Hasta hace una semana eran los jóvenes que nunca hacían nada. Tres años de crisis les habían valido un nombre: un programa de televisión tomó la ínfima parte por el todo y vistió a una generación entera de vagancia, desinterés, egoísmo y apatía. Los llamaron ni-nis. Ni estudian, ni trabajan, dijeron al principio. Ni sueñan, ni desean, ni tienen sangre en las venas, contaron luego. Así empezaron a caminar por la historia del siglo XXI: con un mal nombre. Falaz e hiriente. Después arreció la crisis y empezó la lluvia de clichés. Primero fueron la generación sin futuro: más preparada que ninguna pero con menos oportunidades que nunca. Más tarde los bautizaron generación condenada: la primera en más de un siglo que iba a vivir peor que sus padres. Luego se les consideró una generación abúlica y silenciosa: ni estudian, ni trabajan, ni se revuelven contra su destino como los jóvenes de países menos castigados por la crisis.

"Nuestros chavales están muertos", llegó a lamentar en público un líder sindical de Mallorca, tras el fracaso de la huelga contra la reforma laboral. Así que a la generación muerta le cayó otro granizo de clichés. Si ellos eran el futuro, no había futuro. Si la recuperación pasaba por sus pulgares encallecidos por el uso del teléfono y el abuso de la Play Station, no habría recuperación ni pensiones. No con los ni-nis. No con la generación Twitter. No con los jóvenes que nunca hacen nada. ¿Nunca? Nunca hasta el domingo pasado. Exactamente 15 días después de que los sindicatos naufragaran en el 1 de mayo de "los cuatro gatos" (según los líderes sindicales), decenas de miles de jóvenes salieron a la calle en toda España. En Palma fueron más de 3.000: el triple que el día de los cuatro gatos. Más numerosos, más ruidosos y más jóvenes: con ganas de gritar contra su situación y contra los clichés: hartos.

Quemados con la crisis. Cansados del paro que hace que solo uno de cada cuatro menores de 25 años de Balears tenga empleo y nómina (el 24,6%). Enfadados con una clase política que les ha condenado a jubilarse más tarde que nunca cuando ni han podido empezar a trabajar. Arrinconados en ese horizonte estrecho que es la vida bajo el ala de papá y mamá, en el nido familiar, al que solo en el último año volvieron 19.000 jóvenes mallorquines que antes habían logrado independizarse. Desesperados por la corrupción. Encendidos contra una banca que recibe el dinero y la ayuda que a ellos se les niega. Inflamados contra unos políticos que, como el secretario de Estado de Economía, les piden paciencia con el argumento de que estarán mejor "dentro de 20 ó 30 años". Cansados de los dos partidos a los que acusan de secuestrar la democracia y convertirla en una podrida partitocracia. Hastiados de gangrena social y aburridos de oír hablar de ni-nis.

Indignados en la calle

Hartos, quemados, desesperados, encendidos, cansados: indignados. El domingo saltó la chispa y el martes ardió la llama. El miércoles ya era una buena hoguera, alrededor de la que se cocinaba a fuego lento el malestar de decenas de miles de jóvenes que todavía hacen en guardia en 67 acampadas callejeras de toda España. También en Palma, donde ayer noche el movimiento vivió la que hasta ahora es su cima.

¿Hay razones para semejante alboroto? Los números dicen que sí, que hay motivos. Lo que no hay realmente es generación ni-ni: según Educación, el 69% de los menores de 25 han completado al menos la Secundaria y aunque solo uno de cada cuatro tienen nómina a fin de mes, realmente inactivos por voluntad hay apenas un 3%. Lo confirman historias como la de Mati Villar, 23 años vividos íntegramente en Mallorca para un hijo de inmigrantes que hoy brama contra la "injusticia que mata el esfuerzo de mis padres". "Soy hijo de inmigrantes y he conseguido acabar mi carrera. ¿Sabes lo que ha supuesto eso para mis padres, que llegaron de Colombia sin nada? Años de esfuerzo para nada, porque mi padre ahora está en paro, mi madre ha vuelto a trabajar limpiando casas y yo solo soy una carga sin trabajo, como mis dos hermanas pequeñas. Lo mejor que he conseguido en los últimos dos años con mi título son curros de verano por una miseria".

