¿Ha tomado conciencia por fin Munar de que ya no reina en Mallorca ni arbitra la política balear? Cuarteada su máscara imperial, en la mañana de ayer sólo amaneció un ser humano desesperado por la pérdida inminente de la libertad previamente malgastada. El desgarro facial la traicionaba, pero ni en tal trance se apeó de sus exigencias. Tampoco asumió la mínima responsabilidad por su gestión. Se proclama traicionada por sus íntimos colaboradores, que se han limitado a rendirse a la evidencia. Omite que los eligió porque se plegaban a su voluntad inapelable. Porque ninguno de ellos rechistó cuando les planteó UM como un gran negocio. Lo fue, pero los abusos obligaron a bajar la verja de la tienda.

La entrada en la cárcel de un ser humano es una pésima noticia. El instinto político de Munar le obliga a calibrar la satisfacción ciudadana por su ingreso en prisión, a sopesar por qué ni el mayor castigo imaginable le ha prestado un átomo de simpatía adicional. Ha llegado a la prisión contra todos y por su propio pie. Es la autora única de su destino, sólo puede dirigir su estupor hacia sí misma. Su lamento histórico a Josep Melià, "algo habremos hecho para que nos odien tanto", se ha quedado romo sin iniciativas que repararan la animadversión masiva. Ni rastro de reparación del daño causado, la continua apelación a su enfermedad reclama de nuevo un privilegio compasivo sin contrapartida.

Al contrario, la megalomanía de Munar se ha mantenido intacta mientras se desmoronaba su imperio. Apresada por las evidencias, se sintió impulsada a invocar un derecho Penal a su medida, donde las tropelías de los políticos estuvieran exentas de la cárcel. Ni siquiera efectuó una descalificación genérica del sistema correccional en las entrevistas con sus periodistas de pago, sólo buscaba altavoces para resguardar su inmunidad. Jamás conoció intereses que no fueran los propios, la capacidad que comparte con sus socios sucesivos.

Dado el poder simbólico que Munar se atribuyó, piensa que con ella se encarcela a toda Mallorca. Confió en la fidelidad perruna de su cohorte de testaferros. Sin embargo, sus esbirros evaluaron opciones vitales más confortables tras advertir que su dueña había perdido los resortes para librarles de la cárcel que se ha convertido en la desembocadura de UM. Hace tiempo que caducaron los tiempos de Gabriel Cañellas, flanqueado en el banquillo del Túnel de Sóller por dos consellers resignados a su suerte con un mutismo estruendoso.

Los mayordomos de Munar se comportaron como hubiera hecho ella en idéntica circunstancia. Algo aprendieron, a menudo parece que su patrona les reprocha la celeridad en imitar el comportamiento que les infundió. Al margen de su apelación a la inocencia personal, pudo descender al plano humano de deplorar las acciones que atribuye a sus subordinados. Es superior a sus fuerzas porque, si alguien hubiera insinuado durante la enajenación enajenada de Can Domenge que Miquel Nadal llevaba las riendas de UM, hubiera desatado las iras hegemónicas de la propietaria del partido.

Munar no tiene defensa, desde la chocante elección de letrado hasta el desparpajo de presentarse en solitario ante la Audiencia que debía juzgarla al día siguiente. Las cárceles no fueron diseñadas para albergar a presidentas de Mallorca pero conviene recordar que, sólo en Can Domenge, Munar ha ocasionado mayor quebranto que la totalidad de los internos de la prisión provincial. Treinta millones de euros un solar, sesenta euros una papelina.

Cada familia mallorquina perdió 250 euros del patrimonio común cuando el CIM -Consell Inmobiliario de Munar- malvendió la parcela palmesana para que los dirigentes de UM se embolsaran cuatro millones de euros en sobornos, según las versiones de todos los implicados en el canje a excepción de la entonces presidenta de Mallorca. El partido de centro pero no decente se desembarazó de Can Domenge con todas las consecuencias. Los hoy condenados se mofaban abiertamente en las hemerotecas de las consecuencias que podría reportarles su conducta. La excitación de la impunidad era un aliciente adicional, una droga tan poderosa como el dinero.

A propósito, Mallorca habrá de someterse en alguna ocasión a una terapia colectiva, para explicarse la corrupción masiva de PP y UM. Roberto Saviano acude en auxilio de la isla desde su Nápoles camorrista. En su libro Zero Zero Zero, el autor de Gomorra disecciona los circuitos de la cocaína. Allí explica que "la mafia corrompe sin hacer nunca que el corrupto sienta el pecado, consigue que la corrupción parezca una praxis expeditiva y sin peso, algo que en el fondo hacen todos". Pregunten en la prisión de Palma, la insoportable levedad de la corrupción.

Munar y el delincuente Matas, el único político que celebra una condena del Supremo con una comparecencia bufa ante la prensa, son la pareja que corrompió a una isla, pero quizás lo tuvieron demasiado fácil. De hecho, la presidenta de UM no piensa que deba eludir la cárcel porque sea inocente, sino porque es Munar. A través del juicio y la sentencia, ha buscado entre los jueces y fiscales profesionales el guiño del reconocimiento, la sintonía. No en vano su circuito de aduladores la embriagó con odas a su astucia. Hoy se han desembarazado de ella para no verse salpicados por la engorrosa prisión.

Desde el momento en que atravesó el umbral de la cárcel, Munar se convirtió en una víctima, pero no menos que los centenares de internos que comparten su condición. Al perder su singularidad, la propietaria de UM entenderá que la celda hiciera recapitular a Bartomeu Vicens hasta el extremo de impulsarle a contar la verdad, un instinto repudiado genéticamente por el centroderecha mallorquín.

Si los rapaces contrabandistas levantaran la cabeza, se asombrarían ante la renacida pasión por limpiar las sentinas de la sociedad mallorquina. La diferencia entre Matas y Munar radica en que el exministro de Aznar no podía estrangular a la derecha insular. En cambio, la creadora de UM ha lesionado definitivamente al mallorquinismo, lo ha situado al borde de la erradicación. Para ello creó un partido diminuto y manejado por pocas personas, un bajel que se ha hundido por el peso de los billetes. Tras la catarsis, toda invitación al optimismo ha de ser desalentada. A Munar la han obligado a cambiar, no abundan las evidencias de que Mallorca lo haya hecho.