La Operación Fortitude fue una estratagema ideada por americanos y británicos para engañar a Hitler. Un falso ejército comandado por el general George Patton acampó en el sur de Inglaterra frente a la ciudad francesa de Calais. Sus divisiones sumaban miles de tanques hinchables y tiendas vacías. Garbo, el nombre de guerra del espía catalán Joan Pujol, dio fe –falsa fe– de estos preparativos aliados para invadir el continente. El tirano alemán concentró en la zona más estrecha del Canal de la Mancha buena parte de sus efectivos y perdió un tiempo precioso cuando el 6 de junio de 1944 los aliados desembarcaron 250 kilómetros más al sur, en las playas de Normandía.

Los partidos políticos de Balears afilan sus armas. Es lógico. Estamos a solo cinco meses de las elecciones municipales y autonómicas. La prudencia aconseja a los buenos generales ocultar al enemigo la estrategia y el armamento disponibles. Sin embargo, en toda lid algunos movimientos previos permiten intuir qué estrategia empleará el rival. Los primeros indicios apuntan a que una de las armas que saltarán al próximo debate electoral será el de la inmigración.

Rosa Estarás y José Ramón Bauzá han presentado una encuesta según la que el 62,4% de los ciudadanos de Balears considera que la inmigración es negativa. Hubiesen podido preguntar si opinan que los políticos son negativos para Balears y el resultado hubiese sido escandaloso. Pero no, se interesaron por los inmigrantes. Tal vez Signe i Significat, la empresa demoscópica contratada por el PP, hubiese podido interrogar a los 850 encuestados sobre cuál debería ser el destino de los políticos inmersos en casos de corrupción y el 99% de la muestra –el resto son políticos– demandaría, como mínimo, la cadena perpetua. Los populares ya aventaron la cuestión migratoria en la campaña catalana y Alicia Sánchez Camacho cree que les resultó rentable. Con sus insinuaciones comieron terreno a la ultraderecha que representa la Plataforma por Cataluña de José Anglada y, de paso, guiñaron un ojo a votantes habituales de la izquierda que sienten amenazado su puesto de trabajo por los venidos de fuera.

El PP tiene todo el derecho del mundo a sacar a colación la cuestión migratoria, pero debe hacerlo con seriedad. No amagando con sondeos que, según Rosa Estarás, prueban que los ciudadanos defienden lo mismo que el PP: "¿Inmigración sí, pero regulada y con papeles?" ¿Alguien defiende lo contrario? No ¿Estamos ante una cuestión regional? No. Entonces, ¿por qué entabla la polémica en vísperas de unas elecciones autonómicas? Por contabilidad electoral.

Estarás y Bauzá quieren hablar de inmigración. De acuerdo. Hágase –como diría el emigrante Matas–, aunque la razón sea espuria. Pero que sea con todas las cartas sobre la mesa.

Que midan sus palabras, incluso si militan en el PP, quienes han tenido en su casa a una interna colombiana o ecuatoriana, a veces sin papeles, para cuidar a personas mayores durante las 24 horas del día a cambio de poco más del salario mínimo interprofesional. Si la inmigración era tan negativa debieron contratar a un/una cuidador/a nacional –el aumento del coste no debe tenerse en cuenta frente a poderosas razones ideológicas–.

Que aporten su experiencia al debate los empresarios que contrataron a magrebíes y subsaharianos para finalizar antes de las elecciones todas las obras iniciadas simultáneamente por el Ejecutivo que vicepresidía Estarás.

Que hablen discretamente quienes impulsaron el milagro económico del ladrillo en tiempos de Aznar gracias a la llegada de decenas de miles de extranjeros.

Que se lo piensen dos veces quienes conservan en la memoria familiar el abandono de su pueblo y la casa de sus ancestros en busca de un futuro mejor en tierras desconocidas, con costumbres distintas y con lenguas que resultaban incomprensibles.

Con todos los elementos sobre la mesa se podrá afrontar un debate serio. Con una encuesta a la carta, como la del PP, solo vemos una maniobra de distracción en forma de xenofobia de baja intensidad.