Especialista en medicina preventiva, máster en economía de la salud por la Universidad de Barcelona, director asistencial del Ib-Salut en el primer gobierno del Pacto de Progreso y exresponsable del gabinete técnico de Atención Primaria, Gaspar Tamborero echa de menos una agencia estatal potente que evalúe cómo se debe actuar en el Sistema Nacional de Salud y considera "absurdo" mantener servicios médicos en hospitales en los que, por su volumen de trabajo, los profesionales no acaban de dominar las técnicas y los tratamientos.

—¿Faltan evaluaciones y controles de calidad en la sanidad pública para certificar que lo que se está haciendo se está haciendo bien? ¿Sigue siendo este país el rey de la improvisación? —Aquí y en todas partes. En medicina estamos haciendo tradicionalmente una serie de actividades sobre las cuales no tenemos la garantía absoluta de que sean las mejores que podemos hacer. Tanto a nivel preventivo como curativo. Hay una corriente a nivel mundial cuyo caudal ha aumentado con la crisis que se está replanteando hacer aquellas cosas sobre las que no hay una evidencia de su bondad. Y a nivel de gestión económica se están dejando de costear para destinar los mermados recursos a otras actividades más probadas.

—En estos momentos, ¿qué tratamientos suscitan dudas?

—Ahora se están cuestionando las pruebas de detección del cáncer de próstata que, según unos protocolos norteamericanos, si se hacían regularmente, evitaban muertes. Pero ahora incluso la sociedad norteamericana de urología ha dicho que estas pruebas no son tan fiables como parecían. También se están cuestionado las pruebas de detección de cáncer de mama...

—¿No han de ser generalizadas entre la población de riesgo?

—Hay cierto grado de evidencia de que en un grupo de mujeres de determinada edad sí vale la pena hacerlo con una periodicidad anual. Pero aunque estas pruebas lleven ya muchos años instaladas en la práctica asistencial habitual, nos vamos dando cuenta de que algunas de ellas no solucionan los problemas que pensábamos.

—La racionalización de estas pruebas, ¿puede ser una importante fuente de ahorro?

—En algunos casos sí. Los cribados del cáncer de cérvix, las citologías, hace unos años se hacían anualmente y ahora se ha demostrado que haciendo dos seguidas y, a partir de aquí, cada dos, tres o cinco años, los resultados no difieren. Y con esto se ahorra recursos y trabajo sin que esto tenga un impacto negativo entre la población.

—Y lo mismo se puede aplicar a las medicinas...

—Sí. En algunos países los fármacos que no han demostrado su eficacia terapéutica han sido retirados de la financiación pública, como los famosos condroprotectores para la artrosis. Se dejan de financiar para pagar otros que sí son efectivos. En el momento que hay una restricción presupuestaria hay que priorizar. En definitiva, seguir la máxima qué debemos dejar de hacer para poder hacer.

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