Las palabras son tan poderosas que pueden transformar la realidad. Su fuerza es capaz incluso de modificar el pensamiento. Victor Klemperer, un filólogo judío que analizó a fondo el lenguaje del Tercer Reich, probó que los mensajes machacones de Goebbels y sus secuaces conseguían anular ideales de igualdad y justicia firmemente anclados en muchos de sus compatriotas. En plena dictadura franquista y momentos antes de un recital de Maria del Mar Bonet, uno de sus músicos estudiaba la lista de canciones autorizadas y denegadas por la autoridad gubernativa. Creo que uno de los temas vetados era L'àguila negra, aunque quizás se tratara de Què volen aquesta gent? Cuatro décadas después, soy incapaz de captar los detalles que las convertían en subversivas. El intérprete leyó el título y sentenció convencido: "Claro, esta no se puede cantar". Hablaba en el lenguaje forjado por el régimen.

Los medios de comunicación somos grandes propagadores de palabras con las que los políticos intentan domesticar al pueblo. Primero las asimilamos, incluso involuntariamente, y a continuación nos dedicamos a propagarlas entre nuestros lectores o escuchantes.

El Gobierno habla de medidas de ahorro para camuflar lo que son recortes, ajustes o tijeretazos. El régimen franquista se autodefinía como democracia orgánica. Los sistemas comunistas fabularon la democracia popular. Ni uno ni los otros representaban la voluntad de los ciudadanos, simplemente la sometían.

Ahora los medios de comunicación de Balears calificamos al PP distinguiendo dos periodos separados por apenas cuatro años. Vamos que no se trata del cretácico frente al pleistoceno, o viceversa. Hablamos, y titulamos, sobre el ´PP de Matas´ para referirnos a los tiempos oscuros, plagados de corrupción e incompetencia. Tiempos en los que la codicia de los políticos no conocía limites. En otras ocasiones nos referimos, y titulamos, al ´PP de Bauzá´, un periodo en el que se supone que reinan la paz, la armonía y la entrega desinteresada al servicio del pueblo.

¿Es real esta diferencia? La respuesta es no. Comencemos la demostración por la anécdota. Jaume Matas era rescatado por la Guardia Civil cuando los contrarios a sus políticas le abucheaban en Felanitx. Bauzá, ahora, visita los pueblos acompañado de un despliegue de la Guardia Civil que los ciudadanos echan en falta en festejos multitudinarios que acaban a tortas entre borrachos o cuando los chorizos entran a saco en casas de la part forana.

Fijémonos ahora en el equipo de Bauzá. Su vicepresidente en el partido, Antoni Pastor, fue director general con Matas. Su portavoz en el Govern, Rafel Bosch, también. Mabel Cabrer, la consellera que avaló con su firma y sus métodos la política de obras públicas faraónicas de Matas, fija cada semana la postura del PP en el Parlament. Rotger sigue en el mismo lugar, la presidencia del Parlament. Rodríguez, de la conselleria de Interior al ministerio de ídem. Delgado no era muy amigo de Matas ni de Estarás ni de Bauzá, hasta que el último decidió cumplir un punto –y solo uno– del programa electoral del PP.

En lo que sí ha cambiado el PP es en su relación con el ladrillo. Matas apostó firmemente con encementar la isla echando mano del dinero público. Bauzá se ha encontrado las arcas vacías y ha decidido que sea el capital privado el que aleje aún más a Mallorca del paraíso que conocía Gertrude Stein cuando retó a Robert Graves a "soportarlo".

El PP, que se sepa, no ha cambiado sus principios ni sus estatutos. Ni siquiera los programas son distinos cuando los redactaban para Matas o cuando iban destinados a Bauzá. De hecho, hay propuestas, como la libre elección de centro, que se repiten elección tras elección.

Intentar diferenciar el PP de Jaume Matas del de José Ramón Bauzá es de tontos. Tanto como distinguir el PSOE de Zapatero y Antich, y su estrepitoso fracaso en las políticas económicas, del socialismo que hoy lideran -es un decir– Pérez Rubalcaba y Armengol.