Margalida Moner no le ha gustado que los músicos de la Orquestra Simfònica de Balears convocaran una huelga dos días en los que estaba previsto representar la ópera Aída. La política conservadora es gerente del Teatre Principal gracias a sus interpretaciones en el grupo de aficionados de Andratx. En opinión de la exalcaldesa y exconsellera de Agricultura con Jaume Matas en la presidencia del Govern hay una cierta carga política en la actitud de los músicos.

Sorprende que alguien con más de veinte años en política despotrique de una actividad tan noble. Moner debe opinar que hacen política insana porque se declaran en huelga después de no cobrar el sueldo, porque los músicos no están informados del futuro inmediato de la formación cuando apenas faltan unos días para iniciar un ciclo de conciertos en el castillo de Bellver y porque temen que Balears se convierta en la primera comunidad autónoma con el dudoso honor de desmontar un conjunto sinfónico de música culta.

A Moner no le falta razón. Lo de los músicos es política. Actuar en política es intervenir o influir de formas diversas, pero casi todas importantes y dignas, en la gestión de lo público. Una manifestación, una recogida de firmas, un concierto protesta... todo es política. Es lo que hacía Moner cuando lanzaba a los propietarios de la Serra de Tramuntana contra los consellers que promovían la declaración de un parque natural en la cordillera. Los músicos prefieren sentarse ante una partitura de Verdi, Wagner o cualquiera de los Strauss antes que en una mesa con el representante de una administración pública. Sin embargo, se ven forzados a alzar la voz, aunque en este caso sería mejor referirse a alzar la música, porque no lo hace ninguno de los políticos profesionales, los que cobran para solucionar los problemas de los ciudadanos. Ellos no dan respuestas. No explican sus proyectos. Se limitan a enviar a técnicos a reuniones con el comité de empresa en las que nada se resuelve. Casi ninguno de los dirigentes implicados en el futuro de la orquesta ha hablado. Ni Bauzá ni Isern ni Salom. Tampoco Joan Rotger, responsable de cultura en el Consell de Mallorca, o Juana María Camps, consellera del ramo en el Govern. El único que ha abierto la boca es Fernando Gilet, del Ayuntamiento de Palma, pero no ha dado respuesta a ninguno de los interrogantes planteados.

Cualquiera de los seis citados podría decir en voz alta lo que siente su corazón: no nos gusta la cultura. Cualquiera de los seis podría hacer el anuncio: vamos a cerrar la Orquestra. Cualquiera podría esgrimir que en tiempos de estrecheces económicas una orquesta sinfónica es un lujo. La cuestión estriba en que ninguno se atreve a dar la cara porque los ciudadanos ya no les creen. Podrían aferrarse a la demagogia y decir que el dinero que se ahorre en música se destinará a Sanidad o Educación. Su problema es que las carcajadas y las burlas de los ciudadanos se oirían más allá de Tombuctú.

Su plan de liquidación pasa por el silencio, por dejar que la situación se degrade -suprimiendo subrepticiamente el ciclo de Bellver, no presentando el programa de la próxima temporada...- hasta llegar al cierre. Es la política del siglo XXI. La que no cita a Bárcenas pensando que así no existe, la que no admite preguntas en las ruedas de prensa, la que se manifiesta a través de una pantalla de plasma. Es una política de cobardes.

Elija la señora Moner. ¿Es mejor hacer política dando la cara -y la nota- como hacen los músicos o escudándose en el silencio como los políticos del PP?

La Orquesta Sinfónica de Mallorca, antecesora de la actual, nació en 1947. Su primer director fue el coreano Eaktay Ahn, autor del himno nacional de su país natal. Cuando José Balaguer y Antonio Parietti le propusieron el cargo aceptó de inmediato. Su esposa, Lolita Talavera, se sorprendió de que diera un sí sin pensarlo demasiado. La respuesta del maestro fue esta: "Tener una orquesta en Mallorca es como tener un lugar en el cielo. Mi orquesta será digna de Mallorca". Si desaparece la Simfònica, esta isla bajará un escalón más en el escalafón de paraísos.