La sentencia hecha pública ayer refleja que el jurado popular caló a Jaume Matas: no se creyó ni una coma de su canto a la vieja amistad con el hotelero Miguel Ramis y de las virtudes de su esposa Maite Areal, como relaciones públicas.

Matas trató de engatusar a sus exgobernados con la milonga de que su mujer, profesora de primaria de profesión, había adquirido unas grandes dotes para las relaciones públicas tras su trabajo como asesora en la consejería de Educación de Madrid.

"Cuando pasas por un gabinete (en una Administración pública) es como otra dimensión: aprendes a trabajar en equipo, a manejar asuntos complejos y a gestionar", dijo el acusado.

Pero los ciudadanos fueron contundentes en su veredicto: "hay una total falta de pruebas que puedan verificar su actividad laboral (como presentaciones gráficas, emails, ausencia de agenda profesional, desconocimiento total del producto y del grupo hotelero a promocionar, así como los nulos resultados en forma de clientes que produjo)".

Los nueve jurados populares, algunos jubilados, pero en su mayoría jóvenes, saben lo que es ganarse el pan cada día y el desierto que conlleva el paro. Ellos piensan, con buen criterio, que para ganar tres mil euros limpios al mes hay que dar algo a cambio y, como mínimo, machacar el ordenador.

El matrimonio Areal-Matas se presentó ante el tribunal popular con las manos vacías. Creyeron que, como antaño, su palabra bastaba para convencer, acallar las críticas o atemorizar al discrepante.

Los tiempos han cambiado. Las afirmaciones de Matas, sin pruebas del trabajo real de su esposa, no valen nada.

El expresident, pese a su oratoria y tablas, ya no convence: fue un apestoso regalo.