­En el imaginario colectivo los estibadores tienen todos la cara de Marlon Brando y llevan la camiseta arremangada, marcando músculo. Pero la vida no es como las películas. Los estibadores no tienen la cara de Marlon Brando (ni se meten en negocios de la mafia). Y ya no hay trabajo para todos.

El desuso del transporte en contenedores, la escasez de navieras y de barcos que nos conectan con la península y el auge del transporte en camiones, está dejando a los estibadores de brazos cruzados.

"En la época de mi abuelo había una colla de 120 hombres, entonces sí que era como de película", explica Jaime Pujol, "ahora solo tenemos uno fijo". Jaime es la tercera generación al frente de Herederos de Pedro J. Pujol Nicolau, empresa estibadora que cuando necesita a empleados acude a la Sociedad de la Estiba, que tiene a unos 90 trabajadores conformando una plantilla cada vez menos atareada.

"Acciona y Balearia tiene su personal propio para sus barcos", explica Pujol, "del resto de barcos, los que no quiere nadie, nos encargamos nosotros". Son graneleros: "Algunos coches que llegan, la poca madera que entra... cosas así", narra Pujol. En total, cree que desde el 2008 su actividad ha caído un 60%. "Con la carga rodada, no tenemos nada que hacer", razona este hombre que recuerda que antes de la crisis trabajaban con unos catorce barcos al mes. Ahora un mes es bueno si pueden encargarse de cinco buques.

Así las cosas, por primera vez los estibadores no tienen que estar a la defensiva: ellos no son la culpa de todos los males de los empresarios, que durante años han denunciado el (muy) especial régimen de este gremio. "Era como un monopolio, un reino de taifas: hacían y nos cobraban lo que querían", asegura un veterano empresario de la isla.

Jaime Pujol recuerda ese "toma y daca" y que les acusaban de cargar los costes, pero quiere dejar claro que cuando a ellos les llegaba la mercancía ya había pasado por muchos intermediarios que habían hinchado los precios.

Pero esta polémica es ahora inútil, ha caducado. Tanto unos (los empresarios) como los otros (estibadores) están fastidiados con un puerto que no favorece el tránsito de mercancías y que aleja a las navieras. Ahora los dos grupos suspiran por lo mismo: la llegada de grúas verticales que facilitarían y abaratarían el proceso de distribución a los primeros y traerían más trabajo para los segundos.

Tras 50 años en este trabajo, Jaime Pujol añora las buenas épocas. "Disfrutábamos trabajando", asegura, "ahora está todo mecanizado". Este veterano lamenta que los hombres están parados: "Sólo sudan porque hace calor, no tienen casi nada qué hacer".