Los astilleros de Mallorca resisten. Aunque lo hacen con los dientes apretados. La caída de la demanda de reparaciones por la crisis, sumada a la fuga "en estampida" de embarcaciones a puertos de amarre más barato y multiplicada por carencias estructurales como las que alejan de Palma los yates más gigantescos del Mediterráneo arroja un resultado doloroso para la que ya es la principal actividad industrial de Mallorca. Lo confirman algunas de las compañías más vigorosas del sector, que confiesan descensos de hasta el 35% en la facturación por reparación de embarcaciones. El golpe se agudiza entre las empresas especializadas en servicios de mantenimiento, para las que el socavón en la facturación del primer semestre llega al 50% en algunos casos.

Otras aguantan el tipo, aunque lo hacen tirando de cartera de clientes y de arreglos de menor calado. "La cosa va por barrios, pero en general hay una bajada fuerte del gasto. Los barcos hacen los servicios necesarios, pero caprichos, ni uno solo. Y los que quedan varados meten lo justo para que aguante un año más: si hay que pintar, se da una capa de pintura, en vez de dos", resume agudo Pedro Mus, gerente del astillero Audax, uno de los cinco grandes de una isla que, pese a la crisis, ya repara al año más de 6.000 yates y embarcaciones, según los datos de los propios astilleros.

Las naves más grandes dan con sus crujías, cascos y mástiles en las instalaciones de Astilleros de Mallorca o de STP, las dos empresas de referencia del sector, que también notan los efectos de la crisis. Aunque menos. "El sector en general nota la crisis, porque no se repara tanto y se aguanta más con lo que hay, pero en cuanto a ocupación estamos más o menos igual que otros años", confirma el gerente de STP, la firma concesionaria que gestiona el buque insignia del naval mallorquín: los casi 70.000 metros de talleres, gradas, grúas y fosos que han convertido el Moll Vell den una de las grandes referencias en lo que a reparaciones náuticas se refiere.

Por allí pasan cada día más de 1.500 trabajadores de 300 empresas especializadas distintas, a las que en la mayoría de casos el negocio les va peor que a la compañía que les alquila los espacios para trabajar. Lo deja claro Ignacio Bio, responsable de la firma de mecánica, electrónica y motores Pentanautic, que cuenta que el año avanza "a golpes". "La demanda está floja. Mucha gente ha aparcado las revisiones que debían hacer. Y a los que las hacen, hay que sufrir para cobrarles", aclara Bio, que ofrece una explicación al especial retroceso mallorquín en una crisis que a todos los puertos afecta: "Aquí es peor porque nuestros clientes se van a muelles más baratos: a Barcelona, Valencia o Almería. Aquí los amarres son mucho más caros, y como no se bajan del burro, perdemos todos".

Su diagnóstico se repite en la mayoría de empresarios consultados, que advierten del efecto que están teniendo sobre Mallorca los años de excesos que animaron a las ciudades del Levante y Andalucía a sembrar la costa de amarres que hoy regalan. "Hay una competencia feroz, muy agresiva. En la península han tirado los precios. Por lo que si vienen aquí es ya para reparar de urgencia. Y mientras tanto aquí en quince años lo único que se ha hecho es el proyecto al lado del Toro [la nueva marina de Port Adriano, aun en construcción]. Pero da igual. Somos la única industria que queda y seguimos mirando solo al turismo. Llevan veinte años tirando dinero para desestacionalizarlo, sin un solo resultado, mientras nosotros que sí trabajamos fuera de temporada turística estamos olvidados", se lamenta Sebastián Bennasar, dueño de uno de los grandes astilleros de Alcùdia (el que lleva su apellido), que vive momentos de "depresión, como todo el sector".

Para recuperar la salud perdida receta euros y audacia. "No tenemos superyates en Mallorca porque no hay sitio. Y eso no puede ser. Y luego están los precios portuarios, que nos hemos subido a la parra y este año por ejemplo la gente de transporte de yates al Caribe ya no ha venido. Al final se decidirán a bajar las tarifas cuando ya no haya remedio", avisa. Le da la razón Pedro Mus, que se niega a caer en el derrotismo, aunque cree preciso un esfuerzo. "Somos caros, pero tenemos la suerte de que somos muy buenos. El futuro pasa por mejorar aún más la calidad y reducir precios. También en el puerto, que a veces parece que vive en otro planeta, porque la estampida de barcos está relacionada con que en la península los amarres salen un 30% más baratos".

Y en el empeño de ganar competitividad está la Autoridad Portuaria, desde la que expresan una fe casi ciega en el naval. "La reparación despunta como un negocio de alto valor añadido por el que apostamos fuerte. Por eso la estamos promocionando, porque sabemos que Mallorca es una referencia y puede serlo más", argumentan. En ese objetivo de hacer de la isla la potencia naval del Mediterráneo occidental se enmarca el estancado proyecto de ampliación del puerto. Sobre su plano está dibujada una generosa zona de astilleros en la rivera de San Carlos (junto al dique del oeste), que aumentaría la competitividad de unos astilleros que de momento resisten la crisis. Aunque con los dientes apretados.