La náutica mallorquina no moja. Amarra en seco, que es más barato. Tras dos años de velas plegadas y barcos al pairo, la campaña 2011 comienza con olor a Trafalgar: se masca la derrota. Otra derrota: el año pasado fue el peor que recuerda el sector, con caídas en las reservas de amarres antes del verano de hasta el 30% en puertos como el de Alcúdia. Y para este verano las previsiones no son mejores. Ni en la venta de barcos, ni en el alquiler de yates, ni en la reserva de amarres, ni en la actividad de los astilleros dedicados al mantenimiento, que han vivido su tercer invierno consecutivo de galerna económica y brazos caídos con poco que reparar: si no hay barcos, no los hay para nadie.

Y no hay barcos. O más bien: no se venden barcos. "Ni siquiera a mitad de precio", insisten en el sector, en el que subrayan que el temporal que no cesa tiene su origen en un desplome sin precedentes de la compraventa de embarcaciones. "La venta de embarcaciones está parada, y eso repercute con dureza en todas las demás actividades relacionadas con el mar y la náutica", recalca Ricardo Ferrer, director del puerto deportivo de Santa Ponça, que sabe lo que se dice: ha visto cómo el chirriar de dientes de quienes pelean a diario por vender velas y yates ha degenerado en apreturas y sudores en las terrazas y fogones de los restaurantes que hay instalados cerca de la dársena. ¿Cómo? Lo dicho: si no hay barcos no los hay para nadie. Ni para astilleros, ni para clubes náuticos, ni para comercios y restaurantes. "Estamos renegociando con las empresas instaladas en el puerto que tenemos de alquiler porque lo están pasando mal", confirma Ferrer, que mete el dedo en la auténtica llaga del naval y la náutica: cuando no se venden barcos, no fluyen los euros, y cuando no fluyen los euros, no se crea empleo, solo deudas apuros para cuadrar el mes.

Y no fluyen los euros ni se venden barcos. Ni pequeños ni grandes. Ni cubiertas de lujo con suite a bordo, ni lanchas de proa afilada en mil travesías. Ni siquiera a precios que habrían dado risa hace tres años. "Hoy el que vende a la mitad de lo que pide tiene mucha suerte. He visto ventas de yates de 4 millones que se acabaron firmándose por 1,4 millones después de mucho tiempo. O de barcos de dos millones vendidos por menos de 700.000 euros", resume Pat Bullock, empresaria estadounidense que hace treinta años convirtió Mallorca en sede de su empresa de importación de barcos de lujo y hoy tira de memoria y experiencia para aseguran que el sector vive uno de sus momentos más delicados en la isla.

Descuentos de hasta el 70%

Con la oportunidad que eso conlleva, que toda moneda tiene dos caras: basta un sondeo rápido y superficial entre las empresas y webs de venta de barcos para encontrar en Mallorca veleros de 15 metros de eslora y seis años de vida por menos de 60.000 euros. O embarcaciones a motor de siete y ocho metros por menos de 50.000. O barquitas con motor a precios de coche de segunda mano.

Pero lo que es bueno para el comprador no suele serlo para el vendedor. "Es que si para vender hay que bajar un 65% el precio, ya me dirás", zanja Bullock, que se confiesa "muy pesimista": tres años luchando contra los elementos hacen mella hasta en la moral del capitán más curtido. Y los elementos rugen con fuerza, subraya Margarita Dahlberg, presidenta de la Asociación de Empresas Náuticas de Balears: "Es que estamos en una situación horrible que va a peor. Hay ofertas de más del 50% y no se está vendiendo nada. ¡Nada! El impuesto de matriculación nos está matando".

El impuesto de matriculación: la bicha para la náutica española, que habla de ese 12% que ha de pagar todo barco que navegue por aguas españolas como el enemigo común, el cáncer que curar, el factor clave que ha hecho que los muelles de Mallorca pierdan su posición de privilegio en favor de los puertos de Francia, Italia, Chipre o incluso Marruecos. De ello fue a hablarles a los diputados del Congreso Juan Gual, presidente de la Cámara de Comercio de Mallorca, una de las instituciones más vigorosas en la defensa de una actividad que consideran estratégica: la náutica. "Es prácticamente el único sector en que Mallorca va a poder crecer", recalca Gual, que enseguida se mete en harina: toca hablar de la bicha, ya saben, la matriculación y sus desgracias, que son muchas.

