­Aclaración balsámica: no ha habido ninguna explosión petrolera en Mallorca, ni se temen erupciones volcánicas en la Tramuntana, ni se han producido brotes virales letales en el último siglo europeo, ni entra dentro de lo matemáticamente preocupante un tsunami en el Mediterráneo. Y mejor que así sea. Porque los efectos duran. Lo constatan quienes han sufrido catástrofes de todos esos tipos en las últimas décadas, que, más allá del evidente impacto ecológico y humano, provocan pérdidas de hasta el 41% en la facturación turística durante al menos tres años, como detalla un estudio realizado por investigadores de Oxford Economics. De hecho, mientras el Gobierno Rajoy alienta los sondeos petroleros frente a las costas mallorquinas, científicos, empresarios, periodistas, ecologistas y vecinos de la plataforma caribeña Deepwater Horizon aún denuncian hoy la aparición en sus playas de manchas de petróleo y bolas de chapapote. Y el pozo marino saltó por los aires hace ya cuatro años, en abril de 2010.

"Si yo tuviera nietos jugando entre las olas, no me gustaría que entrarán en contacto con lo que aparece", relata James Kirby, geólogo que en los últimos años ha estudiado la aparición de bolas de crudo mezcladas con el dispersante que se utilizó tras el vertido. "El dispersante acelera la absorción por la piel", lamenta, constatando que la explosión de ayer aún levanta ampollas hoy. En la piel y en los negocios. Incluso en la mesa, avisa la comunidad científica, que asegura que el vertido estará presente en la cadena alimentaria "durante generaciones". "Todavía se observa una gran escasez de vida marina" en un radio de 80 kilómetros desde el pozo, relata Bonny Schumaker, excientífica de la NASA, que coincide con los informes que hablan de las bolas de chapapote y de las "tormentas de suciedad" (nubes de partículas de petróleo) que aún hoy navegan por las costas de Mississippi y Louisiana. De testimonios similares habla el periodista Craig Pittman en el Tampa Bay Times, en el que recuerdan sus playas de arena blanca arrasada y catalogan el episodio del Deepwater como "la peor catástrofe ambiental en la historia de Estados Unidos".

Ni peces, ni turistas

Tampoco los dólares han esquivado el golpe. El negocio pesquero sigue sin peces, como les pasó por cierto a los pescadores de Girona tras los sondeos sísmicos realizados por Francia frente a la costa. Y el hotelero y turístico sufrió cuantiosas pérdidas. El trabajo más detallado lo firman tres investigadores de Oxford Economics (británica, como la petrolera dueña de la plataforma Deepwater, propiedad de British Petroleum): la búsqueda de reservas en hotel en las zonas de la costa de Florida más cercanas al vertido (que se produjo a 80 kilómetros de la costa) se desplomó un 65%. Y la caída en el negocio no hizo más que agravarse durante los meses que siguieron al desastre, en los que el hundimiento fue máximo allá donde el petróleo llegó a tocar la costa.

Lo certifica la Oficina de Turismo de Louisiana (Estados Unidos), que encargó dos encuestas con los efectos a medio plazo del vertido. Las conclusiones fueron demoledoras: el 80% de los entrevistados en todo Estados Unidos (principal cliente de la zona afectada) contestaron que el desastre les condicionaría durante dos años al menos, mientras el 40% elevaba su tiempo de cuarentena a más de cinco años. Los análisis posteriores llevaron a Oxford Economics (contratada por la industria turística para hacer el informe) a concluir que, en una zona con 400.000 empleos turísticos (más o menos los mismos que Balears), el vertido de la Deepwater Horizon costó 22.700 millones de dólares en tres años (unos 17.500 millones de euros a valores de entonces), más o menos lo que factura el sector turístico balear en un año y medio (12.000 millones al año).

Mucho dinero. Para calcular la factura, los investigadores analizaron el tiempo que se había tardado de media en volver a una situación turística similar a la previa a vertidos tan graves como los de los buques petroleros Exxon Valdez (Alaska) y Prestige (Galicia). La conclusión también da que pensar: en vertidos pequeños en zonas poco turísticas como Galicia, el tiempo de recuperación del negocio es de un año, pero en catástrofes como la del Exxon Valdez (, Alaska) o la de la torre Ixtoc (en 1979, otro vertido en el golfo de México) la vuelta a cifras parecidas a las previas al desastre supuso tres años. La media es similar a la que requiere recuperación tras un huracán (entre 10 y 27 meses) o después de una crisis pandémica como la gripe aviar (doce meses), un tsunami (12 meses) o un ataque terrorista como los de Nueva York, Madrid o Bali (entre 10 y 22 meses). Solo que un brote pandémico, un tsunami o un atentado suelen ser más difíciles de evitar que la instalación de una explotación petrolífera que ha de autorizar el Gobierno. Más cuando los efectos son tan duraderos. El vertido del Ixtoc en 1979 frente a la costa mexicana castigó la actividad turística durante cinco años, pese a que tres años después todas las playas estaban en perfecto estado. En el caso del Deepwater Horizon, han tenido que pasar cuatro años para que el aspecto se recupere, aunque siguen apareciendo bolas de chapapote en las playas de cuando en vez.

Los científicos no han analizado el efecto intangible del miedo, del que sí alertan políticos y empresarios con intereses en las islas. "Solo que se hable de la posibilidad de un vertido es nefasto para el turismo", reflexiona David Abril, diputado de la coalición econacionalista Més, que en las últimas semanas se ha reunido con altos directivos de touroperadores alemanes. Le dijeron lo mismo que han proclamado abiertamente la mayoría de ellos: la mera mención de la idea de que Mallorca viva frente a una plataforma de petróleo queda grabada a fuego en el imaginario colectivo de los turistas y clientes de la isla. "Solo imaginarse una plataforma de petróleo frente a unas islas tan bellas va a disuadir a muchos turistas de reservar sus viajes", resume Markus Daldrup, director de Turismo de uno de los mayores touroperadores de Alemania, Alltours. "Las prospecciones acarrean muchos riesgos. Lo del Golfo de México nos ayudó a ver las consecuencias de estas catástrofes. Si pasase algo así entraríamos en una crisis más fuerte que la que se vivió con la banca y el sector inmobiliario. Por eso estamos preocupados".

Una mancha que dura

Con similar intensidad se expresan el resto de agentes alemanes, que saben que sus clientes anteponen cada vez más el medio ambiente al bolsillo. Un dato de la mayor empresa touroperadora alemana, TUI, despeja cualquier duda sobre la importancia que tiene la ecología para los mejores clientes de Mallorca: el 68% de los alemanes estarían dispuestos a pagar más si el destino al que van aporta un valor añadido en su respeto medioambiental. Y eso hace que las playas y las aguas cristalinas de Mallorca sean incompatibles con las prospecciones que insiste en defender a capa y espada el Ministerio de Energía (y Turismo) del Gobierno Rajoy. O eso asegura el responsable de Sostenibilidad de TUI, que califica los sondeos de operación de "alto riesgo" para el turismo. Su argumentario se asienta sobre dos casos muy conocidos: la catástrofe del Deepwater ya citada y los efectos sobre el turismo del huracán Katrina en Nueva Orleans (Estados Unidos). "Tal tragedia [un vertido] no solo arruinaría la temporada de un año, sino que los visitantes asociarían siempre el petróleo con las islas, como el Katrina con Nueva Orleans". Y nadie quiere que Mallorca se convierta en la isla negra, por mucho que para eso aún tenga que confluir un coctel de desgracias que empieza con los sondeos en marcha.