Cáritas se ha convertido -con perdón- en la mosca cojonera de los augures de la nueva prosperidad. Políticos, economistas y banqueros neocons brindan con Moët & Chandon por cada décima que sube el producto interior bruto o por cada nuevo contrato que se firma en la Seguridad Social, aunque éste se encuentre sumergido en la basura. Sin embargo, la organización eclesiástica levanta la voz dos o tres veces al año y entonces a Luis de Guindos, Cristóbal Montoro o José Ramón Bauzá se les atragantan los canapés de caviar o de sobrassada de lo nostro.

En lugar de solazarse con los datos macroeconómicos, los hombre y mujeres que trabajan en Cáritas manejan números propios. Pudiendo frecuentar el bar del Congreso -donde debe haber mucha necesidad porque los menús son más baratos que en una tasca de barrio-, los de Cáritas tienen la mala costumbre de pasear por las zonas marginales de las ciudades. En vez de reunirse exclusivamente con políticos ungidos por el pueblo, y por tanto conocedores de los secretos del BCE y del FMI, tienen la absurda idea de hablar con la gente que sufre, con la que no llega a fin de mes, con la que ha sido vapuleada por la crisis financiera. El crash que comenzó con Lehman Brothers ha golpeado como puño de boxeador a la mayoría de capas de la sociedad española pero, paradójicamente, apenas ha arañado a los financieros.

Cáritas de Mallorca ha alzado la voz esta semana. No está claro que los ecos de lo que ha dicho la organización hayan llegado a oídos de Bauzá porque el president estaba en Madrid. Se encontraba en el Congreso cuando Felipe VI, además de pronunciar dos palabras en catalán, expreso su solidaridad con aquellos "a los que el rigor de la crisis económica ha golpeado duramente hasta verse heridos en su dignidad como personas". Cáritas tiene identificados a los ciudadanos a los que el Rey se refirió. Viven en los 115.000 hogares de Balears que padecen exclusión social. Una tasa del 27,3% sobre el total de los existentes en las islas y superior en casi seis puntos a la media española. Son, también, los 180.000 hogares que están en una situación precaria. O dicho de forma más palmaria, familias que tienen serios problemas para llegar a fin de mes porque la crisis económica las ha atizado en pleno pago de una hipoteca firmada en tiempos de jolgorio, ha diezmado el número de integrantes del núcleo familiar que trabajaban o ha reducido sustancialmente los salarios que percibían.

Lejos de constatar la mejoría que pregonan nuestros representantes políticos, Cáritas asegura que las situaciones de exclusión social se agravan. Sí, la economía crece. Sí, aumentan los beneficios empresariales. Sí, las temporadas turísticas son, según las autoridades de las islas, inmejorables. Sin embargo, si pese a tanto jolgorio económico, se dispara la desigualdad, la conclusión es lógica: los beneficios están mal repartidos.

En un tiempo en que los jesuitas han dejado de ser considerados el brazo armado del Vaticano, cuando los Legionarios de Cristo están desacreditados por las graves inmoralidades de su fundador Marcial Maciel y cuando el Opus Dei se encuentra más cómodo pisando la moqueta que el polvo, Cáritas se ha convertido en la conciencia social de la Iglesia católica. No debe resultar cómodo para algunos sectores a los que se considera próximos a la jerarquía eclesiástica escuchar la voz de Cáritas. El mensaje de la organización pone en solfa lo que pregonan los partidos de gobierno y, además, alerta sobre la pérdida de derechos por parte de los ciudadanos. Recuerda que en tiempos de supuesta recuperación de la economía aumenta en casi un 17% el número de personas que son atendidas en sus servicios y debería sonrojar a una sociedad opulenta conocer que el 43% de las demandas son de alimentos y productos de higiene.

Cáritas molesta dentro y fuera de la Iglesia. Pero su voz, y sobre todo su acción en apoyo de los excluidos sociales, debe ser escuchada más que nunca ahora que la autocomplacencia de los políticos amenaza con alejarles aún más de la realidad.