Nóminas de miseria

Que esa es otra: las nóminas que ofrece a la generación más preparada la sociedad más desequilibrada. Porque el mileurismo criticado ayer es hoy un privilegio en unas islas en las que, según datos de la Agencia Tributaria, ya hay 141.328 inframileuristas que malviven con una media de 350 euros al mes. Se entienden así las quejas de Albert Ramón, abogado, joven y frustrado que recuerda con tono firme la última vez que lloró. Fue hace tres meses: "Dejé mi casa para estudiar. Acabé la carrera de Derecho Económico, estudié alemán y hablo inglés. He cogido experiencia con sueldos de mierda en dos despachos de Madrid y el otro día fui a una entrevista en Barcelona con una firma que trabaja para empresarios del Este. Pedían alemán, inglés, Derecho Económico y experiencia: ¡me pedían a mi! Durante la entrevista me dijeron que me contrataban por 800 euros al mes. Me levanté y me fui. Cuando salí de allí estaba llorando de rabia. ¿Cómo vivo en Barcelona con 800 euros? ¿Cómo acepto eso después de toda la vida estudiando? ¿Trabajo para empresarios ricos y no me dejan ni migajas?", lamenta Albert, que aún enrojece recordando el episodio.

No es el único que siente que le humillan. "Es que al final nos van a cobrar por respirar", abunda Daniele Fregapane, otro falso ni-ni: ni estudia, ni trabaja, pero estudió y trabajó en lo que pudo y cuando pudo. También tuvo una hija con 22 años. Eso fue en septiembre y pocos días después de convertirse en padre tuvo la ocasión de descubrir que la sociedad del siglo XXI está lejos de ser justa. Fue en el juzgado de Manacor al que acudió a inscribir el nombre de su hija: se llama Mai pero la jueza que debía registrar el nombre lo encontró inadecuado. Pese a tener una trabajadora llamada Mai en su juzgado, pese a saber que Mai es un nombre original pero con muchos precedentes en España (lo contó Diario de Mallorca el 19 de septiembre), pese a ser consciente de que la doctrina de la dirección general del Registro que decidirá sobre el nombre es favorable a los padres en casi todos los precedentes, la jueza rechazó el recurso y negó el nombre. ¿Se sienten los jóvenes padres burlados? "Ya me dirás tú. Se ríen de ti. Es una tomadura de pelo", lamenta Daniele, que ha canalizado su indignación a través del movimiento que ha despertado a la sociedad.

Estos días Daniele acampa en la plaza de España y cuenta sus últimos meses, los que ha vivido Mai. Explica cómo frenó sus proyectos en seco para centrarse en el bebé. Cuenta cómo ha trabajado "en lo que ha ido saliendo"". Ahora de camarero, ahora de dependiente en una tienda, ahora echando una mano en la pizzería de su padre. Relata cómo se ha formado incluso para ser crupier de casino, curso que la valió una oferta de trabajo poco rentable: el minisueldo que le ofrecían no le daba para pagar la gasolina para llegar cada día al trabajo desde su hogar en Manacor. "Estamos tirando de ahorros, subsistiendo, con el paro que cobra mi chica y los trabajitos que van saliendo. Es una situación horrible y hay mucha gente igual o peor. Esto tenía que estallar y ha estallado", sintetiza Daniele, que tira de un golpe por tierra aquella teoría de que la cosa no está tan mal si no hay movilizaciones en la calle. Porque ya las hay.

Y no son antisistema. Lo dejan claro los proyectos del propio Daniele, que sueña con poder estudiar Ciencias Políticas, para "comprender bien el sistema y poder cambiar las cosas". Quiere estudiar la democracia y mejorarla, no destruirla. Y lo mismo defiende el movimiento que articula la protesta, Democracia Real Ya, calificado de "antisistema" por políticos como Esperanza Aguirre por pedir que todos los votos valgan lo mismo, que no haya corruptos en política, que no se rescate a bancos y cajas que luego suben el sueldo un 30% a sus directivos, que los políticos no tengan privilegios de casta o que en crisis se suban los impuestos de los que más tienen y no los de los que más sufren. También proponen que se reforme el Senado, una idea en la línea de otro conocido político antisistema: el ex ministro franquista, ex presidente y fundador del Partido Popular, Manuel Fraga, líder espiritual de la derecha que lleva un decenio pidiendo que el Senado pinte algo. "Creo que estamos demostrando que sí sabemos qué queremos", abunda Albert Bonnín, otro falso ni-ni que estos días acampa en Palma y recuerda una de las frases poderosas que han marcado estas movilizaciones: "No somos antisistema, el sistema es antinosotros".

