El escritor catalán Josep Pla (1897-1981) viajó a Nueva York en 1954. Su visita formaba parte de un proyecto periodístico que le permitía recorrer el mundo para remitir las crónicas de sus observaciones a la revista Destino. En la capital económica de Estados Unidos se quedó boquiabierto con los rascacielos, con las luces de neón y con los focos que iluminaban los edificios. El escritor catalán se dirigió a su guía y le formuló una pregunta tan sencilla como profunda: "Escolti, i tot això qui ho paga?".

Si durante la últimas década nos hubiésemos hecho esta pregunta –"i tot això qui ho paga?"– cada vez que se tomaba una decisión gravosa para el erario público, otro gallo nos cantaría en estos inciertos tiempos de recortes y rebajas salariales.

Mallorca tiene un velódromo que costó más de cien millones de euros y que no puede utilizarse para competiciones oficiales. Funciona una línea de metro inundable que solo tiene el diez por ciento de pasajeros para alcanzar el nivel de rentabilidad no solo económica sino social. Dentro de pocos meses abrirá sus puertas un hospital que nos costará 700 millones de euros –o más– frente a los 60 o 70, redondeemos a cien si se quiere, que hubiera supuesto la reforma de Son Dureta. Y se encargó una ópera, que ni siquiera es original, a un arquitecto estrella que se embolsó 1,2 millones de nada por una maqueta. Eso sí, como en la escena de El gran dictador en la que Chaplin juega con la esfera del mundo, Jaume Matas disfrutaba apretando el botón que ahora abría la cúpula, ahora la cerraba.

Por supuesto, tal acumulación de despropósitos solo fue posible porque nadie se preguntó "i tot això qui ho paga?". O, si alguien planteó la cuestión, la respuesta le importó un comino.

Zapatero, en plena vorágine electoral e imbuido de una sobredosis de verborrea electoralista aprobó un regalo fiscal de 400 euros para todos los españoles sin distinguir si ingresaban 6.000 o 600.000 euros. Decidido a fomentar la natalidad, regaló 2.500 euros a todos los felices padres de un recién nacido. También aprobó una Ley de Dependencia tan envuelta en celofán como utópica, hasta el punto de que se cuentan con los dedos de la mano quienes logran cobrar la ayuda del Estado.

Pedro Solbes, vicepresidente económico en los primeros cinco años de Zapatero, se formuló la misma pregunta que Josep Pla en catalán de Valencia. Después decidió irse a su casa antes que tener que soportar los rapapolvos de sus colegas de la Unión Europea.

Si la incompetencia de los propios gestores no lo impide, el Govern llevará el tren hasta Artà. Igual que ocurrió con el metro, desconocemos cuáles son las cifras de pasajeros que lo utilizarán y su rentabilidad social y económica. Por supuesto, si se completa el proyecto habrá que ampliar la plantilla generosamente pagada de SFM. Los consells, al menos el de Mallorca, se han convertido en un duplicado del Govern tan poco original como la ópera de Calatrava. Los pactos políticos obligaron a constituir un Govern del que ya se han suprimido cuatro conselleries sin que nadie haya notado la diferencia. Antich despidió a Bàrbara Galmés por su incompetencia como consellera de Educación, sin embargo, la mantuvo como asesora de no se sabe qué.

Ninguno de estos disparates se hubiera cometido si antes de cada decisión gravosa un político responsable se hubiera preguntado "i tot això qui ho paga?".

Lo pasado ya no tiene remedio. Los errores que hemos cometido en la última década no tienen reparación posible. Sólo nos queda pagar nuestras deudas y confiar en que se habrá aprendido la lección para el futuro.

Josep Pla viajó a Mallorca y escribió sus impresiones sobre la isla y sus habitantes: "Els mallorquins, quan surten bons, són molt distingits i en la seva persona predomina el fet que és sempre més important el que reserven que el que diuen". Un ejemplo de este carácter reservado son las casas de los mallorquines, generalmente austeras en la fachada y ricamente ornamentadas en el interior. La crisis tiene mucho que ver en Balears con los grandes dispendios efectuados para mostrar un exterior ostentoso. Para encender los neones del Palma Arena, del Metro o del tren. Y nadie se hizo la pregunta clave: "I tot això qui ho paga?".