El terrorismo iba a terminar esta semana, pero con él en el candelero termina la semana. No hay paz para los benditos. África sufre el tráfico de seres humanos en todas sus horrorosas variantes, y el secuestro de personas dedicadas a la cooperación es una de ellas. Aún se desconoce la autoría del rapto del mallorquín Enric Gonyalons y de sus dos compañeras en un campo de refugiados de Tinduf, pero el Frente Polisario ya apunta a Al Qaeda o, incluso, a una partida de mercenarios de esos que venden a sus presas a grupos que necesiten ´mercancía´ para el intercambio. En cualquier caso, una zona como los campamentos saharauis en Argelia no se presumía expuesta en materia de seguridad de los trabajadores de las oenegés, y esa premisa habrá de cambiar.

La solidaridad es una conducta de riesgo, incluso si quienes la practican son profesionales que guardan las debidas precauciones y cuya labor está acreditada. Mundubat, la asociación vasca con la que trabaja el cooperante isleño secuestrado y herido, también colaboró con la Fundación Barceló en la construcción de 500 viviendas en Nicaragua para familias sin acceso a créditos bancarios, un ingente proyecto, ése sí, con final feliz. Cabe recordarlo para no caer en la desesperanza de creer que la ayuda al prójimo genera dolor y peligro y cuesta tan cara.

Resulta imprescindible que quienes están acostumbrados a lidiar con estos problemas, gobiernos y diplomacia, se pongan cuanto antes manos a la obra para el rescate de los rehenes españoles, que se suman a las dos cooperantes secuestradas en Somalia y de las que aún no se sabe. El tiempo vuela, sobre todo el que nos han dejado para celebrar un adiós a las armas que no vale para todas ellas.