Son las once de la mañana y en el bar Can Magí hay tantas batas blancas que parece un ambulatorio. "Toni, te cojo esto ¿eh?", dice una médica con confianza mientras se lleva una pieza de fruta y dejando un euro en la barra. "Sí, coge", responde el camarero sin girarse siquiera. Es la hora de la merienda para muchos médicos y enfermeros y las mesas del negocio regentado por la familia Bordoy están abarrotadas. Es costumbre, es natural. Así ha sido en los últimos quince años, de lunes a viernes, sin fallo. A partir del próximo puente de la Constitución todo cambiará. Médicos, enfermeros, celadores, técnicos, enfermos y familiares se irán a Son Espases y tendrán que acostumbrarse a tomar café en otro sitio. Las batas blancas volarán del Can Magí y dejarán un gran hueco difícil de llenar.

¿Algún as guardado en la manga? ¿Algún ´plan B´? "No hay plan B, así como está todo trasladarse es complicado porque requiere una gran inversión, no podemos", dice Jaime Bordoy tras la barra del Can Magí, entre pesimista, resignado y preocupado, los tres sentimientos que se mezclan en los locales de la calle Andrea Doria.

"No sé cómo lo haremos, vivimos de ellos", señala refiriéndose a los trabajadores y usuarios. "El 90% de los clientes vienen por el hospital; vecinos no viene ni uno; tres a la semana como mucho", asegura este joven, que regenta la cafetería junto a su hermano y su madre. Ellos, como el resto de consultados, no confían mucho en el peso ´comercial´ de los vecinos de la zona. Aunque se haya intentado convertir esas calles en barrio residencial a golpe de urbanizaciones, quien da vida a Andrea Doria y alrededores es Son Dureta.

La semana en que a Antich le dolía al corazón por decidir que el hospital sería en Son Espases, no sólo les hicieron un traje a los reivindicativos vecinos de La Real. A los propietarios de negocios en la calle Andrea Doria, como a la familia Bordoy, también: "Nos han hecho un traje y bien hecho", lamenta Jaume, "los políticos hacen lo que quieren, porque Son Dureta se podría haber reformado, pero sólo piensan en llenarse los bolsillos porque construir un hospital es un negocio".

El caso de Carmen Onieva parece fruto de la fatalidad. Estuvo al frente durante veinte años de la única floristería de la calle, Flores Maca, un negocio ideal si delante tienes el hospital de referencia de todo un archipiélago. Cuando empezó, Son Dureta era un frenesí de actividad y su caja registradora un continuo y próspero abrir y cerrar. Pero las necesidades demográficas propiciaron que empezaran a abrise y ampliarse otros centros hospitalarios como los de Inca, Manacor o Son Llàtzer. Y la facturación se resintió. Ya no hacían falta tantas flores para Son Dureta.

Flores Maca se adelantó al hospital universitario y echó el cierre este año. Carmen vio que aquello de ´reciclarse o morir´ es cierto y aceptó la propuesta de abrir una franquicia de las peluquerías Easy Cut, quedándose ella como empleada. Para ahorrar costes, se dividió el local en dos mitades y entre la compañía Orange y ella pagan el alquiler.

Algunos trabajadores del recinto hospitalario que salen con el tiempo justo, "sobre todo a las tres del mediodía", pasan a arreglarse por la peluquería; también aprovechan el servicio "algunos familiares de personas ingresadas, que quieren verse un poco bien". No son el grueso de la clientela de Carmen, pero aún así está preocupada con el cierre de Son Dureta porque cree que sin el hospital "la calle se morirá". "No vendrá nadie por aquí", asegura, "basta venir un domingo, que cierran las consultas, y esto es un desierto". Echando el candado al hospital, todos los días se convertirán en domingo (o peor, porque ni siquiera se podrá contar con los trabajadores de guardia o los familiares de los ingresados).

Los que encaran el futuro con un poquito menos de preocupación son los empleados de Croissanteria Mallorca, empresa que tiene nada más y nada menos que tres locales en Andrea Doria, aunque empezaron sólo con uno hace unos trece o catorce años. El encargado, Toni Yagüe, cree que es "obvio" que perderán clientela, pero no se muestra tan negativo como sus vecinos porque viene mucha gente de los alrededores e incluso "algunos que vienen aposta de otros sitios de Palma". Cuentan además con dos bazas que les hacen sentir "más protegidos": forman parte de una cadena consolidada y están abiertos 24 horas. "Se notará sobre todo por las mañana", aventura el encargado.

Pilar Galera está al frente de otro bar que se nutre del recinto. Es Recó Can Juanito lo va a notar "tanto por los trabajadores como por los pacientes y gente que viene a consultas, son la mayoría de los clientes". Los domingos "cerramos porque sin consultas no hay nada qué hacer", apunta Pilar, "y los sábados se nota mucho el bajón".

Ellas sí tenían un plan alternativo. Si los clientes se iban, ellas irían tras ellos. Presentaron un proyecto para trasladarse a Son Espases, pero les dijeron que el servicio de cafetería lo llevará la misma empresa encargada de la comida para los ingresados. "Así que nada, no hay opción", se resigna, "sobre la marcha veremos".

"Todos en el barrio dependemos de Son Dureta", resume Marga Gost, mujer que desde hace trece años vigila la zona desde su garita en el aparcamiento privado que hay al final de la calle. El parking tiene 250 plazas y cada día pasan por allí más de medio millar de vehículos, basta ver las colas que se forman para entrar cada día laborable en el aparcamiento, que llegan hasta la rotonda.

A partir del próximo 8 de diciembre, cuando finalice el traslado, esas colas desaparecerán y Marga tendrá pocos cambios que repartir. "Sin hospital no hay coches y sin coches no hay parking", resume con lógica aplastante, "habrá que ver qué pasa, a ver para qué usan el edificio, pero seguramente tendremos que cerrar".

"Que se decidan rápido"

El 6 de diciembre se irá el Edificio Materno Infantil y el día 8 le seguirán todos los trabajadores y pacientes del edificio central, con lo que Son Dureta celebrará la Nochevieja vacío y con un futuro incierto. Después de 50 años curando a Balears –pocos ciudadanos habrá que no hayan pisado sus suelos– la infraestructura se quedará hueca y sin vida. ¿Qué pasará con ella? Los negocios de la calle especulan y no se muestran muy esperanzados, pero piden que por favor "se decidan rápido".

"Como hagan lo mismo que con el Lluís Sitjar, conseguirán matar la zona", apunta Jaime de Can Magí, "hagan lo que hagan, que haya movimiento por favor", pide. "Puede ser una reforma, se habla de usarlo para sanidad...", prosigue, "pero no creo que hagan una residencia de ancianos, por ejemplo".

"Que se den prisa en decidirse", insiste Carmen Onieva desde la peluquería Easy Cut, "aunque pedir eso a los políticos es como intentar hacer rayas en el agua", se resigna a continuación. "A ver si hacen algo ya, algo tienen que hacer porque de alguna manera tenemos que subsistir", continúa Carmen. Remata la faena: "Y espero que no hagan pisos para llenarse los bolsillos".

Pilar Galera, de Es Racó Can Juanito, es la que se muestra más optimista. "No se sabe para qué servirá el edificio, pero, si tienen que hacer reformas, por un tiempo al menos habrá albañiles", se consuela, viendo el negocio en meriendas y menús para un gremio que quizás necesite reponer más fuerzas que el sanitario.

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