Nissan ben Avraham. Rabino descendiente de ´chuetas´. Bautizado como Nicolau Aguiló, Nissan ben Avraham (Palma, 1957) es el primer rabino descendiente de chuetas mallorquines. Instalado en Israel desde 1977, viaja cada mes a su isla natal y a otros puntos de España para dar clases de judaísmo. Mientras se acaricia la barba, explica su historia personal y analiza qué implica el reciente reconocimiento de los chuetas como judíos.

—¿Cómo fue su proceso de acercamiento a la religión judía?

—Cuando tenía ocho o nueve años descubrí que era chueta. Me explicaron que significaba la pertenencia a un grupo social, étnico y etcétera. Empecé a leer cualquier papel y cualquier artículo que hablase sobre eso, que en aquel tiempo, hace unos cuarenta años, era casi nada. No había casi libros sobre los judíos, más allá de lo que podía salir en la Biblia y en los sermones de los curas. Pero aun así pude encontrar dos o tres libros y empecé a incorporar a mi vida las costumbres del pueblo judío. Más tarde, me enteré de que había una sinagoga en Palma, por aquel entonces en el Pueblo Español. Y entré en la comunidad y empecé a aprender más, hasta que decidí que tenía que hacer todo lo posible para ir a Israel, para repatriarme. Era 1977.

— Se fue muy joven.

—Sí, no había cumplido los 20 años. Allí acabé el proceso de reconversión. A pesar de pertenecer al grupo étnico, según la religión judía la pertenencia al pueblo judío se transmite de madres a hijos. Como mi madre no era chueta no tuve más remedio que hacer la conversión. Ahora la decisión de Rabbi Karelitz, que reconoce a los chuetas como judíos, para la gente que es chueta de primer apellido pero no de segundo o es chueta por el abuelo de parte de padre y no por el abuelo de parte de madre, no sirve para nada. Tiene que ser la línea materna. Es como con cualquier otro judío de cualquier otra parte del mundo, de Rusia o Estados Unidos, donde ha habido algo de mezcla. Aquí la ha habido en los últimos 70 años, desde la Guerra Civil, cuando empezó a haber más matrimonios mezclados. Desde entonces no queda más remedio para quienes quieran reafirmar su pertenencia al pueblo judío que buscar si sus abuelas por parte de madre eran chueta o no. Si no lo eran y le interesa, no le queda más remedio que hacer los trámites normales que tiene que hacer cualquier persona para entrar en el judaísmo.

— Su familia era católica, ¿cómo le sentó su proceso y su conversión?

— Para mi padre fue horroroso. Yo creo que en algún momento cuando era joven se le pasó por la cabeza este problema de identidad: ¿Soy cristiano o soy judío? Pero hace 70 años no tenía otra opción, sólo había un camino: el católico. Te insultaban por ser judío. No tenía otra salida. Aun así encontré dos o tres libros sobre judaísmo en casa, publicados en Argentina, y me dio la impresión de que había pensado en profundizar sobre este tema. Aunque su decisión fue apostólica y romana. Cuando yo tomé otro camino le sentó muy mal. Para mi madre fue fuerte, pero puede ser porque no tuviera un sentimiento religioso tan fuerte como mi padre o porque ella, como no chueta, se había casado con uno, si su hijo le salía más judío que el padre no le sentó tan mal. Con el tiempo ha aceptado mi estilo de vida, y viajó a Israel y conoció a mi mujer y a mis hijos. Mis relaciones con mi familia de Palma son fantásticas. Sé que hay un primo lejano que está enfadado por esto, pero ni lo conozco.

— ¿Qué pensó cuando Rabbi Karelitz reconoció a los chuetas como judíos?

