­"Las prospecciones y las plataformas acabaron con los peces. En los sitios a los que siempre íbamos porque se pescaba mucho, de repente no se cogía nada. Y en los sitios en los que nunca se cogía nada, pues seguíamos sin coger nada". A José Manuel Tomás no le cuadran los argumentos oficiales de las petroleras y el Gobierno. Ni se cree que los sondeos en busca de hidrocarburos sean inofensivos, ni traga con la idea que ahora vende el Ministerio de Energía y (a veces) Turismo de que se vaya a bombardear el fondo del mar solo para buscar y luego no extraer.

La razón de su incredulidad tiene peso: tras 50 años dedicados al mar, Tomás, patrón mayor de la cofradía de pescadores de Benicarló (Castellón), ha visto cómo la actividad de la industria petrolera le robaba los peces. "Solo le dirán que no han notado efectos con el petróleo en las cofradías que durante años han recibido dinero de las petroleras", añade el patrón mayor de Benicarló, que no se muerde la lengua, algo habitual en el norte de la provincia de Castellón.

Sobre todo desde octubre, cuando los últimos partidarios de las explotaciones marinas junto a la costa se cayeron casi literalmente de la cama: despertaron con los 400 terremotos generados por la reserva de gas de la plataforma marina Castor Castor (Repsol). Dos semanas de sustos en forma de sillas bailando y casas temblando colmaron el vaso de la ira de los pescadores, los hoteleros, los vecinos y hasta los políticos hasta entonces divididos del litoral de Castellón y Tarragona. "La gente tenía en la cabeza el terremoto de Lorca, lo pasamos fatal. Y tuvimos suerte: fue en octubre (de 2013), pero si los terremotos llegan a ser en julio nos arruinan la temporada, porque aquí, como os pasa en Mallorca, vivimos de los turistas", recalca Joaquín Albiol, dueño de un restaurante en el corazón del turismo de sol y playa de Castellón: Peñíscola.

Por eso, tanto Albiol, el hostelero, como Tomás, el pescador, se sumaron a las manifestaciones que congregaron a miles de vecinos con una exigencia común: que cierren la plataforma Castor, utilizada, por cierto, para explotar gas, justo lo que el Gobierno español insiste en decir que busca en Balears, con la excusa de que es menos peligroso que el petróleo (cuya búsqueda también está autorizada). "Dicen muchas cosas en el Gobierno y en las petroleras. Aquí, después de lo del Castor (los terremotos), nos dijeron que iban a dejar de usar gas para perforar, pero lo siguen haciendo y seguimos sin peces", recalca el patrón mayor de Benicarló, que responde tajantemente a la pregunta de si hay razones reales para que Mallorca tema las prospecciones que ampara el Gobierno Rajoy, con el voto de diputados baleares del PP. "Claro que hay razones. Es motivo para estar muy preocupado. Por lo que ya están haciendo en el mar y por esas prospecciones que planean, que también nos afectan a nosotros. Esos bombazos de aire comprimido pueden hacernos polvo y acabar con las capturas y con el ecosistema de la zona de las islas Columbretes: generan un ruido con más decibelios que la bomba de Hiroshima", dice el veterano pescador castellonense.

El ruido de la bomba de Hiroshima

Y, realmente, está muy bien documentado: para los sondeos en el fondo del mar se emplean buques dotados de entre 20 y 40 cañones, que disparan aire comprimido cada 10 segundos, generando unas 14.000 explosiones al día, cada una de ellas con una intensidad sonora de 260 decibelios. Demasiados, según la comunidad científica: 260 decibelios son 60 más que los desatados por las bombas más destructivas de la historia, las de Hiroshima y Nagasaki (1945), un estruendo capaz de aniquilar a los peces más cercanos y espantar a los que están hasta a 15 millas del lugar del estallido.

¿Es para tanto? Y para más, explica en primera persona José Manuel Perelló, patrón mayor una de las primeras cofradías que padecieron en directo los efectos de sondeos sísmicos, la del Port de la Selva. Allí, a pocas millas de la frontera francesa, cerca del cabo de Creus, los pescadores de la Selva y Roses empezaron a notar en 2006 que desaparecían pesquerías. Primero les faltaban algunas, luego se esfumaron todas. Así que no pescaban ni raspa. "No sabíamos qué estaba pasando. Llegamos a pensar que alguna contaminación con químicos en el río Rodano (Francia) había llegado al mar, pero no.

