Muchos comerciantes chinos vivieron ayer su primera huelga general. No sabían cómo abordar la situación y eligieron la opción más equilibrada. Cerraron a medias, algo inaudito en un colectivo que suele despachar hasta en Año Nuevo. Una barrendera de la plaza Pere Garau da la clave. "Me llama la atención que los establecimientos tengan la persiana echada hasta la mitad", observa.

Quizá sea el único signo que evoca a huelga general en el barrio. La zapatería J&MC, de la calle Arquebisbe Aspàreg, huele a tienda de calzado que vende género a menos de 20 euros. Dos hombres asiáticos atienden el mostrador. El más joven, atento y educado, hace de traductor. "La barrera no está subida totalmente por la manifestación", afirma de manera sucinta.

A un paso, en el bar Pere Garau, las explicaciones son mucho más abundantes. Es el típico bar de toda la vida donde uno jamás imaginaría que tras la barra sirven cervezas dos ciudadanos chinos. Mai, de mediana edad, partió de la mastodóntica Shangai hace cinco años. En este lapso de tiempo ha interiorizado los ademanes propios de una camarera autóctona. Se acoda sobre el mostrador y te habla a los ojos con la misma confianza que lo haría una mallorquina, aunque con un vocabulario más restringido. "A las nueve de la mañana pensaba no abrir. Con tanto desempleo y como somos inmigrantes, creí que nos destinarían todos los golpes", razona. Ella se imaginaba una huelga salvaje, con algaradas en la calle donde la muchedumbre se ceba con los establecimientos extranjeros. Pero no. La jornada transcurrió tranquila en un barrio amable.

Durante este paro nacional, Palma no ha sido una excepción. Los polígonos industriales de las afueras de Madrid amanecieron desiertos. Las tiendas de venta al por mayor, casi todas regentadas por chinos, permanecieron cerradas a cal y canto. En Mallorca no llegaron a tanto y optaron por la media persiana.