Los albañiles, electricistas y fontaneros trabajan a toda pastilla bajo la atenta mirada de supervisores alemanes. Cada día se levanta un nuevo muro o se cambia un pasadizo. Son tantas las variaciones que a veces pillan por sorpresa al director general del Jumeirah Port Sóller Hotel & Spa, Fernando Gibaja. Este será el nombre de uno de los "mejores alojamientos de Europa", desvela Gibaja. También brindará las estancias más lujosas y caras de la isla. El coste de la habitación sin desayunto oscilará entre 600 y 800 euros la noche. En temporada baja la factura descenderá a 200 o 300 euros.

Sobre el plano, el establecimiento esconde la forma de una trompa de elefante. De punta a punta el cliente puede recorrer 800 metros y salvar 19 pisos de desnivel. Cuando el visitante entra en su interior, le invade la sensación de subir a bordo de un enorme barco a punto de deslizarse sobre el Mediterráneo. La proa es gigantesca y desde ella se contempla el Port de Sóller y las montañas que lo rodean. El restaurante hace las veces del castillo de popa. El complejo se estructura en once edificios, unos de líneas clásicas y otros de estilo vanguardista pendientes de armonizar por los acabados y los jardines de vegetación autóctona. Los inmuebles se levantan sobre la cresta de sa Talaia, la que dio nombre a un antiguo hotel que ocupó el lugar hace años.

Este proyecto ha estado en un tris de fracasar. Su construcción se paralizó en 2002 y sólo ahora avanza a ritmo febril. Ya no hay vuelta atrás. Los dueños quieren sacar jugo a una inversión millonaria. "Nos lo entregarán en septiembre de este año y abriremos las puertas en marzo de 2012", pronostica Fernando Gibaja. El establecimiento pertenece a la rama inmobiliaria del grupo alemán DekaBank, uno de los gestores financieros más importantes de Europa. DekaBank se ha gastado entre 120 y 150 millones de euros. "Este montante implica que por cada habitación han inyectado un millón de euros o más, cuando lo habitual en un cinco estrellas es dedicar 300.000 euros", explica. No hay astros para fijar la categoría del establecimiento y oficialmente figurará en los registros como un cinco estrellas de gran lujo.

Los alemanes levantan el hotel y los dubaitíes se encargan de la gestión. El grupo hotelero Jumeirah lo incorporará a su cartera como el primer resort de playa en Europa, aunque en verdad no se ha configurado como el típico alojamiento de sol y arena. Sus clientes tampoco lo desean, puntualiza Gibaja.

La cadena Jumeirah pertenece a Dubai Holding, el conglomerado empresarial de la familia real presidido por Mohammed Al-Gergawi. Como muchos negocios dubaitíes, el holding atraviesa un momento delicado tras el estallido de la burbuja inmobiliaria que en su momento más álgido les indujo a construir en el mar una una isla en forma de palmera. El ladrillo, como en España, ha dejado un saco de deudas pero la rama hotelera Jumeirah marcha con las velas bien hinchadas gracias a los turistas rusos y al desarrollo del negocio en Asia, certifica esta semana el rotativo económico Financial Times. En 2011 prevé siete aperturas repartidas entre Frankfurt, Dubai, Maldivas, Abu Dhabi, Shangai y Kuwait. Las estrecheces de la matriz no repercutirán en Sóller, asegura Fernando Gibaja. Por cuestión de orgullo "los árabes no permitirían un borrón en su imagen", incide. Antes de mostrar debilidad "se ayudan entre sí, como ocurrió con la Torre Jalifa", el techo urbanístico de 828 metros.

La marca Jumeirah remite de forma instantánea a la estampa del hotel Burj Al Arab, erigido sobre tierra ganada al mar, cuya cima se sitúa a 321 metros de altura. Fue el primer hotel del mundo en recibir la categoría de siete estrellas. El lujo en el El Burj Al Arab es tan extremo que no oferta habitaciones corrientes, tan sólo dispone de suites. El mármol, el oro y la mejor caoba revisten sus salones.

El hotel de Sóller no desplegará tanta opulencia. "El turista europeo no comparte los mismos gustos que el ruso y el árabe", matiza Gibaja. El director general se esforzará en la captación de alemanes, ingleses y españoles, sin descuidar a nórdicos, árabes, rusos y mallorquines que quieran casarse en sus instalaciones, tomarse un copa en el chill out o relajarse en el spa.

Para todos ellos habilitará 120 habitaciones de entre 40 y 60 metros cuadrados de superficie salvo dos. La Royal Suite dispone de 148 metros cuadrados, la extensión donde se desenvuelve a sus anchas una familia numerosa. Detrás de sus enormes cristaleras no hay más que precipicio y mar. Sentado en la taza del retrete de la Royal Suite se puede observar la inmensidad del Mediterráneo. La otra gran cámara es la dedicada a la novia (Bridal Suite): 116 metros cuadrados desplegados en dos plantas y una terraza gigantesca como la proa de un barco de Trasmediterránea. Ideal para celebrar una boda con todo el boato del mundo.

En todas las habitaciones colgarán obras originales de artistas mallorquines y españoles captados por una galería de la isla. Pequeños detalles endulzarán el día a día de los clientes sin levantarse de la cama: televisión de plasma, una cafetera Nespresso, equipo para enchufar el iPod, una suculenta canasta llena de frutas que se renueva cada día, tres aceites para elegir la fragancia que perfuma la alcoba, un minibar con botellas de vino autóctono de un litro y otras delicadezas, un minijardín zen y, para los más pragmáticos, una caja fuerte amarrada a la pared.

Y al dejar la habitación que cierra una puerta de madera de casi un palmo de grosor, el huésped buscará solaz en dos restaurantes, dos piscinas (una de ellas de acero), un chill out, salas de conferencias, un club para niños y 2.205 metros cuadrados de spa repartidos en tres pisos.

Pero Gibaja incide en las sensaciones: "El cliente entrará en el lobby impregnado de aroma a naranja. Le recibiremos con aguas de sabores o té frío. Un empleado le invitará a sentarse junto al ventanal. Al fondo se precipita la bahía de Sóller. Mientras el recepcionista le inscribe con su iPad, alguien del spa hace un masaje en las manos a la acompañante".

Semejante despliegue de servicios admite escasas comparaciones. Se pueden contar con los dedos de una mano los establecimientos en Mallorca que pescan en el mismo nicho de clientes. El director general del Jumeirah Port Sóller menciona como posibles competidores algunos hoteles boutique, La Residencia, en Deià, y el Saint Regis Mardavall, en Calvià. El éxito no está garantizado. La crisis alcanza a las grandes fortunas. "El cliente de lujo se ha estancado y habrá que ser flexible con los precios", precisa.

Fernando Gibaja, madrileño, de maneras campechanas, conoce los alojamientos suntuosos. Ha trabajado para las cadenas Ritz-Carlton y Mandarin Oriental y ha vivido en Atlanta, México, Singapur, Palm Beach y varios destinos más. Para la cocina buscará frutas y pescado en el pueblo y para su equipo prefiere trabajadores de Sóller y del resto de la isla. "Más que la experiencia, lo importante es la actitud. Nosotros nos encargamos de dar formación", recalca. A priori no prevé abrir todo el año. En temporada alta el Jumeirah puede dar trabajo a 250 personas: "Eso nos permite contar con dos empleados por habitación, cuando en un cinco estrellas disponen de uno".

Los empleados deberán estar atentos al stock de toallas. Los clientes ricos también las sisan. "He visto toallas y copas de hoteles a la venta en eBay", admite Fernando Gibaja.