Masones, judíos y jesuitas, un cóctel no apto para personas suspicaces, debatieron ayer en el club DIARIO de MALLORCA sobre las teorías de la conspiración que se les han atribuido a lo largo de la historia aprovechando la actualidad que ha cobrado esta cuestión tras la publicación de la última novela de Umberto Eco, El cementerio de Praga. Y la conclusión a la que llegaron es que no existieron tales conspiraciones, que simplemente fueron objeto de una mala e interesada interpretación de su forma de proceder, en muchas ocasiones adelantada a su tiempo.

Camilo José Cela Conde, profesor de Evolución Humana en la UIB y director de la Cátedra de las Tres Religiones, moderó el debate abriéndolo con una constatación: la percepción de la gente de que las cosas ocurren no porque sí sino porque hay algo detrás, no es exclusiva de ningún pueblo en concreto, sino de la humanidad en su conjunto. Así, reveló que la etnia africana azande es de la opinión de que ni existe el azar ni la mala suerte; que si enfermas, lo más probable es que alguien haya envenenado tu agua o tus alimentos.

Tras esta apreciación invitó a los contertulios a que desmontaran las teorías conspirativas que se han atribuido a sus grupos a lo largo de la historia.

Abrió el fuego Abraham Barchilón, abogado y ex vicepresidente de la comunidad judía en Balears, que calificó la última novela del famoso semiólogo italiano como "una sinfonía maligna". Y recalcó que sería impensable que los judíos, si manejasen la economía y al Pentágono como se les acusa, hubieran sufrido tantas persecuciones como han tenido. "Sobre unos hechos nunca probados, se ha montado una teoría de la conspiración que ha servido a los gobernantes para disimular su incompetencia", zanjó.

Antoni Blanch, jesuita y catedrático emérito de Literatura Comparada de la Universidad Pontificia de Comillas, tras confesar su admiración por Eco –quizá porque los jesuitas quedan menos malparados en su novela– hizo un repaso a las "maldades" atribuidas a los jesuitas a lo largo de la historia cuando, dijo, su labor ha sido inestimable en todos los continentes y han extendido una forma de entender la religión más libre y lúcida. "Tenían miedo de que los jesuitas traicionaran el dogmatismo de la fe y somos los más fieles servidores del Papa", recalcó.

Por último, en representación de las logias acudió Mario Martínez, maestro masón de la Gran Logia Simbólica de España, que admitió que Garibaldi fue un acólito de la misma manera que la guerra por la liberación de Sudamérica del colonialismo español estuvo propiciada en buena parte por otro masón, el general San Martín. Y que el coste de esta campaña se sufragó en buena parte con las joyas de mujeres de otros eminentes adeptos a logias masónicas. Pero definió a estas sociedades –de las que negó que fueran secretas, sino tan sólo discretas– como unos movimientos históricos que buscan lograr un cambio social. "Ser masón significa ser librepensador. Y nuestro lema es ´haz lo que quieras, a nadie dañes´. Ya me gustaría que en estos momentos estuviera en marcha una conspiración para mejorar la humanidad", concluyó.