­Sandra tiene 28 años, es valenciana y lleva desde el año 2008 en Mallorca. En ese tiempo ha trabajado de casi todo. Ahora es camarera, pera antes fue dependienta, cajera de gasolinera, limpiadora, jefa de barra, relaciones públicas, ayudante de cocina e incluso auxiliar administrativa en una clínica dental. “Hay que ganar dinero para vivir”, explica, con el mismo desparpajo con el que da su nombre y su apellido, que este cronista omite para evitarle los problemas que ella no teme. “Pon mi apellido, si me despiden buscaré otro trabajo”, insiste, después de explicar que “en esta isla cada vez te explotan más”. Su experiencia habla sola: ahora mismo trabaja de lunes a viernes en un hotel de tres estrellas de Platja de Palma, donde atiende la terraza como camarera. “Estoy contratada por cinco horas al día, pero entro a las doce y me voy a las diez de la noche. Haz cuentas, unas 50 horas a la semana”, detalla.

Y hay más. “Como con eso no llego a 800 euros al mes, el sábado y el domingo estoy en un bar de Ciudad Jardín (Palma). Cinco horas de contrato, cuando trabajo diez cada fin de semana”. Así que Sandra sacrifica 60 horas de su vida a la semana para ganar alrededor de mil euros al mes con dos contratos que suman 25 horas. “Y no soy yo solo: la mayoría de mis amigos están igual o peor, que muchos no tienen ni siquiera contrato”.

Lo cuentan ellos mismos. Pedro, compañero de piso de Sandra, trabaja en una cafetería del centro de Palma con un contrato de 20 horas a la semana. “Es lo que hay, pero en realidad entro cada día a las 11 y salgo pasadas las 21, con un solo descanso a la semana, que a veces me cambian por horas extra”. Hagan número: 60 horas a la semana con un contrato de 20, en una jornada sin tregua.

Miedo a denunciar

“Por las mañanas tenemos a los funcionarios de aquí al lado [trabaja cerca de Hacienda] y por las tardes empiezan los turistas y la gente de Palma que sale a las terrazas”. Así que a Pedro le exprimen ante las narices de Hacienda. “Aquí cada uno va a lo suyo, y no puedes denunciarlo porque te quedas sin trabajo. Ya me he pasado un año y medio en paro, no estoy para otro”, se justifica.

En la incertidumbre encuentran abono la precariedad y la explotación. En los hoteles y fuera de ellos. Otro caso lo constata, que en realidad lo difícil es encontrar gente que trabaje solo las horas que le corresponden por contrato: Roberto, 29 años, italiano y repostero. Vive en Mallorca desde el año 2010, cuando una cadena hotelera se lo trajo desde el establecimiento en el que trabajaba en Florencia. “Llegué cobrando 2.000 euros al mes en temporada, con jornada de 40 horas semanales que siempre eran alguna más, y hoy estoy por 1.500, 400 en negro, y hago 60 horas a la semana”. ¿Se siente explotado? “No es que me sienta explotado, es que me explotan, pero está todo igual, así que o trago con lo que me ofrecen o me vuelvo a Italia. Y mi novia está en Mallorca”. Con lo que toca tragar y seguir sudando el sueldo, a la espera de que el Gobierno decida reforzar una inspección de Trabajo que justo en verano es cuando menos efectivos tiene. Cosas de las vacaciones y los derechos de los trabajadores.

Vidas en negro

Quien los tiene, que para eso hace falta un contrato y no es tan fácil.Otro ejemplo: Lorena, cubana, 32 años, catorce de ellos en Mallorca, en los que está música de carrera también ha ejercido de casi todo. Ahora trabaja en la cocina de un restaurante de Peguera por 650 euros al mes, mucho menos de lo que marca el convenio colectivo para su jornada completa.

Claro que ella no tiene convenio colectivo: “Ahora estoy sin contrato, como otras dos compañeras. Llevo así un mes y medio, y dicen que en julio me harán uno de media jornada”. A cambio trabaja casi 70 horas semanales. “Hay que vivir”, dice, aferrada a la frase más repetida por los explotados de ayer y hoy, que saben que sin comer no se llega a mañana.