entre seis formaciones políticas. En este lado del arco ideológico abundan quienes prefieren ser cabeza de ratón antes que cola de león. Nadie ha logrado desentrañar qué ignotas fuerzas impiden la unidad. ¿Lo descubrirá Iker Jiménez?

Y aunque estoy seguro de que los lectores han notado muchos más asuntos extraños en la política de esta comunidad, aquí solo citaremos uno más ¿Cómo se explica que el partido llamado a ser alternativa mengüe en lugar de crecer? Los socialistas, que debían subir como la espuma gracias al desencanto provocado por los recortes, la corrupción y las promesas incumplidas del PP, logran lo imposible: desgastarse en la oposición. ¿Existe una explicación racional o hay que recurrir a la ouija?

El grupo de politólogos que ha creado Podemos basándose en sus brillantes currículos universitarios fracasaría rotundamente si tuviese que desentrañar las fuerzas que mueven la res publica balear. Aquí se necesita un exorcista que eche a los demonios incrustados en cada uno de los partidos que hasta ahora han protagonizado la política paranormal de las islas.