­"Ya está. Dale un beso a mi madre". De esta forma se despidió ayer Josep Juan Cardona de su cuñada, a la que dio un beso en la mejilla. Eran las tres de la tarde cuando un alférez y un agente de la Guardia Civil acompañaron al exconseller al ascensor. Allí, en la segunda planta del edificio judicial de la avenida de Isidor Macabich, finalizó por el momento la vida en libertad del político ibicenco, exsenador, exconseller del Govern y expresidente del PP pitiuso, condenado a 16 años de cárcel por prevaricación, cohecho, asociación ilícita, malversación, falsedad y fraude a la Administración.

Durante toda la mañana estuvo acompañado de uno de sus hermanos, de la esposa de éste y de su amigo el abogado José María Roig Vich.

"Es una sentencia muy dura, la misma condena que a la asesina de Menorca", dijo Cardona antes de entrar en la sala de vistas y mientras trataba de localizar a la funcionaria que les había citado para la videoconferencia. Allí mismo confirmó que recurrirá ante el Tribunal Supremo la sentencia de la Audiencia. Vestía pantalón, camisa y calcetines beige y zapatos negros. En la más de hora y media que estuvo esperando la decisión del tribunal (entre las 13.20 y las 15 horas) no paró de recibir llamadas en su móvil (algunas de las cuales rechazó), de beber agua, de caminar arriba abajo y de charlar, de manera muy distendida, con sus familiares, con su amigo Roig Vich y con varios periodistas. Su cara fue cambiando poco a poco de color. "Vamos a esperar", dijo en una ocasión, cuando ya temía que iba a acabar la jornada entre rejas.

"Llevo cinco años con el pasaporte caducado y tengo todo mi patrimonio embargado. Si me hubiese querido fugar ya lo habría hecho. Hace mucho que sabía que me pedían 21 años de cárcel", comentó mientras aguardaba la decisión del tribunal. Explicó también que su abogado, Miguel Arbona, que estaba en Palma, había propuesto medidas alternativas, como el arresto domiciliario o la localización permanente mediante una pulsera electrónica. "Nunca me he negado a ninguna medida cautelar. Ya no soy político y no existe ningún riesgo de fuga", añadía cada vez más nervioso, sobre todo cuando llegaron a la antesala de vistas un alférez y un agente de la Guardia Civil, que poco después se lo llevarían a la cárcel. Para entonces, el pesimismo ya se había instalado definitivamente en él y sus allegados. "Lo sabéis vosotros antes que yo". Con el auto en la mano y casi con lágrimas en los ojos, el exconseller se despidió de los periodistas, de su hermano y de su cuñada y entró resignado en el ascensor. En la calle le esperaban los fotógrafos, las cámaras de televisión y un vehículo de la Guardia Civil. Los agentes no le esposaron. Resignado y cabizbajo, entró en el coche que lo condujo a la cárcel de Eivissa, donde quedó ingresado y ha pasado ya su primera noche.