No son políticos. Todavía no. Aún creen en lo que hacen y dicen lo que piensan. También piensan lo que dicen. Y no se cortan: manejan con desparpajo el vocabulario de la calle y se ciscan con naturalidad no fingida en el jugueteo electoral en el que ellos mismos se han metido. "Es un paripé intragable", dice una. "Las elecciones son de locos", dicen otros. Sudan a la carrera de mitin en mitin. Vuelan de mercados a barrios, de comercios a ferias, de torradas a playas. Pescan en los colegios y se multiplican en las asociaciones. Cazan voluntades como quien respira. Por eso ellos no respiran: la campaña ha atropellado sus vidas. "Si los políticos trabajasen siempre como en campaña el país iría de cine", bromean tres de ellos. Y todos ríen con carcajada sincera recordando anécdotas de campaña tan políticamente incorrectas que harían bullir la ira de cualquier estratega de partido. A ellos les hacen la gracia que harían a cualquiera. Pero ellos no son políticos. Aún no.

Son vírgenes de la política, que no de la vida: los siete protagonistas de esta historia han recorrido un largo camino profesional que les hace distintos a los candidatos al uso, esos Zapateros que no conocen otro oficio que el del mitin y la promesa. O esos Rajoys que han pasado la vida llenando el bolsillo con nóminas de cargo público y manejos entre bambalinas. De ahí la coletilla que comparten, la que repiten como mantra protector contra el contagio: "No soy político". Y hasta hace diez días no lo eran. Se sienten así distintos de los políticos criados y amamantados en la cantera de los partidos, esos líderes salidos de un molde que han logrado el raro hito de que tanto el presidente del Gobierno como el jefe de la oposición obtengan indefectiblemente un suspenso en la valoración de sus conciudadanos.

"Es normal que sea así. Viven desconectados de la calle, de los problemas de la gente. El político que no sabe qué es ser un trabajador, un autónomo, un empresario, el que no sabe qué supone mantener tu economía a través del trabajo duro no aportará a la política: si no han experimentado lo difícil que es estirar un sueldo para llegar a fin de mes, difícilmente sabrán solucionar los problemas de quien lo pasa mal. Muchos nunca han luchado por un sueldo fuera de la política y tienen el trabajo garantizado de por vida. Están en otra onda". Lo dice con contundencia Aina Díaz, que se estrena en el mundo de los mítines y las promesas como candidata de Esquerra Unida a la alcaldía de Inca.

Aunque que se estrene no quiere decir que no sepa lo que se trae entre manos. Más bien al contrario. Ningún político mallorquín de carrera y vida en poltrona puede presumir de llevar un decenio defendiendo al débil en los tribunales. Porque Aina bebe de una fuente casi seca, la que nutrió a esos abogados de izquierdas que durante la Transición tomaron desde sus bufetes las riendas de la izquierda. Como aquellos, la candidata Díaz defiende a trabajadores despedidos y a inmigrantes explotados. A currantes condenados a una vida en negro y a pequeños comerciantes que se enfrentan a las instituciones para cobrar las deudas que los amenazan de ruina. "La verdad es que la experiencia laboral que tengo es quizá la más adecuada para la gestión pública en una crisis del impacto social de ésta", resume Aina, a la que estos días no le dan las horas.

Ni a ella ni a ninguno de los siete entrevistados. Son de izquierda, de derecha y de centro. Nacionalistas españoles y nacionalistas catalanistas. Centralistas, federalistas e internacionalistas. Liberales y socialistas. Futuros diputados y aspirantes a alcalde. Doctores de la urgencia médica como Federico Sbert (PP) y abogadas de la urgencia social como Aina Díaz (Esquerra Unida). Ejecutivos poetas como Lluís Maicas (PSOE) y escritoras de tinta en pluma y clases en la agenda como Inés Matute (UPyD). Cantantes y locutores como Pep Suasi (PSM), directivos brillantes y futboleros como Juanjo Amengual (Lliga) y eruditos de la economía como Toni Serra (CxI). Maestros de lo suyo y aprendices de lo de todos, esa política que puede salvar el mundo o tirarlo por un barranco.

Distintos pero muy iguales: todos quieren airear el escenario público con inquietudes nuevas: las de la calle. "Es que yo no tengo nada de político. A veces notas que tienes un lenguaje distinto, el de la calle, pero me incorporo a la lista del PSM en Calvià no con la idea de vender el partido en el pueblo, sino para llevar al partido las inquietudes de la calle", recalca Pep Suasi, artista que ahora espera triunfar en política como triunfó con uno de los mejores programas de la historia de la radio balear, el Tot es posible... o no que dejó hace unos meses. Ahora le quita horas al disco que presentará en junio para recorrer su pueblo de punta a cabo.

Como hace Juanjo Amengual, director de márketing del Real Mallorca hasta que le llegó una llamada aún más salvaje que la del fútbol: la de la política. Se lo pedía el cuerpo. O más bien, se lo pedía el sentimiento de indignación que le ardía dentro. "Llevaba años indignado con cómo se hacen las cosas, se malgasta el dinero y se mete mano en la caja. Estaba como la mayoría de los ciudadano. Por eso me metí en este lío", reflexiona el candidato de la Lliga Regionalista a la alcaldía de Palma, que abraza los motivos más repetidos por quienes han aparcado sus carreras para seguir la senda política: indignación, hartazgo, ganas de cambiarlo todo desde dentro.

