M. prefiere mantener su anonimato ya que, asegura, es tan sólo una vendedora ambulante como muchas de las personas que cada semana ocupan los mercados callejeros que animan la vida de los pueblos de Mallorca. Pero quiere denunciar la precaria situación en la que se encuentra este colectivo, sobre el que asegura que pagan muchos impuestos como autónomos, satisfacen elevadas tasas municipales de ocupación de vía publica y, sin embargo, no adquieren ningún derecho con el paso de los años de actividad callejera.

"Estamos sometidos a los arbitrios de los ayuntamientos, que cambie un concejal y que éste decida que el mercado se ubique en otro lugar, o que la apertura de un nuevo bar en la plaza del mercado te postergue a un puesto diferente al que has vendido tus artículos durante los últimos veinte años", denuncia esta vendedora ambulante, que reclama un reconocimiento a los años de antigüedad, las miles de horas pasadas a la intemperie al frente de un pequeño puesto de madera intentando ganarse la vida vendiendo artículos a todo el que se pasea entre los improvisados mostradores.

En el mercado de Pollença, asegura esta vendedora, se da siempre prioridad a las terrazas veraniegas sobre los puestos ambulantes callejeros. "Y siempre estamos sometidos a los vaivenes políticos. Lo que la anterior legislatura le parecía bien a un concejal, en esta su sustituto no lo quiere ni ver. Y deberíamos estar por encima de esto. Para un vendedor callejero es importantísimo el lugar que ocupa en una plaza para conseguir fidelizar a su clientela, que le conozcan las personas que compran en él", clama.

Las tasas anuales que pagan a los ayuntamientos por ocupación de vía publica no son un impuesto testimonial, se queja M. "Por ocupar seis metros cuadrados en el mercado de Inca pagamos 620 euros al año. Y algunas otras plazas son más caras. Por ejemplo, aquellas que celebran mercado dos días por semana en lugar de tan solo uno", revela esta vendedora ambulante.

"Y la mayoría de los vendedores callejeros están presentes en al menos cuatro mercados de diferentes pueblos de la isla, por lo que han de pagar hasta cuatro tasas municipales. Por eso, los ayuntamientos dan un plazo amplio para satisfacerlas. Tenemos del 1 de enero al 15 de abril para pagar estas tasas", explica.

Impuestos y seguro

Y no son los únicos impuestos que satisfacen. Tienen que estar al día con Hacienda en lo que hace referencia a su actividad mercantil como autónomos y pagar asimismo el Impuesto de Actividades Económicas (IAE). "Para renovar anualmente el derecho a ocupar una plaza en el mercado de Inca hay que estar al día en las cotizaciones al régimen de autónomos de la Seguridad Social y, además, contar con un seguro que cubra la responsabilidad civil, no vaya a ser que un puesto se desplome sobre un comprador y le cause algún daño", explica los complejos entresijos de una actividad que a simple vista parece más simple.

Y, durante el invierno, este trabajo tiene más inconvenientes que ventajas. Hace frío, viento, llueve, los turistas brillan por su ausencia. "Los ingresos apenas te dan para sobrevivir, pero tienes que aguantar a la espera de la llegada del verano, de los buenos tiempos, aunque últimamente tampoco son tan buenos. La crisis se nota y los turistas, por norma general nuestros mejores clientes, cada vez gastan menos", lamenta los efectos de la crisis a la que este sector tampoco es impermeable. "Y con estos malos tiempos también prolifera la picaresca. Gente que de la noche a la mañana se coloca en tu puesto en el mercado para intentar obtener algunos ingresos sin disponer de la licencia pertinente", se queja M., que reclama más control por parte de los agentes de la Policía Local de los pueblos.

En algunas localidades sí está institucionalizada la figura del "placero", un funcionario del ayuntamiento que controla que quien se instale en la plaza del mercado sea en realidad el titular de ella. Una ocupación ilegal de puestos que es más asidua durante las ferias nocturnas propias de épocas estivales.

M. ve difícil conseguir una unidad de acción entre los vendedores callejeros, la posibilidad de sindicarse para defender sus derechos. "Hay un sector del colectivo en el que predomina la etnia gitana. En otro, los sudamericanos. Y en otro, los propios placeros mallorquines. Y todos parecen tener intereses diferentes", lamenta.

Una vida difícil, en definitiva. Pero no carente de atractivos, para M. "Te da un gran libertad, no en vano eres tu propio jefe. Para mí es un trabajo agradable, que te da grandes posibilidades para criar a tus hijos. Si un día tienes que ausentarte porque tu hijo está enfermo, no pasa nada. Además se fomenta una fuerte relación de camaradería con tus compañeros de puesto. Lo que le pasa a él te preocupa a ti y a la inversa. Siempre estamos dispuestos a echar una mano al compañero", concluye