Dos veces ha creído José Ramón Bauzá haber acabado definitivamente con Mateo Isern y cualquier esperanza del alcalde de renovar su candidatura a Cort, y en las dos ocasiones el muerto ha seguido respirando. Ni las primarias que la dirección nacional del PP le hizo envainarse ni el veto personal que le transmitió el pasado jueves en la sede del partido han conseguido hasta ahora su objetivo, que Isern renuncie y pierda toda esperanza. Todo lo contrario, la figura del alcalde se agiganta al mismo tiempo que la de Bauzá se empequeñece. Isern recibe estos días ánimos y muestras de apoyo de compañeros del partido, así como de infinidad de ciudadanos. Y el president del Govern aparece ante la opinión pública como un individuo pequeño, aislado y acomplejado, como un político que necesita pactar con un personaje como José María Rodríguez para ir contra uno de los principales valores del partido y repartir porquería con la que denigrarle. Isern, como le sucedió antes con el catalán, se ha convertido en una obsesión enfermiza para Bauzá, ante la sorpresa de militantes y simpatizantes del partido conservador, que ya no saben qué pensar de las acciones del dirigente a escasos meses de unas elecciones en las que tanto se juegan.

En este panorama, las posibilidades de victoria del alcalde se reducirían a cero si se enfrentara a cualquier otro dirigente regional que no fuera Bauzá. Su derrota, por arbitraria e injustificada y por el calor ciudadano que está recibiendo estos días, sería más bella que cualquier victoria. Pero Bauzá da alas al derrotado, que por ahora ya le ha arrebato el factor tiempo. El alcalde renunciará, puede que sí, pero lo hará cuando quiera, a su manera, cuando el plazo se agote. Hasta que llegue el momento, el president del Govern tendrá que desesperar y contemplar la posibilidad de que Isern decida medirse al candidato alternativo de Bauzá en la junta territorial del Palma.