Jesús Larumbe. Este residente mallorquín atrapado en La Habana tras sufrir un accidente de tráfico hace dos meses, está a la espera de que las autoridades cubanas decidan si se celebra un juicio por este siniestro o le permiten abandonar la isla sin hacerlo. Los recursos se le acaban y sólo tiene garantizado alojamiento hasta el próximo 7 de diciembre.

—Cuénteme qué pasó en el accidente de tráfico que sufrió en la localidad cubana de San Cristóbal.

—Veníamos de Viñales por la autopista en dirección a La Habana cuando decidimos visitar a unos amigos que celebraban su cumpleaños en un pueblo llamado López Peña. Además, así aprovechábamos para despedirnos porque volvíamos a España el día siguiente, el 14 de septiembre. Y bueno, en resumen, cogimos una incorporación para llegar al pueblo y, al girar a la izquierda, un camión que circulaba a gran velocidad nos embistió y volcó tras el choque.

—¿No le vio venir?

—Había un seto de matorrales de más de dos metros y medio de alto que me impidió la visibilidad. Además, no había ninguna señal de ceda al paso o stop.

—¿Qué le pasó a usted y a su acompañante?

—A mí el brutal choque me rompió la rótula, tenía la pierna bailando, únicamente sujetada por los ligamentos. Mi mujer tan sólo tuvo un problema de cervicales por el golpe.

—¿Quién viajaba en el camión?

—Aparte del conductor, que iba evidentemente borracho, unos nueve pasajeros viajaban en la parte de atrás. Como en Cuba hay poco transporte público, la gente suele hacer dedo para que les lleven a las carreteras principales.

—¿Cómo sabe que el conductor iba borracho?

—Porque nada más producirse el accidente vino corriendo hacia el coche echándonos la culpa de todo y apestaba a alcohol.

—¿Hubo heridos entre los cubanos?

—Creo que a uno le operaron del bazo y a otro por una clavícula rota, pero no hubo que lamentar ningún muerto.

—¿Qué pasó después?

—Llego la policía y oímos claramente como le decían al conductor: ´Vete a casa y no salgas en los próximos días, que de esto se van a ocupar los extranjeros´. Luego nos llevaron a un policlínico del pueblo, donde nos quisieron hacer firmar un documento en el que nos responsabilizábamos del accidente a lo que, lógicamente, nos negamos. Luego me hicieron un control de alcoholemia, ¡nueve horas después del accidente! Cuando protesté me dijeron que el rastro de alcohol en sangre no se eliminaba tan fácilmente.

—Y usted con su pierna colgando...

—Sí, y no me dieron ningún analgésico pese a los fuertes dolores que tenía en esas nueve horas que todavía recuerdo con espanto. Y como en el hospital más cercano no me podían operar, porque en Cuba los extranjeros han de acudir a centros sanitarios privados en los que se paga religiosamente por cada atención que recibes, nos trasladaron al Cira García de la Habana.

—Y Allí le operaron...

—También fue rocambolesco. Hubo un jaleo con el seguro de viaje, que ellos aseguraban que no cubría la intervención. Ya estaba con la vía, a punto de ingresar en el quirófano, cuando me sacaron de él y finalmente no me operaron por ese malentendido. Me dijeron: ´El seguro sólo paga la mitad de coste de la operación, ¿se hace usted cargo del resto?´ Les contesté que no, que me repatriaran. Pero luego se aclaró todo con el seguro y finalmente me intervinieron.

—¿Es cierto qiue no le dieron analgésicos en el postoperatorio?

—Sí, aunque no lo admitieron. Se limitaban a decirme ´el doctor no ha recetado nada´. Y yo con un dolor que me subía por la paredes.

—El accidente fue el día 13 y finalmente le operaron el 16. ¿Cuándo le dieron el alta?

—El día 20 por la mañana. Teníamos la posibilidad de coger un vuelo para España por la noche y el médico no puso ninguna objeción a que viajara. El problema surgió en el aeropuerto. No nos dejaron salir porque dijeron que teníamos un juicio pendiente. Pero ni a mi ni a mi pareja, que sólo era una testigo del siniestro.

—¿Y qué hicieron?

—Volvimos a la clínica, pero allí nos dijeron que ya había recibido el alta y, pese a mi estado, no nos ingresaron. Afortunadamente, por ahí pasaba una cónsul de un país africano, no recuerdo cuál, que nos facilitó la entrada en un hotel para pasar la noche. El seguro, pese a que especificaba que tendríamos derecho a diez noches de hotel ante cualquier eventualidad, sólo nos pagó dos. Mi situación era muy precaria, no podía andar y pretendían sacarme del hotel en una silla normal sobre un carrito portamaletas. Le pregunté al mozo, ¿te vas a responsabilizar si me caigo y me hago más daño? Lógicamente me dijo que no y preferí salir del establecimiento arrastrándome como un gusano antes que arriesgarme a una caída.

—¿Qué ha hecho el consulado español por usted?

—Prácticamente nada. ¡Incluso les tuve que facilitar el teléfono de la comisaría de policía de San Cristóbal cinco días después de que le pidiera que hiciera unas gestiones con ellos! Tuvimos una reunión con el vicecónsul en la que apenas se atrevía a mirarme a la cara y en la que me repitió que tenían las manos atadas con las autoridades cubanas y que mi caso era muy común, que tenían un accidente de tráfico cada mes. Ayer (por el lunes) me llamaron para ofrecerme la oportunidad de irme a una casa de monjas después del 7 de diciembre, que es cuando me tengo que marchar de la casa en la que vivo ahora.

—¿Tiene recursos para subsistir mientras las autoridades cubanos deciden qué hacen con su caso?

—Hasta el 7 de diciembre, sí. Encontramos esta casa barata y la señora se ha portado magníficamente conmigo. Me ha conseguido un fisioterapeuta invidente de un hospital cercano que viene todos los días 15 minutos para ayudarme con la rehabilitación. Luego no sé que pasará. Las autoridades de inmigración se tendrán que hacer cargo de mi. Y depende de lo que me ofrezcan elegiré entre su opción o las monjas.