Como sucede en las victorias históricas, sonó el We are the champions, de Freddie Mercury. Y los brazos hicieron ondas en el aire. Retumbó Celebration, de Kool & The Gang, y a los reyes de la noche Mateo Isern y José Ramón Bauzá se les fueron los pies un poquito. Son las tres de la madrugada en la discoteca Buddha del Paseo Marítimo. La fiesta acaba de empezar. No cabe ni un imperdible en el local. Palma duerme, el PP está de fiesta. No es para menos, la apisonadora popular ha laminado a sus contrincantes, que se han ido a la cama.

Pero el rugido de la apisonadora se comenzó a escuchar mucho antes. Antes de que cerraran las urnas. Antes de comer. El PP demostró que su maquinaria es incomparable. En cada mesa de cada colegio electoral un interventor toma nota de las personas que acuden a votar. Ningún otro partido hizo un despliegue semejante. A media tarde, algunos apoderados socialistas fruncen el ceño. El montoncito de papeletas conservadoras pierde altura a un ritmo vertiginoso.

Confirmado. A las nueve y veinte de la noche acaba el partido por incomparecencia del rival. Con el 0,48% de los votos escrutados, los populares obtienen 36 diputados. Parece muy pronto para dar por terminado el encuentro, pero el resultado apenas se va a mover. A la puerta de la sede popular, en la calle Palau Reial, se concentran a esas horas unas 50 personas. La vía está cerrada al tráfico. La gente se arremolina junto a un pequeño escenario con una pantalla que recoge la señal del canal autonómico IB3. Contención a pesar de los rendimientos de las urnas. Siguen el recuento codo con codo el exalcalde Joan Fageda y un simpatizante célebre, el guardia de seguridad José Antonio Nieto Primo, quien ha alcanzado la fama guiando por los pasillos del juzgado a corruptos y a presuntos.

Desde la puerta del cuartel general hasta la del Parlament, el partido ha dispuesto una hilera de mesas repletas de comida: ensaladilla, frit de mar, bizcochos de chocolate, cocas, muslitos de pollo... Sesenta metros de viandas para celebrar la victoria.

Pero todavía no ha llegado el momento de paladear el triunfo. Los candidatos están atrincherados en el segundo piso. De las figuras destacadas, solo Catalina Cirer pasea la calle arriba y abajo repartiendo abrazos. El PP ha cambiado la alfombra del hotel Palas Atenea, lugar escogido por Jaume Matas para estos eventos, por los adoquines de la vía pública.

La pantalla gigante instalada en la calle anuncia la mayoría absoluta en Palma de Mateo Isern. El público estalla en aplausos. Los primeros de la noche. "Hemos ganado en barrios que nunca habíamos conquistado, como es Rafal, Son Oliva, Son Sardina y Son Gotleu", dice una colaboradora. Pasan los minutos y los 35 diputados no se mueven del marcador. Las cincuenta personas del principio se han convertido en doscientas y al final de la noche, en mil. El director general de Air Berlin en España y Portugal, Álvaro Middelmann, comenta la jugada con Francesc Fiol. El que suena como conseller de Educación, Rafael Bosch, entra por la puerta de la sede. Empieza el movimiento. Álvaro Gijón y el portavoz del PP, Antoni Fuster, descienden al hall. No hay vuelta atrás. Middelmann se abraza con José María Rodríguez, vestido con unos pantalones a rayas de loneta muy modernos.

A las diez y media se desata la segunda oleada de aplausos. La televisión confirma el triunfo. De la sede salen manojos de banderitas de plástico azul. Irrumpen por la calle cuadrillas de jóvenes. "Hemos barrido. En mi colegio ha habido diferencias de cincuenta votos en cada mesa. Ha sido una pasada", comenta una chica rubia.

Javier Fons, uno de los hombres más cercanos al próximo president, resta importancia al papel que ha desempeñado en esta campaña. "Ha sido casualidad", dice. Por los abrazos que le dispensan Bauzá y otros dirigentes parece que no es así.

A la misma hora, a menos de 300 metros, en el campamento del PSIB-PSOE, orfandad absoluta. Los periodistas esperan las primeras explicaciones de la secretaria de organización, Rosa María Alberdi. No hay militantes ni simpatizantes, ni amigos ni parientes que amortigüen el golpe. Los guardias de seguridad apostados a la puerta se aburren porque no hay nadie a quien controlar. Por las ventanas se cuela la sintonía del PP y los gritos de euforia.

Todo era premonitorio en el cuartel del PSOE. A las nueve y pico una sobrecarga en la red dejó sin electricidad a los socialistas, y aunque a la media hora se encendieron las bombillas, la luz ya no volvió en toda la noche. A oscuras durante cuatro años.

"Más de uno no va a poder pagar la hipoteca", sentencia jocoso un hombre en la calle Palau Reial.

El primero de los dirigentes conservadores en comparecer ante las cámaras es el futuro alcalde de Palma. Mateo Isern desliza un discurso moderado, de mano tendida hacia el adversario. Los simpatizantes que están en la calle quieren más caña. Más efervescencia. "¡Ya está preocupado! ¡Vamos, que hemos ganado! ¡Que esto no pasa todos los días!", dice una mujer de pelo castaño, delgada, de unos cincuenta años. Cuando Isern termina de hablar, su mujer, María José Barceló, se acerca a él y le estampa un beso.

Dos populares de la vieja guardia, Rosa Estarás y Francesc Fiol, se funden en un abrazo en la calle. Un segundo después toma la palabra Bauzá, el hombre que llegó desde Marratxí para labrar la victoria más aplastante del PP balear. Con un gesto grave, pide moderación en las celebraciones.

Quien no contiene el entusiasmo es la concejala número 17 de la lista de Palma, Antonia Fornari Thomás. "Desde un puesto tan retrasado no esperaba entrar", dice esta chica de 36 años, consultora del Centre Balears Europa. "¡Y no tiene novio!", grita una amiga. Otro que no esconde su alegría es Julio Martínez, dando botes ataviado con una camiseta naranja que han repartido los chicos de Nuevas Generaciones. "Triple mayoría", reza el lema grabado en la pechera. El director general de Air Berlin proclama: "Ahora ya podemos decir en voz alta que somos de derechas".

A las doce y cuarto salen al balcón Bauzá, Isern y María Salom. El presidente del PP da por zanjada la "pesadilla del pasado", al mismo tiempo que la televisión difunde la imagen de Francesc Antich alejándose de la sede socialista escoltado por Antoni Torres y Jordi Bayona. Los tres se marchan por una calle oscura.

Al bastión del PP no deja de afluir gente, entre ellos, el dueño de los hoteles Bahía Príncipe, el empresario Pablo Piñero, y su mujer. También Irrumpe Pep Ignasi Aguiló, profesor de la UIB y presumible conseller de Economía. "Menudo marrón te espera", le espetan. "Veremos, veremos", responde. El presidente de Restauración de Pimem, Juan Cabrera, y su homólogo de Afedeco, Bartomeu Servera, pasean entre el público. Cabrera, levanta los brazos, mira hacia el segundo piso donde se concentran los popes del PP y exclama: "¡Por fin tienen el poder!" Luego sonríe, y dice: "Hay que animarles porque todavía no se lo creen". En ese instante, tres chicas, con un paquete de la mano cada una, piden paso. En el interior de esas cajas va el regalo a los candidatos. ¿Qué es? "Una gorra de capitán de barco", confirma una portavoz del partido. "Balears ya tiene capitán, ahora solo le falta el rumbo", bromea un militante.