El Inem que funciona no tiene cartel ni paredes. Tampoco escritorios ni ordenadores. Aparca en las cunetas cercanas a la vía de cintura y en las aceras del final de las calles Manacor y Aragón. También en la plaza del barrio, donde se forman las cuadrillas, se reparten los empleos y se estrechan las manos. Porque el Inem que funciona no firma contratos: solo cierra pactos verbales basados en la confianza y las relaciones personal. Lo comprobó en primera persona Diario de Mallorca, que tras tres madrugadas en busca de trabajo lo encontró en la rotonda del cementerio gracias a Raúl, un joven ecuatoriano con ganas de ayudar. Sobre todo en la segunda mañana, cuando superó la desconfianza para ofrecer un cable al periodista disfrazado de buscador de trabajo.

"Conozco a alguien que puede tener algo para ti. Si quieres le llamamos", ofrece tras unos minutos de conversación en los que recuerda cómo se tuvo que buscar él la vida para ganarse los cuartos cuando se quedó en paro hace un año. "En el Soib (Servei d´Ocupació de les Illes Balears) no hay nada. O te buscas la vida o estás muerto. Habla con amigos, conocidos, familiares. Yo lo hice como tú: preguntando por la calle. Cada uno tiene sus contactos y un día trabajamos con uno, otra semana con otro. El caso es que paguen", cuenta dicharachero, mientras aguarda a la furgoneta que le llevará a la obra en la que pasará el día juntando ladrillos a 200 euros por semana. Una fortuna si se compara con los cuatro euros por hora que le llegan a ofrecer al cronista por cargar sacos todo un día. Pero Raúl ya pasó esa fase. Ha creado su red y se la ofrece al desconocido: coge su propio teléfono y llama a su contacto, al que identifica como Fabio. Intercambian tres frases de saludo y le da el teléfono al falso buscador de empleo, el que firma, que saluda y pide trabajo a un desconocido con fuerte acento local.

–Me ha dicho Raúl que igual tienes trabajo para mí.

–Fabio: Puedo tener algo para ti, pero no sé para cuántos días. Me han fallado un par de chavales de un equipo, pero todavía tengo que hablar con ellos. ¿Podrías empezar ya esta noche?

–¿Esta noche?

–Sí, con esto acabamos a las diez o a las once de la mañana.

–¿Pero qué tendría que hacer?

–¿No te ha dicho Raúl? Cargamos y descargamos. Tengo varios grupos.

–Vale, vale. ¿Cómo pagáis?

–25 euros por noche. Empezamos a las dos y acabamos a las diez.

–¿Pero me vas a contratar?

–Te voy a pagar.

–Vaya, que ni contrato ni nada.

–¿De qué vas? ¡Contrato! Creí que querías currar. ¡No tengo contrato ni yo! El contrato es conmigo, que digo que te pago y te pago. Si no te vale, olvídalo. Yo ya tengo trabajo.

–Vale, vale, era por saber... por el paro y eso.

–Eso no te va a dar problemas. Solo vas en una furgoneta. Tranquilo. Si quieres, empiezas hoy.

–¿Es aquí, en Palma?

–Eso ya lo verás. Cogemos las cajas en un lado y las repartimos en otros.

–¿Pero cajas de qué? Es que Raúl no me ha explicado nada...

–Joder, cajas de fruta, qué va a ser. Tranquilo, chaval, que no hacemos nada chungo. ¿No querías currar? No te preocupes que no pasa nada. Cogemos cajas en un sitio y las dejamos en otro. Solo transportamos. Punto. Nos pagan y repartimos. ¿Cuento contigo?

–Luego te llamo.

No le llamamos. No hizo falta. El propio Raúl explica el resto. No sabe que habla con un periodista y sigue tratando de ayudar. En el mundo del trabajo sumergido la solidaridad es norma. Tirado ayuda a tirado, sobre todo cuando se fía de él. Esas son las reglas. Si no te conocen, no trabajas. O trabajas y no cobras. Por eso Raúl entiende la fingida desconfianza del periodista camuflado. "Hay que tener cuidado. Hay mucho cabrón. Pero Fabio es buena gente. Tenía una constructora chiquita y se le hundió. Ahora anda así, pero es de fiar. Mi primo también trabajó con él y no te va a joder. Hay alguno que te hace currar toda la semana y luego no paga, o te quita dinero con una mentira, pero Fabio es legal. Ahora reparte para fruterías y mercados, aunque hace meses hacía reformas en hoteles", aclara este joven inmigrante al que los permisos de trabajo y residencia solo le sirven para currar en negro. Y para cobrar el paro, como reconoce. Así es la vida en el alambre. "Hay semanas que te dan faena y otras que no. No me puedo arriesgar. Si me quedo tirado no tengo nada. Y aquí con contrato ya no encuentras nada. No seas tonto, no dejes el paro". Por eso en el en el Soib y en el otro Inem, el oficial, el que se dedica casi exclusivamente a gestionar subsidios y cursos, están habituados a ver parados que acuden a sellar con uniforme del trabajo. Son gente como Raúl y el propio Fabio, que han hecho de la necesidad empresa. Y comida para los suyos.