La vía conectora les desconecta de su vida. De sus vidas. Porque no son uno ni dos: son decenas. Algunos nacieron junto a las chimeneas que mañana serán asfalto. Otros pusieron los cimientos céntimo a céntimo: ahorros de aquí y de allí convertidos en el hogar de todos sus esfuerzos. Y los que menos verán cómo su tranquilidad queda sepultada bajo un proyecto anunciado para el bien común y hecho de millones de euros, kilómetros de autopista y alguna que otra promesa incumplida.

Les duelen especialmente las que pronunció la presidenta del Consell allá por 2008. Están en la hemeroteca. Un 4 de octubre, Francina Armengol anunciaba que no se haría nunca una autovía. Que serían cuatro carriles sin vías de servicio. Que los coches no pasarían de 80 kilómetros por hora. Que se respetarían al máximo las casas y el poco rural que el desarrollo ha dejado a Palma. Que no se tocaría Son Sardina. Y que todo valdría 105 millones. Pero no: donde iba a haber una carretera habrá una autovía con vías de servicio. No son dos carriles: son cuatro y a veces seis, con coches volando a 120, no a 80. Y no cuesta 105: sale por 157 millones. Tritura una quincena de casas de Son Sardina y otras tantas en el resto del recorrido.

Y lo llaman vía conectora, aunque siempre fue un cinturón. El segundo cinturón: el que desalojará a 32 familias y trastocará el día a día de otras 150. Lo cuentan ellos mismos. Son ancianos y jóvenes. Parejas recién hipotecadas, familias con pocos recursos y herederos de sexta generación con posesiones más grandes que el estadio de Son Moix. Trabajadores, empresarios, parados y jubilados. Los últimos payeses de la Palma del siglo XXI y los primeros psicólogos que plantaron el diván en el rural, para tranquilidad de unos clientes que ahora escucharán el zumbido del progreso: miles de coches lanzados a 120 kilómetros por hora.

Ese es el caso de Toni Jiménez, que en realidad se da con un canto en los dientes: es de los menos afectados. Su casa y su consulta se librarán de la piqueta por centímetros. Quedará, eso sí, rodeada de asfalto y motores a la carrera. Por la fachada sur le pasará el final de un puente que conduce al Pla de na Tesa y una vía de servicio de dos carriles que le come un pedazo de jardín; por el norte, verá seis franjas de asfalto por las que circularán los miles de ciudadanos que acelerarán entre es Coll de´n Rabassa, la autopista de Inca y Can Valero: 142.000 coches al día. "La verdad es que he tenido suerte, y conmigo los ingenieros se han portado bien. Aceptaron las alegaciones que hicimos. Pero aún así no entiendo la obra: no tiene sentido. Aceleran el tráfico durante el recorrido, pero mantienen el problema. La gente llegará antes al atasco del final de la vía conectora, que da a la carretera de Inca y más allá a la de Soller y, por tanto, acabará embocando el tráfico por el primer cinturón, así que no ganamos nada".

La crítica se repite en los barrios, urbanizaciones y pueblos afectados. Aunque hay quien suspira aliviado. Como Antonio Aguilar y su hijo, que hace años vieron cómo la piscina de su casa se convertía en la primera versión del segundo cinturón, y ahora recibirán otro mordisco que se tragará una franja de jardín de dos metros de ancho y casi 100 de largo. "Por lo que hemos visto son dos metros, porque como sean tres…"

Como sean tres su casa peligra. Como peligra parte de la planta de aluminio de Mairata. Frente a ella crecerá un paso elevado que conectará el hospital de Son Llàtzer y Son Ferriol. Dan trabajo a 60 personas y saben que la ampliación les quitará un trozo. Otro: hace años perdieron músculo con la construcción de la Ma-30 de solo dos carriles. ¿Se verá en peligro la actividad de la planta? Piden con educación no contestar, pero su preocupación denota que la amenaza está viva. Tan viva que los planos del Consell dejan poco espacio a la duda: le hincarán el diente a su planta de aluminio.

142.000 coches en la ventana

Aunque no hace falta tocar o morder para romper. Un grito puede hacer más daño que un puñetazo. Y los gritos de miles de carburadores retumbarán en cientos de casas. Lo saben los vecinos de la decena de adosados que duermen entre el segundo cinturón y la carretera de Sineu: cambian la rotonda a ras de suelo de hoy por una una autovía de cuatro carriles y un excalestric a dos metros de altura que pasará por la orilla de sus ventanas. Al otro lado, el mismo circuito liquidará parte de una finca con cien naranjos: Ca´n Furió, una casona de piedra con jardín que será solo casona. Adiós jardín. Hola autopista.