El caso es que disminuían las capturas de forma alarmante. Oímos a un pescador francés contar que había barcos bombardeando el fondo, pero realmente nos pusimos en alerta cuando empezaron a hablar de vuestras prospecciones, las de Balears y Valencia. Y descubrimos lo que estaba pasando: los franceses habían autorizado sondeos sísmicos, para lo que usan cañones de aire comprimido. Llevan el sonido a quince millas, porque en el agua el sonido se propaga cinco veces mejor que en el aire. Y nos vimos de repente con solo un 5% de las capturas de merluza que había antes. Algunos barcos se fueron a Italia, mientras los que venían de todo el Mediterráneo a la sardina y la anchoa dejaban de hacerlo porque no había nada".

Los efectos duraron años, en los que la reducción de capturas fue del 60%. "Cayó en 2007 y en 2013 empezamos a recuperar las pesquerías. Yo que los pescadores de Balears estaría muy preocupado. Que se preparen, porque les van a hundir", añade Perelló.

Repsol indemniza

Relatos parecidos se oyen en los puertos cercanos al Delta del Ebro y la plataforma petrolera Casablanca (Repsol). Los pescadores de la zona explican que lo que más les ha perjudicado es la plataforma de gas del Castor, la causante de los terremotos de octubre, según certifica Jonathan Gómez, vocal del Colegio Nacional de Geógrafos especializado en riesgos naturales, que afirma que son "las inyecciones de gas [para buscar petróleo] las que produjeron los terremotos". Su efecto fue similar al de los sondeos: los peces se esfumaron. "Desde los movimientos sísmicos hemos sufrido descensos muy fuertes de capturas. Ha afectado a la plataforma y por ejemplo hemos perdido el pulpo, y otras especies que desovan en la zona también se han visto afectadas", relata Pascual Chacón, secretario de la cofradía de pescadores de Deltebre (Tarragona), que introduce un matiz casi sorprendente: afectan más los sondeos y los terremotos que la propia plataforma petrolera de Repsol.

¿Cómo es posible eso? Pues porque Chacón habla en términos de negocio, y relata que Repsol se comporta de forma "ejemplar" cada vez que sus plataformas la lían, algo que ocurre con frecuencia. "Cuando van a hacer sondeos, nos los comunican con anterioridad y se baliza la zona, y nos indemnizan, y lo mismo con los derrames y fugas. Llevamos 40 años con ellos y la relación es buena".

Los derrames son inevitables

Así que Repsol, cuando contamina, paga. Al menos a los pescadores, que los hosteleros no están tan contentos. Y extraña poco. Según la propia web de Repsol, "la existencia de derrames es inherente a la industria petrolera". Y ninguna fase escapa a la mancha negra: "El mayor número de derrames en la industria del petróleo y el gas se concentra en las actividades de exploración y producción", detalla la propia compañía, ejemplar en lo que se refiere a responsabilidad social corporativa y transparencia en la información sobre el impacto de su negocio, que es fuerte.

Frente a Tarragona, 43 kilómetros mar adentro, en la plataforma Casablanca, ha habido 14 derrames en los últimos 10 años, algunos de ellos de casi 200.000 litros. Suficiente amenaza como para no dormir tranquilo, resalta Carlos Escorihuela, presidente de la Asociación de Hostelería de Castellón, que recuerda que ya después de los terremotos causados por la explotación gasista "llamaron clientes preguntando por la seguridad". "Si ocurre en temporada alta habría sido tremendo", añade. Por eso mismo agradece que ningún vertido haya manchado aún la costa de la que viven, pero avisa: "Para acabar con la imagen de una zona turística basta un solo vertido". ¿Basta? Pues sí, basta: sobran ejemplos grandes y pequeños, como el del Prestige en Galicia o los de manchas de pocas toneladas que han recorrido hasta 1.500 kilómetros para manchar de crudo parajes como la reserva de Doñana o las costas más bellas de Escocia y Alaska. Y Mallorca, con prospecciones o sin ellas, está a 200 kilómetros de los pozos del Ebro.