Dentro de dos semanas se cumplirán 50 años del llamado Contubernio de Múnich. El nombre despectivo lo ideó el franquismo para desacreditar la reunión de demócratas españoles celebrada en la capital bávara entre los días 5 y 8 de junio de 1962. Participaron 118 políticos de tendencias tan dispares como monárquicos, democristianos, socialistas y nacionalistas vascos y catalanes. Después de tres días de debate, se aprobó una resolución que planteaba condiciones a la integración de España en la naciente Comunidad Económica Europea. Eran premisas tan elementales como la instauración de instituciones democráticas, el reconocimiento de las "comunidades naturales", la libertad sindical y la de organización de partidos políticos.

Al régimen, la reunión de Múnich le sentó como una patada en la espinilla y adoptó represalias inmediatas contra los asistentes. A Alemania se habían trasladado dos hombres de Balears. El hotelero menorquín Joan Casals y el abogado mallorquín Fèlix Pons Marquès. Los dos militaban en la democracia cristiana.

Fèlix Pons (1910-1970) era nieto del escritor Josep Lluís Pons i Gallarza y fue padre de Fèlix Pons, el presidente del Congreso de los Diputados durante tres legislaturas. Sus compromisos con la sociedad mallorquina abarcaron campos tan diversos como la presidencia del Real Mallorca, el decanato del Colegio de Abogados o la presidencia de la comisión económica de la diócesis.

Profesionalmente dedicó buena parte de su vida a la asesoría jurídica del Banco de Crédito Balear, entidad financiera de la que llegó a ocupar la presidencia.

Su participación en el Contubernio de Múnich le costó cara. A su regreso se encontró con que el régimen orquestaba una campaña de "adhesión al Caudillo" y contra los políticos demócratas. Tres días después de retornar a Mallorca, la policía se presentó en su casa. Era el 14 de junio. A la mañana siguiente fue trasladado a la dirección general de Seguridad en Madrid, en la Puerta del Sol, y desde allí partió hacia el destierro en Lanzarote. Volvió a casa poco antes de Navidad. De esta forma tan eufemística lo explicó Diario de Mallorca: "Ha reanudado sus actividades profesionales en su despacho de la calle Morey 24 nuestro estimado amigo el abogado Fèlix Pons Marquès".

Murió ocho años después, el 23 de febrero de 1970, sin que el régimen le hubiera devuelto el pasaporte.

Su fallecimiento conmovió a la sociedad mallorquina. El abogado Luis Matas Valenzuela recordó su "mesura, su ponderación" y que en 1962 había buscado "el camino de la convivencia" y que lo hizo de la forma que "su corazón le pedía y su mente le guiaba". Joan López Gayà, que también fue decano de los abogados y juez, explicó que en el destierro "sufrió, pero lo hizo conforme a su manera de ser: con serena actitud y entereza de espíritu, sin estridencias y sin que quedara secuela de rencor". Camilo José Cela le dedicó en Diario de Mallorca unas palabras de Séneca: "¡Cuánta grandeza, tener la debilidad de un hombre y la serenidad de un dios!". A quienes no conocimos a Fèlix Pons Marquès y sí a su hijo, estos elogios nos confunden porque podrían ir dirigidos al descendiente.

¿Cuáles son las razones de este artículo laudatorio? La primera palanca que lo mueve es recordar un cincuentenario. Pero existen otras razones aplicables a la actualidad convulsa de nuestros días. Ahora que los grupos totalitarios asoman en Europa €en Francia, en Grecia, en Austria...€ conviene recordar que la medicina de los totalitarismos es de sobras conocida y que hombres de bien, como Fèlix Pons, los combatieron desde posiciones que hoy situamos en la derecha o el centro derecha. La segunda es que ahora, cuando el liberalismo a ultranza y los neocons imponen una política económica sin corazón ni alma, conviene recordar que desde finales del siglo XIX y hasta hace unas décadas existió la democracia cristiana. Una forma de hacer política diferenciada del socialismo y el comunismo, de derechas si se quiere, pero que mantenía una conciencia social que buscaba favorecer el reparto de la riqueza y defender el estado de bienestar.