Ocurrió el 2 de mayo de 1959, cuando un avión austriaco que había despegado del aeródromo de Son Bonet se estrelló en los alrededores de las antenas de la Serra d´Alfàbia. Murieron sus tres tripulantes y los dos pasajeros que se dirigían a Múnich. El accidente, que pudo cobrarse más víctimas, ya que horas antes el aparato había dejado en tierra a un grupo de turistas procedente de Viena, provocó "un espectáculo sobrecogedor": cuerpos mutilados, un "fuerte olor a carne quemada" y un sinfín de explosiones y llamas que tardaron tiempo en ser controladas. "Un horror", recuerda José Manuel Iglesias. El único testigo de aquel siniestro que queda con vida, antiguo empleado de Telefónica, de 87 años, revive para Diario de Mallorca una catástrofe aérea que conmocionó a la población de la isla y que, en su caso, le "marcó la vida para siempre".

Iglesias contaba 36 años el día del accidente. Aquella noche estaba de guardia, con otro compañero, ya fallecido, en las instalaciones que, una década antes, la Compañía Telefónica había construido en la Serra de Alfàbia, a más de mil metros de altura. Su trabajo consistía en controlar los diferentes equipos de la estación. "Era una noche tranquila, sin viento ni niebla, hasta que vimos venir una luz. No sabíamos qué era exactamente. En décimas de segundo oímos un ruido ensordecedor. Un ala –que todavía permanece a pocos metros de los repetidores– pasó sobre nuestras cabezas. También la turbina. Lo recuerdo todo confuso, salvo los trozos de cuerpos que recogimos".

La noticia llegó pronto a Palma. También a Bunyola y Sóller, los pueblos más cercanos, cuyos habitantes no dudaron ni un segundo y en gran número subieron hasta la cumbre para auxiliar a posibles supervivientes. Desde Ciutat partieron a toda velocidad diversos coches, ambulancias y servicios de bomberos, que tuvieron que enfrentarse al duro camino que conducía a la cima. "En aquellos años la carretera de Alfàbia que hoy conocemos todavía no existía. A los telefónicos nos traían la comida a la estación para toda la semana a lomos de una burra, desde Bunyola", rememora el celador.

Diario de Mallorca, en la crónica de aquel suceso, escribió: "Al llegar a la cumbre el espectáculo era sobrecogedor. En lo más alto del pico y en la explanada que existe frente a la estación radiotelegráfica se veían esparcidos en una gran extensión restos triturados y calcinados del aparato, humeantes todavía muchos de ellos. Poco más lejos, se hallaban los cadáveres destrozados de los desgraciados ocupantes del avión".

"Llegaron a aparecer –agrega Iglesias– trozos de pulmón en un aljibe y restos de cerebros desperdigados por el monte".

El avión, un bimotor DC-3 perteneciente a la compañía Austria-Flugdients que realizaba el primer vuelo a Mallorca como prueba y estudio para el establecimiento de un servicio regular, chocó en la parte sur de la Serra d´Alfàbia, la que da a Bunyola, a una treintena de metros de la casa en la que se encontraban los empleados de Telefónica.

Aquel episodio pasó factura a José Manuel Iglesias. "Tuve que pedir la baja y me quedé medio sordo durante un tiempo", afirma. Su hija, Francisca Iglesias, asegura que "durante años, en casa no pudimos asar carne, porque enseguida le entraban las náuseas. También estuvo muchos años, hasta veinte, sin volar. Mi padre lo pasó muy mal".

Aunque Iglesias y su compañero, Giralt, no pudieron salvar ninguna vida, su comportamiento fue digno de héroes, prestando los primeros auxilios y sumándose a las labores de extinción que se iniciaron en cuanto llegaron los equipos correspondientes.

"Lo vimos venir (primero la luz, luego el avión) pero nos quedamos paralizados. Nunca creíamos que fuera a chocar", confiesa este trabajador que había encontrado el "paraíso" en Alfàbia –"trabajar allí arriba era muy bonito, en plena naturaleza, con todo el tiempo del mundo para ti"– y a quien el 2 de mayo de 1959 se le cruzó lo más parecido al infierno.