Los brotes de cólera en el aeropuerto no los alimentaron los piquetes ni las fuerzas de seguridad. En una jornada tranquila – "propia de un día de invierno", como la definió un policía local–, los nervios se desataron en el mostrador de la aerolínea de bajo coste Ryanair. A media mañana anunció la cancelación de todos su vuelos nacionales y algunos internacionales. Pocas compañías adoptaron una medida tan drástica.

En pocos minutos se formó una cola de clientes gigante. Antonio se olía el problema y acudió al aeropuerto para escuchar la información de primera mano. Este octogenario barcelonés ha disfrutado de unos días de descanso con otros compañeros de la misma edad en Vilafranca y, ayer, tenían que regresar a Reus. Una empleada de Ryanair, que se acercó a la cola para apaciguar los ánimos, le ofreció a Antonio cambiar la fecha del billete, aunque sin concretar. A pesar de todo, el jubilado catalán tuvo fortuna.

Peor suerte corrieron los ingleses Pete Wilkinson y su esposa, procedentes de la región de East Midlands. Aunque habían contratado el transporte hasta el aeropuerto, en el hotel les aconsejaron tomar un taxi antes de las doce de la noche del martes para evitar el caos y garantizarse el retorno. "Nos dijeron que se paralizaría el país y que no habría autobuses para el traslado. Hemos pagado 88 euros de taxi desde sa Coma, donde estábamos hospedados", relata. Wilkinson, de mediana edad y diabético, abriga la sospecha de que le han tomado el pelo. Ha pasado en vela toda la noche y ha comprobado que los autocares no han dejado de circular. Para colmo, su vuelo, de Ryanair, ha sido suprimido. "Como me encuentro enfermo y ya no me quedan medicinas, me han buscado otra compañía, pero no me dejan llevar todo el equipaje", argumenta. Ryanair prohibió ayer facturar equipaje a causa de la huelga del personal de tierra pero, a cambio, permitió embarcar dos bultos de mano en vez de uno. Wilkinson y su esposa cargan bolsas de plástico. "Dejaremos las maletas y parte de la ropa en España. Esta mañana, una familia con tres hijos se ha visto obligada a abandonar casi todas sus pertenencias. Es tremendo. Cuando hable con mis amigos les diré que no viajen a España. No volveremos jamás", prometió indignado. A preguntas de este diario, una empleada de Ryanair aseguró que, si bien no facturaban equipajes, se hacían excepciones a cambio de 35 euros por maleta.

Los perdedores en el aeropuerto fueron los turistas que, como Wilkinson y su pareja, viajaron a Mallorca por su cuenta, sin el paquete tradicional. Tampoco resultó un día propicio para los taxistas, que esperaban hacer caja por la escasez de autobuses. Al final hubo autocares y excedente de taxis porque el Ayuntamiento suspendió el descanso de 246 profesionales por temor a que el aeropuerto se convirtiera en una ratonera para los pasajeros. Los taxistas pasaron más tiempo con el motor apagado que cualquier otro día de verano.

"Los únicos piquetes que me he encontrado estaban apostados en una rotonda de Alcúdia. Han retenido el autobús durante quince minutos, hasta que ha aparecido la Policía; luego he trasladado a los clientes al hotel sin problemas. En los hoteles no había signos de huelga. Nosotros tenemos base en Can Picafort y ningún sindicalista se ha acercado para animarnos a parar", explica el conductor de una compañía de transporte que hace tiempo en la terminal de llegadas. Al margen de la huelga, Son Sant Joan vive una semana de menor actividad a la espera de las vacaciones otoñales en Alemania.

"Todo está tranquilo", resume un grupo de policías locales. Un bar en la terminal de salidas cerrado; viajeros tirados en el césped sobre colchonetas de plástico; los carritos para transportar las maletas escondidos; algunos pinchos destinados a las ruedas de los autobuses; y la presencia de piquetes de madrugada en la entrada del aparcamiento de los trabajadores resumen los incidentes más notables de la quinta huelga general de la democracia. La mayoría de las compañías aéreas y los turoperadores anticiparon o demoraron los vuelos un día para eludir el supuesto colapso. A falta de excitación, el picante lo puso Ryanair.