En otros tiempos, Mallorca contaba con un aeropuerto. Ahora tiene un inmenso centro comercial del que parten o al que arriban aviones. Hasta los años 80 del siglo pasado, Son Sant Joan era tan de la ciudad que algunos palmesanos se acercaban hasta una terraza lateral del edificio terminal para observar cómo aterrizaban o despegaban los Caravelle o los McDonnell Douglas. En el siglo XXI, los gestores aeroportuarios han puesto tantas barreras y obstáculos que lo han convertido en un lugar inhóspito. En 1996, el arquitecto Pere Nicolau soñaba con que, como ocurría en Ámsterdam, los palmesanos se acercaran a la nueva terminal porque allí estuviera la mejor panadería de la ciudad. En 2013, los viajeros que abandonan la isla son obligados a pasar por un espacio comercial cerrado, sin vistas al exterior y en el que la única opción es comprar los mismos productos de las mismas marcas que adquirirían en Londres o Chicago. En los 90, el proyecto para Son Sant Joan preveía que estuviera rodeado de un jardín y que tuviera solariums para que la última imagen que se llevaran los turistas al abandonar la isla fuera un recuerdo grato. Ahora es un edificio destinado a la carga y descarga de consumidores a los que se intenta saquear los bolsillos.

La imagen que mejor define el aeródromo palmesano es la de una vaca cuyas ubres son exprimidas para alimentar a los zánganos. Los zánganos son aeropuertos inútiles que están a una hora en coche de otros (Vigo, La Coruña y Santiago de Compostela), infraestructuras desmesuradas firmadas por arquitectos estrella (Barajas, Barcelona y Vitoria) o delirios de políticos con ínfulas de grandeza (Murcia, Castellón y Lleida). Todos estos desmanes se cargan, o se cargarán cuando funcionen, sobre las espaldas de los pocos aeropuertos de la red española que dan beneficios. Palma es el mas rentable de todos. Tal y como informó Diario de Mallorca el pasado domingo, Son Sant Joan dio el año pasado beneficios que superan los cien millones de euros. Si acumulamos los superávits de los ejercicios transcurridos desde el comienzo de la crisis, Palma ha ingresado 300 millones en las arcas de AENA, una cantidad insuficiente para compensar la deuda acumulada por el billón de pesetas -6.000 millones de euros- que costó la T4 de Barajas, obra de Richard Rogers, o los 3.000 millones en que se presupuesto la T1 de Ricardo Bofill en Barcelona.

¿Para qué servirían los beneficios de Son Sant Joan si revirtieran en Mallorca? La primera ventaja sería evidente, se podrían rebajar sustancialmente, no solo de forma propagandística, las tasas que pagan las compañías aéreas por derechos de aterrizaje. De esta forma se fomentaría la llegada de más vuelos, sobre todo en temporada baja, para ayudar a paliar la fuerte estacionalidad que padece el turismo de Mallorca.

La ecotasa recaudó 96 millones de euros en los 22 meses que estuvo en vigor entre enero de 2002 y octubre de 2003. La subida del IVA ha supuesto en Balears un aumento de la recaudación en los hoteles de 58,8 millones, según los empresarios. El aeropuerto de Palma renta más de cien.

Y, sin embargo, Montoro afirma en el Congreso que no puede cumplir el compromiso estatutario que obliga al Estado a invertir en las islas. No solo obvia la ley -por, alega, estado de necesidad-, sino que castiga a las islas con la menor inversión per capita -66 euros- frente a los más de 200 de media española y los más de 400 de algunas autonomías. Por supuesto, las balanzas fiscales de Balears siguen siendo tremendamente negativas. Se miren como se miren, pagamos mucho al Estado y recibimos muy poco.

Pese a todo, Aena, sigue ideando cómo ordeñar la vaca de Son Sant Joan. El cobro de un euro por el uso de los carros para equipajes se ha pospuesto pero no anulado. Todo vale para exprimir esta ubre. Madrid ha condenado a las islas a seguir trabajando para pagar los fastos y las locuras propios y de los demás. Hay que seguir muñendo Balears. Da igual si se queda escuálida y sin fuerzas. ¡Qué se j...!, como diría la hija del político que construyó un aeropuerto sin aviones.