El caso de Albert lo muestra. Él no estudia porque ya estudió dos ciclos de FP superior en Imagen y Sonido. Y no trabaja porque era barato de despedir cuando la crisis empezó. "Lo importante es no quedarse parado, aunque estés en paro. Si no tienes trabajo, búscalo, y si no lo encuentras, fórmate. Y si no te puedes formar, protesta, pero haz algo. Yo empecé esta semana un curso y aquí estoy en la plaza de España", resume, desmontando otro cliché, el de la apatía y el inmovilismo de la generación que nunca hace nada.

¿Nada? Basta pasar por una de sus tres asambleas diarias en plaza de España para comprobar el tamaño de la falsedad: en el momento más caliente, a eso de las diez de la noche, puede verse estos días a 500 chavales proponiendo de uno en uno y escuchando en silencio lo que dicen los demás. Solo entre las ocho y las doce del miércoles se escucharon más propuestas constructivas que en cuatro años de Parlament. Y lo mismo en Madrid, donde Democracia Real Ya consensuó un documento con 38 reformas para regenerar la democracia que el bipartidismo se quedó (se puede ver en la web www.democraciarealya.com). 38 propuestas en cuatro días de asambleas con miles de participantes.

La generación engañada

Cuatro días: nada comparado con los cinco años que tardaron PP y PSOE, PSOE y PP en consensuar la renovación del Tribunal Constitucional. Cinco años de disputas para que los políticos colocaran a sus jueces. Sus jueces: por eso la revolución que está en la calle pide que se cumpla algo que ya está en la Constitución, la separación de poderes. "Es que no puede extrañar el malestar que hay: lo que está pasando tenía que pasar. No se puede aguantar tanta tensión sin explotar", añade Albert Bonnín, que le pone una etiqueta más realista a sus generación: "Somos la generación engañada. Nos dijeron que si queríamos ser alguien teníamos que estudiar Bachillerato. Después nos contaron que si teníamos que ir a la Universidad. Y ahora resulta que no hay sitio para los universitarios".

Ni para Albert, ni para Mati, ni para Laura Riera, que tiene 28 años y mucha sorna: "El verano pasado fui la economista que mejor vendía camisetas en Playa de Palma. Y el anterior fui la economista con inglés y alemán que mejor servía helados en Punta Ballena". Por eso se indigna cuando escucha argumentos como el que defendía el martes uno de los tertulianos de Radio Nacional de España, que desde su púlpito público y su sueldo pagado con impuestos de todos aseguraba que los jóvenes "están mejor que nunca: pueden viajar a Londres por 30 euros".

Y no solo eso: según confirma el decano del Colegio de Ingenieros, también hay ofertas para volar gratis a Alemania, país en el que están ofreciendo billetes a jóvenes ingenieros dispuestos a coger allí el empleo que sus país les niega. También pueden volar cobrando los mil euros que en los buenos meses le pagan a Roi Banhos, joven piloto mileurista que tras invertir una fortuna en formación piensa en buscarse las castañas en Brasil. O pueden volar a Sidney, como hizo el ingeniero Marcos Bauzá, que encontró allí el trabajo de calidad y buen sueldo que aquí le habrían negado. O a Tasmania, como Matías Bonet, científico mallorquín que sigue en las Antípodas la vocación investigadora que tan mal se paga en España. O pueden no volar y quedarse para pelear pacíficamente en la calle por la vivienda, el empleo y la democracia realmente participativa que hoy les hurta un sistema que los jóvenes creen oxidado, caduco y en vía muerta: "Antinosotros".