— El tema de los chuetas lo conocían allí, pero superficialmente. Cuando llegué a Israel todos los rabinos con importancia sabían de este tema. Tuve una entrevista con el gran rabino de Israel. Cuando le dije que venía de Mallorca me dijo: "¡Ah, chuetas!". En seguida sabían lo que era, pero no habían profundizado para saber qué había pasado exactamente. En otros lugares de España también hay gente que sabe que ha pertenecido a los marranos, pero no existe la conciencia de grupo ni de una tradición palpable que permita seguir de madre a hijo estos 600 años. Aquí sí. Hay un grupo en Palma que se llama Memòria del Carrer que hace un trabajo de investigación sobre las distintas familias y cómo están entramadas las unas con las otras. Como son 15 apellidos y todos están mezclados, todos tenemos algún bisabuelo común. Este grupo, investigando, llega como máximo hasta el año 1650 y desde la conversión, que fue el 1391 hasta 1650 hay un agujero que en teoría se debería llenar con fichas de nacimientos y defunciones que no existen. Pero como el grupo chueta ha quedado conservado con la endogamia y sin mezclarse hasta hace 70 u 80 años, se considera que han seguido la misma dinámica que había antes y esto es lo que ha permitido a este rabino tomar esta decisión.

— ¿Cómo conoció esta realidad?

—No lo decide sólo él, es un tribunal. En mayo vino a Mallorca un delegado del rabino, que vio que la identidad de grupo era tan fuerte que entre los chuetas todos sabemos que somos de estirpe hebrea y todos nos consideramos judíos de raíz, aunque no sea de religión, y que los otros también lo consideran así. Al ver que, tanto desde dentro del grupo como desde fuera, se considera judíos a los chuetas, se ve una consciencia de grupo que les basta para considerar a toda esta gente como judíos, tanto si cumplen como si no, tanto si van a misa como si no. Pero desde el punto de vista religioso esto se transmite por parte de madre. Hay que diferenciar lo social y lo civil, de lo religioso.

—A raíz de este reconocimiento, ¿hay más gente interesada en profundizar en sus raíces?

—Supongo que sí, pero no se han pronunciado. Hay gente, como mis hermanos que han dicho que les interesa, pero supongo que como todos los procesos espirituales son cosas que llevan mucho tiempo y esta idea acaba de entrar. Aún no les ha pasado por la cabeza venir a investigar. Igual les salga de aquí a unos meses o unos años, o quizás nunca.

— La organización Shavei Israel reclama la devolución del patrimonio judío en manos de la Iglesia Católica, como los Rimmonim que están en el museo de la Seu, ¿qué opina?

—Sobre esto no tengo nada que decir.

—Viene a dar clases cada mes, ¿podría decirse que es como un rabino itinerante?

—Sí, pero rabino en el sentido de que puedo dar clases como las que doy aquí, es como un título académico. Doy aquí y en Barcelona, Valencia y Sevilla, donde ha salido mucha gente interesada. Es un fenómeno muy interesante de personas de pueblos de España con una tradición local de judíos asentados y que fueron perseguidos por la Inquisición, algo que yo, desde aquí, no sabía.

—¿Las generaciones más jóvenes saben qué son los chuetas y por lo que pasaron?

—Tuvimos una entrevista con el conseller de Presidencia del Govern anterior, Albert Moragues, y le preguntamos si el concepto, no del judaísmo (que es religión y cualquiera tiene que buscar el punto de vista religioso que quiera,), sino el hecho de lo que constituyó el fenómeno chueta aquí desde 1391 hasta 1991 aparecía en los libros; si se estudiaba la discriminación y persecución que sufrieron. Nos dijo que no había nada. Le pedimos si le parecía correcto integrar un capítulo y dijo que sí, que nombraría un comité. Los niños ahora no saben nada, ni qué son los chuetas ni por lo que pasaron. Es curioso que dentro del pueblo judío todo el mundo sepa que en Mallorca existe este fenómeno y en Mallorca no se estudie.

—En mayo el Govern hizo el primer reconocimiento institucional y emitió la primera disculpa oficial a los chuetas. ¿Es un primer paso?

—Supongo que esto tendrá continuidad. Fue un acto con mucha gente y muy emotivo.

—El término chueta, según como se diga, ¿sigue teniendo un deje despectivo?

—A mí no me molesta, pero no sé si hay gente que se siente ofendida. Hay gente que se siente muy orgullosa de ser chueta, pero si te lo dicen con mala cara y con intención de insultar, te das cuenta. Y da igual qué palabra usen, la clave es la intención.