­"La felicidad verdadera es la que te ganas con tus manos". La frase es de Mao Tse-Tung, pero la repite con fervor aprendido en la escuela Fu Yuan. Chino, joven y emprendedor, atiende en la puerta de su tienda con los ojos rasgados y la sonrisa puesta. Luce traje sin corbata y fuego en las venas. Se le nota en la mirada cuando cuenta con pasión y aspavientos una historia que parece escrita por el mismísimo Mao: la suya, una emigración a la china que empezó en un carguero del Pacífico y acabó en un restaurante de Palma. Del Gran Dragón refundado por Mao como República Popular a la Mallorca de Jaume Matas, ese líder que practicaba el comunismo a la inversa: todos para uno.

"Llegue hace ocho años", relata Yuan en un castellano más trabado que el del president Antich. "Cuesta mucho aprender", reconoce. A ello dedicó los primeros años en Palma. "Trabajaba y trabajaba. Doce o catorce horas. Y ahorraba. Luego daba clase de español y dormía un poco". Así durante tres años en los que compartió vivienda con otros diez inmigrantes en busca de fortuna: un hogar estrecho como los que hoy albergan por docenas a inmigrantes chinos como los que copan un edificio entero de la calle Lluís Martí (Pere Garau), un espacio tan escaso que no tiene ni armarios: la ropa cuelga por fuera de las ventanas.

"Al principio no hay dinero", matiza Yuan. Así que hay que compartir. Piso compartido, comida compartida, gastos compartidos y proyectos compartidos. Todos para todos. "Estamos más unidos que los mallorquines", afirma Yuan, que cree que esa es la clave del éxito: cuando los bancos se retiran y el dinero mallorquín se esconde, China invierte en equipo.

Son tan piña que se apiñan. Basta dar un paseo por el barrio de Yuan para verlo. Pere Garau y sus calles Nuredduna y Manuel de los Herreros son la incipiente China Town, cinco manzanas en las que se pueden contar hasta siete peluquerías. Puerta con puerta. Alisado anual por 40 euros contra corte y peinado por diez. ¿Hay para todos? Debe. Aunque quedan pocos mallorquines. "Solo estamos nosotros y la zapatería Mesquida, el resto son todos chinos, pero unos y otros vendemos productos distintos", aclara la encargada de Vicky Center, una zapatería que ha hecho de la calidad y las marcas su refugio contra la avalancha de precios de chiste en Pere Garau.

Aunque si piensan que los comercios chinos son solo precios risibles, despierten: junto a la plaza de las Columnas crecen negocios como el de Fang Ji, que ha construido una tienda de decoración moderna y ropa a la última que no tiene nada que envidiarle a las que posee aquel camisero leonés que con precios baratos y esfuerzo máximo creo el imperio Zara. Al fin y al cabo, Zara y Fang Ji producen en el mismo país, así que a China no le hace falta hacer espionaje industrial: Occidente se encarga de mandar sus diseños.

Trabajar más por menos

El resto es trabajo. Trabajo excesivo a ojos de un occidental. Porque los chinos trabajan más por menos. Mucho más por mucho menos. Pecado mortal. Por eso el día de Reyes, a eso de las diez, solo había abiertas ocho tiendas en Pere Garau y todas lucían la misma mirada rasgada. Y por eso Fu Yuan saca pecho cuando se le pregunta por el éxito chino: "Será que somos más listos", bromea, antes de responder en serio: "Si tu negocio va mal, trabaja más. Es lo que hacemos nosotros". Lo hacen hasta el exceso en tiendas chinas del tamaño de Carrefour en las que no existen los horarios. Como el Hiper Chino (así se llama) de Son Fuster, más de mil metros de todo lo imaginable que desatan la ira de los comerciantes locales contra la conselleria de Comercio: "No hacen nada –denuncia Tirado, de Acotur–. No sé que intereses tienen". Tampoco fue posible preguntárselo: el viernes después de Reyes, el del primer puente del año y el inicio de las rebajas, los dos directores generales del área de Comercio estaban "fuera". ¿Qué pensaría Mao? Adivinen.