No, no eran cinco o seis. Así que no lo diremos. Pero tampoco eran 15.000 como el 19 de junio. Ni siquiera llegaban a 5.000, como el día que empezó todo, aquel sorprendente 15 de mayo en el que la indignación tomó por primera vez las calles de Palma y el resto de España. Ayer eran muchos menos que entonces, aunque igual de indignados y bastante más acalorados: alrededor de 1.200 personas (1.500 siendo demasiado generosos) desafiaron los más de 30 grados que lucía el termómetro a eso de las 18.00 horas para transpirar indignación y sudar consignas contra una jugada que califican de "insulto a los ciudadanos": las subidas de sueldos políticos en plena crisis.

Le afean el gesto a José Ramón Bauzá, que llegó al poder a lomos de su promesa de austeridad, pero utilizó una de sus primeras firmas como president para aprobar una jugosa subida de salario a su propio gabinete. Informaba de ello hace unas semanas DIARIO de MALLORCA, que detallaba los mismos incrementos de salario de hasta 6.480 euros que ayer criticaron los manifestantes en el mensaje oficial que leyeron ante el Parlament. Antes habían decorado la entrada a la institución con las decenas de pancartas que cargaron desde plaza de España, inicio de una manifestación marcada por dos hechos clave que le restaron fuerza: un calor bochornoso que obligaba a sudar la gota gorda para conquistar cada metro de marcha a ritmo de batucada y abanicos y, sobre todo, la convocatoria de la protesta solo en Palma, y no dentro de una llamada para toda España, como ocurrió en las dos exitosas movilizaciones precedentes.

Las piedras que nunca se tiraron

Así que eran menos y sudaban más. A cambio ganaba presencia el mensaje local. Y no solo por la subida de sueldos de Bauzá: también por la carga policial del lunes, en la que una treintena de manifestantes resultaron heridos por las porras de la policía. Los agentes alegaron entonces que les habían arrojado unas piedras que nadie vio, ni los manifestantes ni ninguno de los periodistas que siguieron la protesta (entre ellos el que firma). Ayer la versión empezaba a cambiar. Se encargaban de desmontarla los propios agentes, que se confesaban sorprendidos por el informe que recogía el lanzamiento de piedras. "No sé cómo hicieron el informe, pero no hubo piedras, eso no es cierto. Quizá alguna botella y patadas y mordiscos cuando cargamos, pero no piedras". Así que ayer hubo las mismas pedradas que el lunes: ninguna.

Y ante idéntico estímulo solo cambió la reacción: ayer no apalearon al personal. Los agentes siguieron desde la distancia y la tranquilidad una concentración en la que no faltó ninguno de los ingredientes ya clásicos en las movilizaciones del 15M. Allí estaban los tambores y sus percusionistas, casi más heroicos en su esfuerzo constante bajo el sol que un conquistador del islote de Perejil con el viento de levante que tanto impresionó a Trillo. Por supuesto, tampoco faltaron las alusiones a Botín, y no precisamente por sus efusiones eufóricas vestido de rojo Ferrari para celebrar la victoria de Fernando Alonso sobre el asfalto de Silverstone: "Los mayores ladrones llevan camisa y corbata", destacaba un pancarta dedicada al banquero, ahora investigado por la Audiencia Nacional por delito fiscal.

El pan y los chorizos

Fiel a su cita con la indignación acudió también Maria Bover Nadal, cuyo nombre igual no les suena, aunque todos la han visto: es la señora protagonista de la imagen que ha dado la vuelta a España, esa en la que Maria porta una pancarta que quizá algún día entre en los libros de historia: "No hay pan para tanto chorizo". Ayer no había ni pan para tanto chorizo, ni abanico para semejante bochorno, como contaba la propia Maria Bover, más tranquila que el lunes, cuando llovieron palos. "Ni en los partidos de fútbol hay tantas furgonetas de la policía. Vinieron como Rottweilers [una raza de perro de presa] y se tiraron sobre la gente. A mí me vieron y uno hizo una seña a otro para que no me dieran. Se volvieron locos", analiza la veterana indignada, dispuesta a seguir dando el callo por mucho que casque el sol.

Y como ella otros 1.200, que a la espera de que la organización empiece a organizar macroprotestas en la playa, sentaron sus cuerpos aplastados por el calor sobre el asfalto de la puerta del Parlament. Allí cargaron de nuevo contra Bauzá y los "abusos" de un Govern que "se sube los sueldos antes de empezar a trabajar, alegando más carga de trabajo, mientras los trabajadores sufren recortes salariales y sociales". O dicho más corto que el discurso oficial: "Chupasangres nunca máis", pancarta de acento gallego que no se refería al exvicepresidente de los "hilillos de plastilina" del Prestige (Mariano Rajoy), sino en general a los "privilegios" de los políticos y sus "pensiones vitalicias", de las que se acordaba una de las indignadas que intervino ante el Parlament.

Le echó pasión, pero no fue la más incendiaria. De ponerle fuego al calor asfixiante de la protesta más sudada se encargó otro indignado, este de la organización del movimiento, que ante los mil manifestantes que aún resistían el bochorno a las 20.15 horas, aseguró que se habían encontrado el sábado con el delegado del Gobierno, Ramón Socias, en un supermercado: "Le pedimos explicaciones por lo ocurrido el lunes y nos reconoció que no tiene el control sobre las Fuerzas de Seguridad y que habían mentido y en realidad no se tiraron piedras". Casi nada. Suficiente para que aflorase el grito de "Socias dimisión", tan ruidoso como el abucheo a Bauzá por subirle el sueldo a sus chicos.