De todo ello habla Inés Matute, número dos de la lista de UPyD al Parlament, que está más que dispuesta a pasar de las palabras que pueblan sus novelas a los hechos que le reclama la ciudadanía. Quiere que el pensamiento descienda a las manos. Que algo cambie para que Mallorca se mueva. "Estoy descubriendo en campaña que la gente está muy desengañada, enfadada con los políticos, a los que meten en el mismo saco. Es comprensible. A quien tiene dos hijos en paro y no llega a fin de mes le cuesta creer en quien le gobierna. Y lo mismo ocurre con la corrupción. Yo tampoco confío en esos partidos: el que te roba una vez es como el que te pone los cuernos una vez, puede volver a hacerlo. Pero UPyD es un partido que nace para combatir esa forma de hacer política. Somos todos profesionales de otros ámbitos: profesores, abogados, escritores, economistas, trabajadores de todos los sectores, gente por lo general indignada que tiene ilusión en trabajar de otro modo", explica de un tirón Matutes, mujer con tanta facilidad para la palabra como para la sonrisa y el humor ácido.

300 votos en venta

Cuenta así entre divertida e indignada como la esposa de un patriarca gitano les preguntaba hace unos días qué les daba UPyD por 300 votos. "Les respondimos que en UPyD somos pobres y además no nos dedicamos a eso, pero cada vez que te acercas a alguien en campaña para darle propaganda abres una puerta por la que entra todo: te cuentan sus dramas personales, los de sus hijos, que hacen una confitura de naranja muy buena... Es apasionante y agotador". Para ella y para todos los miembros de un partido, UPyD, que habría bastado para aportar todos los protagonistas de diez reportajes como este: en sus listas no hay políticos profesionales

El político profesional prefiere el partido grande, el de poltrona fácil cada cuatro años. Por eso es tan complicado encontrar vírgenes de la política en las listas de los aparatos que acaparan el poder desde hace casi tres décadas: PP y PSOE, PSOE y PP, tanto monta... Porque aunque el PP dice que sus listas son las más renovadas, lo cierto es que no lo son: están preñadas de altos cargos de etapas de recuerdo tan infausto como la de Matas, que aún cuenta a diez de sus directores generales, consellers y más altos cargos en el listado que presenta Bauzá al Parlament. La gran novedad del PP es así Mateo Isern, candidato en Palma y abogado que regenta un despacho especializado en la ejecución judicial de embargos y desahucios de pisos para la banca. Y algo parecido pasa en el PSOE, en el que la renovación no afecta a las cabezas de cartel: el "cambio" al que ambos partidos apelan en el eslogan de campaña es en rigor un maquillaje con figuras de otros ámbitos.

Agobios de campaña

Son gente como Federico Sbert (PP) y Lluís Maicas (PSOE), que se suman a la lista al Parlament con la ilusión de llevar lo mucho que sus exitosas carreras profesionales y vitales les han enseñado. "Para mi lo de la política es una tentación largamente evitada, pero esta vez he creído oportuno dar el paso. Al final, si no haces la política, te la hacen", aclara Lluís Maicas, ejecutivo de Quely, escritor, poeta y ahora político novato al que le cuesta encontrar un solo minuto en su agenda. "Voy apretadillo, la verdad", aclara, sorprendido también por esa tempestad sin tregua que es la campaña .

Le entiende a la perfección Federico Sbert, que también llega a la entrevista a la carrera. "Empiezo a pensar que políticos como Bauzá son superhombres: ¿Cómo puede llegar a cuatro islas en un día y estar ne todos los actos?", se pregunta, antes de decir algo que suena a declaración de principios: "Yo soy médico, no soy político. Mi mujer me lo recuerda a diario", dice. Y se ríe. Porque Sbert, como Maicas y la mayoría de los entrevistados son de risa fácil: aún disfrutan de esa misma política que es amargura para muchos de los que la ejercen como único modo de vida.

"La política no es una profesión"

"Estoy ilusionadísimo por hacer cosas. Pero tengo claro que esto es para unos años. La política no es una profesión. La gente me pide que no cambie y no lo haré. He aprendido como médico a decir las cosas claras a la gente, así que de mi no se pueden esperar promesas que no se puedan cumplir. Si engañas a la gente en campaña, cuando te la juegas, ¿qué no harás después?", recalca Sbert, "un tío estupendo para ser del PP", como bromean unos amigos que se cruzan con él durante la entrevista. El ríe con ganas y no se cansa de saludar.

También disfruta del contacto con la gente Maicas, que se plantea pasar un período "corto" en política: una o dos legislaturas. "La profesionalización de la política acaba siendo un problema, provoca que el político pierda el contacto con la realidad que gobierna", abunda el número tres del PSOE al Parlament, al que da la razón Antoni Serra, profesor de Economía en la Universidad que se estrena como político con un reto de aúpa: coordinar la campaña del partido nacido de lo que quedó de UM, Convergència (CxI). ¿Cómo es posible? Pues porque antes que político es un experto en gestión y marketing, hecho que también explica su tesis: "Tendría que ser una norma que nadie pueda entrar en política hasta que tenga un futuro profesional consolidado en otro ámbito", dice. Y se lo cree. Al menos por ahora. ¿Cambiará? Dice que no, como todos. El tiempo dirá. Y nosotros se lo contaremos.