La cita es un poco larga, pero merece la pena transcribirla. Es una conversación que narra Miguel Maura Gamazo (1887-1971), hijo del mallorquín Antonio Maura, en su libro Así cayó Alfonso XIII. Decepcionado con el apoyo del monarca a la dictadura de Primo de Rivera, había decidido pasarse al bando republicano. De hecho, tras el 14 de abril de 1931, se convirtió en ministro de la Gobernación. Su hermano Honorio, fervoroso monárquico, intentó evitar la deserción y concertó una entrevista con el rey. Miguel la describe así:

"-¿Qué te trae por aquí?

-Vengo, Señor -le dije-, a despedirme de Vuestra Majestad.

Hizo como si no comprendiera, y preguntó:

-¿A dónde te marchas?

-Al campo republicano, Señor -le contesté un tanto molesto ante su actitud de no darse por enterado de algo que ya sabía-.

-¡Estás loco! -exclamo-. A ver, explícame eso".

El hijo de Antonio Maura, que fue cinco veces presidente del Gobierno, opina que la monarquía se acerca a su fin debido al apoyo que ha prestado a la dictadura de Primo de Rivera. El rey replica:

"-Todo esto estaría muy bien si fuese cierta la primera premisa. Pero no lo es. Mientras yo viva, la monarquía no corre ningún peligro. Aprés moi, le déluge."

Maura discrepa del optimismo real y describe la desafección que ha percibido en sus viajes por España:

"-El ambiente que en todas partes he encontrado es hostil y, en el mejor de los casos, indiferente a la monarquía. Mucho me temo, Señor, que antes de dos años se haya acabado la monarquía en España.

El rey se echó a reír y, tendiéndome la mano, me dijo:

­-Nada de eso. Bueno no tardarás en convencerte de que estás equivocado y volverás arrepentido".

Trece meses después Alfonso XIII estaba en el exilo y Miguel Maura era responsable de Gobernación con la República. Desde Fontainebleau, el monarca destronado envió una carta a Honorio Maura con un encargo: que dijera al ministro que había acertado es sus predicciones y que le diera un abrazo.

¿Cuántos alfonsos trece hay ahora mismo en las instituciones del Estado? En este país suceden cosas muy graves en un marco de depresión económica que ha empujado a la desesperación a millones de parados con unas perspectivas nimias de encontrar empleo. Pero aun en estas complejas circunstancias, lo peor sería que los dirigentes del país tuvieran la misma ceguera que Alfonso XIII.

Si Juan Carlos I sigue sentado en su despacho de la Zarzuela convencido de que su prestigio pasado se mantiene intacto, es porque no ha calibrado las consecuencias de sus cacerías en Botsuana en lo peor de la crisis económica ni los estragos que provocan a la causa monárquica los negocios de su yerno. Un modelo de Estado que no responde a la racionalidad democrática, aunque sí a razones históricas y sentimentales, se tambalea cuando el duque em...Palma...do rompe la aureola de cierto misterio y boato que debe rodear a reyes y príncipes. La decisión de suprimir las preguntas sobre la monarquía en las encuestas del CIS no es buen síntoma. Parece que como, su abuelo, el rey no quiere saber lo que piensa la calle.

Si Mariano Rajoy cree que puede superar a la gallega, eso es, sin responder a ninguna pregunta, la crisis de la contabilidad B del PP es que está infectado del síndrome de La Moncloa y nadie le ha informado de que el pueblo ha perdido la tolerancia que imperaba hacia la corrupción cuando atábamos los perros con longanizas. Entonces incorruptible y tonto eran sinónimos.

Si nuestros políticos creen, como Alfonso XIII, que tras la lluvia escampa, la irritación social crecerá y las consecuencias serán imprevisibles. Si, por el contrario, se convencen de que la indignación de la calle exige respuestas nuevas, claras y contundentes, aún nos queda la esperanza de que este país se salve y se dedique a trabajar para salir del hoyo de la crisis.