¿Cuál es la frontera entre un legítimo apasionamiento en la defensa de una postura jurídica y un partidismo ciego?

Pedro Horrach está en su derecho de mantener, a capa y espada, la inocencia de la infanta Cristina y de recordar que él siempre ha defendido esa tesis. Más no tiene licencia para lapidar a los que discrepen de su postura.

El fiscal del caso Nóos ha dado sobradas pruebas de su entrega en el trabajo, su rigor y su coherencia, pero la imputación de la Infanta le ha trastocado: se ha salido de su eje.

Como a los aficionados radicales de un equipo de fútbol, a Horrach le pierden los colores y su cristinismo se convierte en un anticastrismo o en un anticualquiera que tenga la menor sombra de duda sobre la duquesa de Palma.

No es eso, no es eso, repiten los compañeros del apaleado magistrado, al que abruma una polémica no buscada ni deseada, por él.

Horrach duda de la imparcialidad y capacidad profesional de José Castro para investigar a la hija del rey Juan Carlos, cuando el instructor se ha limitado a seguir un camino marcado por la Audiencia de Palma y a aplicar la lógica ante unas claras sospechas de complicidad.

Para la fiscalía atribuir a doña Cristina de Borbón tres delitos es un sacrilegio, pero ella sí que está dispuesta a reclamarle la devolución de varios cientos de miles de euros públicos que la Infanta se gastó alegremente en asuntos domésticos.

Si el ministerio fiscal cree que la duquesa de Palma algo hizo mal en Aizoon, ¿por qué el juez no va a pensar que cometió tres delitos?

No corresponde a anticorrupción deshacer ese entuerto, pero sí que le es obligado mantener el debido respeto a las partes procesales.

¿Debería Pedro Horrach apartarse de un caso que le ha superado hasta hacerle perder el norte y que tantos disgustos le está causando en el plano personal?