A principios de 2009 la entonces presidenta del PP balear, Rosa Estarás, sonreía tras una reunión de la junta del partido escoltada por la alta figura delgada del alcalde de Marratxí. "¿Conoces a José Ramón?", me preguntó Estarás presentándonos. Acercándose más, la entonces líder popular bajó la voz para decirme una sola cosa: "No lo pierdas de vista en los próximos meses". Más lejos, los barones del PP intercambiaban comentarios y sonrisas, enfrascados en sus estrategias para fortalecer su poder interno en un partido en horas bajas acosado por los casos de corrupción. El nombre de Bauzá ya estaba sobre la mesa del PP nacional, llevado por la propia Estarás. Era el ´mirlo blanco´ elegido. Bauzá, educado y de gestos contenidos, sonrió y realizó algún comentario banal mirando directamente a los ojos. Aún quedaban meses, pero la decisión estaba tomada.

Consulté con algunas personas que, por su cargo como alcalde, habían tratado con él. La conclusión fue unánime: "Es un hombre frío que siempre consigue lo que quiere". Sin un mal gesto. Sin elevar la voz. Sin despeinarse. Es el hombre que impone la política de los hechos consumados. Digitado hacia la presidencia del PP, su ascenso fue automático con la dimisión de Estarás en septiembre de 2009. Consciente de que para controlar el partido necesitaba más que la voluntad de los barones populares de mantenerle, logró imponerse con comodidad a Carlos Delgado en el congreso regional del PP en marzo del pasado año.

Hasta entonces, había logrado el apoyo, más o menos cómodo, de los principales hombres fuertes del PP, aunque sólo fuera como un mal menor al españolismo extremo de Delgado. Bauzá, al menos, lo presentaba con formas menos agresivas. A partir de ese día, el líder del partido se marcaba dos objetivos: limpiar la imagen de las siglas populares y controlar el poder de los distintos barones, aunque para ello fuera necesario arrinconarlos progresivamente.

Un año después, llega a la presidencia del Govern avalado por 35 escaños populares, un número histórico para los populares. Los principales barones del PP aguantan callados sabedores de que no tienen ya influencia en un líder incontestable. Porque, querido o no en las filas del PP, nada consolida más los liderazgos que el poder que conlleva el triunfo. Al menos mientras dura ese poder.

Quienes le han tratado en este rápido ascenso en menos de dos años siguen coincidiendo: "Es un hombre frío". Con un añadido: "Es una incógnita, hermetismo en estado puro". Su núcleo de confianza lo forman pocas personas. Distintos miembros del partido las identifican en sólo cuatro nombres, los de Jaume Crespí (Deià), Antoni Gómez (Escorca) y su jefe de gabinete en el ayuntamiento de Marratxí, Javier Fons. La rumorología en las filas populares coloca al ex president Gabriel Cañellas como consejero en la sombra.

El resto de los hombres más conocidos del partido han quedado marginados o desterrados ante su política de hechos consumados. Una vez que Bauzá anunció en Diario de Mallorca que no incluiría imputados en las listas electorales, ya nadie podía forzar una marcha atrás. Por la vía de los hechos consumados impuso a Maria Salom como candidata al Consell de Mallorca. Por la vía de los hechos consumados rompe pactos de palabra anulando a Antoni Pastor e incluso a José María Rodríguez. Para unos, eso demuestra inteligencia. Para otros, que es poco de fiar.

Pere Rotger se salva tras aceptar mantener un perfil bajo. Esa es otra de las claves de Bauzá: nadie cerca que crea poder controlarlo y, sobre todo, nadie que pueda tener pretensiones de compartir liderazgo. Un poder personalista, sin histrionismos al estilo de Jaume Matas aunque, al igual que él, sin discursos con contenido profundo. No los necesita. Domina la distancia corta con educación, sin alzar nunca la voz, sonriente, mirando a los ojos, impecable y con el toque de las numerosas pulseras en la muñeca, incluida la de la bandera española, rompiendo la monotonía en su imagen de chico bueno. Un president que es una incógnita.