Estos días se cumplen diez años del estallido del escándalo Rasputín, el pago con fondos públicos del Govern de las entradas, copas y quizás algo más en el club de alterne de lujo moscovita del mismo nombre. El caso, desvelado por DIARIO de MALLORCA, costó el cargo, el 8 de julio del 2004, al entonces gerente del Ibatur, Juan Carlos Alía, pero en todo este tiempo no se ha conseguido aclarar quiénes participaron en aquella juerga pagada por todos los ciudadanos.

“Han ido de putas con el dinero público y todavía vienen a reñir a los diputados que hacen preguntas”, resumió el nacionalista Pere Sampol en el Parlament balear el caso Rasputín y la reacción del entonces Govern del Partido Popular (PP), presidido por Jaume Matas.

Sampol usó la expresión más plástica para lo ocurrido, a finales de febrero del 2004, en el Teatro Erótico Rasputín, un local de sexo situado en el centro de Moscú y que fue noticia mundial tras desvelar este diario que políticos mallorquines lo habían visitado y habían pasado las facturas al Govern.

La historia se publicó en la edición del 8 de julio del 2004: “El Govern presenta al Parlament gastos de un club de alterne ruso”, “Matas encabezó la expedición a Moscú que ha cargado a la Comunidad siete billetes del complejo sexual Rasputín”.

Los hechos se remontaban a febrero anterior cuando Matas; el entonces conseller de Turismo Joan Flaquer; y dos de sus hombres de confianza: Juan Carlos Alía y Joan Francesc Salas, jefe de gabinete, hicieron un viaje de promoción turística a Rusia, que casualmente coincidía con el partido del Real Mallorca-Spartak de Moscú. Otra expedición mallorquina, encabezada por el entonces alcalde del PP de Calvià, Carlos Delgado, también visitó Moscú esos días para promocionar un torneo de ajedrez.

La oposición socialista en el Parlament pidió meses después al Govern una relación de los gastos de aquel periplo y allí aparecieron los “calientes” recibos del megaclub de alterne, abierto las 24 horas.

Alía se erigió en responsable y cabeza de turco de la sinvergonzonería y presentó su dimisión el mismo día del estallido del caso. El ya exgerente del Ibatur reconoció que había “cometido un error”, pero se negó a desvelar qué otras seis personas le acompañaron en aquella noche loca.

Alía también explicó que, además de las entradas al local, pasó como gastos al erario público las copas en el Rasputín: casi 300 euros en champán, vino español y diversos combinados.

“Después de una cena oficial, con un grupo de amigos decidimos ir a tomar una copa”, se justificó el dimisionario. Alía precisó que amigos rusos les recomendaron el Rasputín, pero ni aun torturándole quiso decir quiénes le acompañaron.

El ex alto cargo de Turismo, que años después permanece imputado en el caso Nóos y en el caso Ibatur (aquí por supuestas malversaciones y cobros de sobornos), exculpó a sus jefes. “Quiero dejar claro que ni el president del Govern ni el conseller de Turismo ni el escolta del president formaron parte del grupo de las copas. Ellos, al terminar la cena oficial, regresaron al hotel”, aseveró Alía consolidando la versión oficial del Govern sobre el caso.

Juan Carlos Alía aseguró que presentó al Govern aquellos gastos por su ignorancia del ruso y en la creencia de que eran tickes de taxis.

Matas y Flaquer se apresuraron a “dar por cerrado el caso”, a disculpar al chico malo de Alía y a enmarcar lo ocurrido en una confusión y en el ámbito privado.

Flaquer, que también ha sido imputado en esta década en sumarios de corrupción, aunque siempre ha sido exculpado, fue el más atacado por la oposición.

El conseller de Turismo fue rotundo al negar haber visitado aquella factoría del sexo de pago: “no he hecho turismo sexual”.

Flaquer pidió disculpas por lo ocurrido y dio por zanjado el caso con la dimisión de Alía, que se apresuró a devolver al Govern los casi 400 euros de las facturas del club.

Curiosamente, buena parte de la plantilla del Ibatur, un ente ahora sospechoso de desviar decenas de miles de euros a empresarios afines al PP, sacó pecho por su exgerente: “es incomprensible que por 360 euros tengamos que prescindir de ti, sigue con nosotros”. Eran otros tiempos.

El 13 de julio los lectores se despertaban con otro impactante titular a cinco columnas: “Flaquer no volvió al hotel tras la cena en la jornada del Rasputín”. Por el contrario, Matas tenía coartada: había sido visto por varios mallorquines en el hotel a la hora de la juerga.

El conseller de Turismo insistió en su inocencia y dio el tema por cerrado. Mientras la noticia corría como la pólvora por todo el mundo, el Govern se encastillaba en dos palabras: “tema privado”.

El Lobby de Dones, una entidad ya inactiva y que luchó durante años por la dignidad de las mujeres, denunció el caso a la fiscalía, por si fuera constitutivo de malversación. El fiscal jefe Bartolomé Barceló abrió unas diligencias informativas internas y en apenas unas semanas, con el agosto vacacional por medio, dio por cerrado el caso: no había delito porque todo se había debido a un error y se habían devuelto al Govern los euros indebidamente cobrados.

Quizás hoy en día la denuncia habría tenido otra suerte y Alía y sus acompañantes nocturnos hubieran acabado juzgados.

En septiembre el affaire llegó al Parlament, donde el PP rechazó dedicarle una sesión extraordinaria. Flaquer no dio los nombres, ni explicó qué hizo esa noche.