"Tenemos un sector náutico competitivo que no puede competir porque el Estado nos saca del mercado con un impuesto: ese 12% que no cobra nadie más en Europa contribuye a que nos hayan adelantado Francia e Italia, que hace 20 años estaban por detrás", argumenta Gual, que cree que sus señorías del PSOE, el PP y compañía abrieron los ojos al negocio cuando les explicó la situación en el Congreso hace solo una semana. "Lo comprendieron, creo, se dan cuenta de que es absurdo hundir un sector que genera 1.000 millones de euros al año y atrae 600.000 turistas por un impuesto con el que se recaudó el año pasado un total de 20 millones en España y 1.054.000 euros en Balears".

"Caza de brujas" en el mar

Las cifras son ridículas, pero bastan para matar al sector: ¿Quién paga 250.000 euros de impuestos por amarrar un barco en Mallorca si le cuesta exactamente cero echar el ancla en Córcega o Cerdeña? Para que se hagan una idea, Balears recauda diez veces más solo con el impuesto sobre el alcohol que con la matriculación de barcos. Por eso el daño es más psicológico que recaudatorio: el impuesto resta atractivo, aunque no actúa solo: según el sector se ve agravado por el impacto de lo definen como "caza de brujas" en el mar: "El año pasado vimos a la Guardia Civil intervenir en el mar para preguntar a turistas que están con un yate chárter cómo es que ellos son ingleses y su bandera es de Bahamas. Vienen a estar tranquilos y les salen con estas. Después de dos escenas de estas, pierden las ganas de venir a Mallorca", denuncia Gual.

Sus críticas encuentran respaldo en anécdotas similares de Pat Bullock y de Margarita Dahlberg. "Es una persecución. Están asustando a nuestros clientes. –recalca Dahlberg–. Lo hemos visto en las ferias náuticas de este invierno en París, Mónaco y Düsseldorf, donde vimos que hay negocio y gente interesada en venir a Mallorca que se echa para atrás por el impuesto de matriculación y por el miedo a Hacienda que, encima, cuando reclaman el 12% lo piden sobre el valor del barco que ellos quieren. Dicen que vale un millón y te cobran 120.000 euros. Si dicen que vale 2, pues el doble. No aceptan peritajes independientes"

Turistas con dinero

¿Resultado? Los barcos buscan horizontes menos turbulentos. "Tengo un montón de expedientes en mi mesa de barcos que quieren venir a Mallorca y que no vendrán porque no saben ni cómo les van a liquidar el impuesto de matriculación", define Bullock. Asiente Patrick Reynés, director de Marina Port de Mallorca y presidente de la Asociación de Instalaciones Náuticas Deportivas, que insiste en lo más importante: si no hay barcos, no los hay para nadie: "Por ese 12% se pierde mucho dinero de impuestos, porque esos barcos y quienes los usan compran en nuestras tiendas, comen en nuestros restaurantes, amarran en nuestros muelles, tienen aquí tripulaciones en invierno que consumen en Mallorca, y reparan sus embarcaciones en nuestros astilleros. Todo eso se pierde".

Y todo eso es mucho: una pila de euros. La tiene cuantificada la Cámara de Comercio, que ofrece cifras esclarecedoras: un turista náutico que llega a Mallorca se gasta cinco veces más que uno normal. Y está el doble de tiempo. O dicho en números, para los fanáticos del guarismo: el náutico se deja 1.260 euros por estancia, mientras el veraneante de a pie, el de chancla en aeropuerto, gasta 280 euros. Por eso interesa el náutico. Y por eso el sector y la Cámara unen fuerzas contra el impuesto que amenaza con dejar al mar y sus barcos fuera de la fiesta que se espera en la temporada que ahora empieza.

"Será un boom hotelero, no náutico", certifica Bartomeu Bestard, director del puerto Alcudiamar, que sabe que de los 6.000 barcos que Mallorca repara al año comen muchas bocas. Tantas como de los restaurantes y comercios que alimentan a navegantes y marineros. "Ese es otro error: se ve la náutica como algo de ricos y se olvida el empleo que da". Y en ese olvido zozobra un sector que amenaza con irse a pique. O eso teme Dahlberg: "No olvidemos que perder el mercado es duro, pero más difícil es recuperarlo. Y lo estamos matando". Por eso no se venden ni las gangas.