"En algunos casos es mejor que te expropien a que te dejen con una autovía a la puerta de casa, aislado de la ciudad y con miles de coches delante de la ventana, día y noche", reflexiona Antoni Reinés, portavoz de la plataforma contra el segundo cinturón y dueño de un chalé que pronto en vez de patio lucirá una autopista. Por eso no sabe si tiene buena o mala suerte. Y eso que conoce de cerca las dos opciones: a unos metros, frente a su casa, están las de sus primos, dos adosados a los que la autovía les pasa por medio. "Llevamos aquí 26 años. Las casas las hicieron mis padres para que no nos fuéramos muy lejos. Ahora tienen más de 80 años y se van a quedar solos porque las nuestras las tiran y la suya también está afectada", relata Maria Salom, que habla de la depresión que sigue a la noticia, el punto final a una historia que se remonta seis generaciones: la de su familia. "El primero que nos dijo que nos iban a tirar la casa fue un técnico, que pidió permiso para medir y ,cuando le preguntamos por qué, nos dijo que iban a tirar las casas, pero que no nos preocupáramos, que nos indemnizarían. Así de crudo. ¡Qué no nos preocupemos! Tiran la casa de tu vida y te dicen que no te preocupes. El vecino de enfrente, que está igual, cada vez que le hablas del tema le saltan las lágrimas. Está hecho polvo. La construyó con los ahorros de toda la vida trabajando en su bar". Su bar: La Última Parada, un café frente a la sede del Consell. El café de los ingenieros que pintaron la vía que (dicen) vertebrará Palma y le desconectará de su hogar. Una mueca del destino que hace eco en una finca cercana: Son Pons.

Allí, entre 9.000 almendros plantados hace unos años y subvencionados con dinero de la ecotasa del primer Govern de Progrés, la mueca del destino se tuerce burlona: los mismos partidos de la ecotasa se cepillan con su trazado para el cinturón 6.000 de los 9.000 almendros que subvencionaron. Por eso el payés más joven que le queda a Palma, Bernat Adrover, de 34 años, hierve en su jugo mientras describe el destrozo: donde hoy florece la única explotación de almendros ecológicos de Mallorca mañana habrá una rotonda del tamaño de la plaza de España y una autovía de cuatro carriles.

Almendros a la basura

Un millón de euros en almendros a la basura. "Soy payés, pero no soy un paleto: tengo dos dedos de frente para ver que hacen todo al revés. Hemos modernizado el cultivo, hemos apostado por el almendro ecológico y el campo cuando nadie más lo hace, y ahora vienen a ponerme una autopista para ir a 120. ¡Que esto no es Madrid, que esto es Mallorca! ¡Que a 80 se va bien! Yo quiero un poco esta tierra. ¿De qué van? ¿Qué es esto, la autopista Madrid-Toledo?", reflexiona Bernat, agricultor formado, leído y viajado que perderá el 60% de la finca de su familia. 15 de 23 hectáreas pasarán a estar sembradas de asfalto. "Si Mallorca necesita una carretera, ayudamos. Les basta con desdoblar el camí dels Reis para no tener que destruir todo. Y si hay que ceder terreno, se cede. ¡Claro! Pero esto es una barbaridad", clama. E insiste: "Així no!" Així no: el lema de la plataforma de afectados del cinturón, que en realidad no se opone al cinturón: solo se opone a este cinturón.

Y argumentos no les faltan. El mejor y más poderoso se ve sobre el plano: la nueva lengua de asfalto corre casi en paralelo al camí dels Reis, una carretera de doble vía al norte del polígono de Son Castelló que fluye junto a una franja de tierra muerta en la que solo hay un puñado de terreno embarrado por las lluvias de esta semana, coches abandonados, un solar con material de construcción y camiones aparcados. ¿Por qué no se desdobla esa vía en vez de arrasar fincas y casas a un centenar de metros? Los vecinos no lo entienden. De hecho, dicen, están cocinando una contrapropuesta que incluye esa idea: haciendo algo tan simple como usar el terreno baldío se librarían de la piqueta al menos 23 de las 32 casas que atropellará el cinturón.

Evitarían el destrozo Toni, su mujer y su suegra, dueños y residentes de sa Torre de Can Sastre, un caserón de piedra junto a un prado tan verde que parece pintado. Allí pastan caballos. Antes lo hacían vacas. Mañana, quién sabe: "Si es como pone el plano, la autovía pasa por medio". Así que tendrán una casa a un lado y medio prado al otro. Lo mismo le sucederá a sus vecinos del este, y mucho peor les irá a los que se acaban de instalar al sur: son una pareja joven que se hipotecó para levantar una casa e invirtió en un picadero de caballos que parece tener los días contados: el asfalto y los bólidos que tirarán su vivienda son incompatibles con la equitación.

Y con las naranjas de Son Pons, una plantación tan bella como grande a la que pronto le crecerán señales y radares de tráfico, el mismo cultivo que se dará en los terrenos de Can de Lorda, donde Toni, su madre y su padre, de 83 años, se han criado. "Nací en esta casa. Ya era de mis abuelos", cuenta el anciano, que señala los campos junto al torrent Gros que asfaltará el Consell, la misma institución que ha condenado a la piqueta las casas de Bartolomé Hernández, Mercedes Porcel, Magdalena Hernández, Pilar Real, Juan Manuel García y otras diez familias, vecinos humildes de casitas humildes de un barrio humilde que recuerda la promesa de Armengol en 2008: "Evitaremos destrozar zonas emblemáticas como Son Sardina". Y va a ser que no.