Baños esculpidos en una sola pieza de mármol italiano. Cabezales de cama hechos con cuero de anguila. Gimnasio con terraza privada y vista al mar. Barbacoa y mini-bar en la parte superior. Camarotes cuya pared se abre para contemplar las vistas sin necesidad de moverse de la cama. Conexión wi-fi en todo el barco. Seis miembros de tripulación como mínimo. Diseño exclusivo. Esto es el lujo, el lujo que flota.

Hasta el próximo día 2 de mayo cinco de estos Rolls Royce del agua están expuestos en el Moll Vell, dentro del 27º Salón Náutico Internacional de Palma. Solo ver la terracita que los astilleros San Lorenzo han ubicado en el pantalán, junto a los barcos en exposición, ya denota el nivel del que hablamos. Attila Dénes, manáger de ventas, nos acompaña en un recorrido por tres de las embarcaciones que sus dueños, también "muy exclusivos", han cedido para la exposición.

Los astilleros San Lorenzo tienen que pedir las embarcaciones porque no tienen stock. Todos los barcos son únicos, se hacen a medida, cumpliendo los deseos (y a veces excentricidades) del cliente. Y se toman su tiempo para hacerlos porque la buena artesanía no entiende de prisas. De hecho, sólo hacen 30 al año. "Somos como una empresa que hace los trajes a medida" dice Attila, "todo se hace a mano" y "siempre" con los mejores materiales.

El Tauro es una motora de 88 pies (27 metros de eslora). Su cocina, con vitrocerámica, horno y nevera americana (con dispensador de hielo y agua), hacen palidecer a cualquier mileurista. El salón, que entre otras cosas emplea cristales de Swarovski, tampoco se queda atrás. En la parte superior encontramos la zona chill out, en la que los propietarios pueden seguir descansando mientras contemplan las vistas (en este caso, una panorámica impresionante desde la Seu hasta el Baluard).

El Lady Jane, de 44 metros de eslora, es una de las divas de la familia San Lorenzo. En su popa, unas orquídeas blancas dan la bienvenida a la terraza. Evidentemente, en un barco así no se tienen geranios. En el piso principal están las habitaciones de los propietarios y las de sus invitados, un total de cuatro camarotes cada uno con su televisor de plasma, su teléfono, su conexión a internet y su terminal para conectar el Ipod. Para ir al piso inferior, donde vive la tripulación, descendemos por una escalera de caracol tallada en piedra. El comentario del guía llega justo a tiempo: "No te olvides de que estamos en un barco". Por un momento, nos habíamos transportado a una mansión en la costa italiana.

La zona de la tripulación está lo más lejos posible de los camarotes de tercera clase del Titanic. Tampoco se ha escatimado en lujo para el servicio y cada camarote cuenta con su televisión. También hay un mini-saloncito desde donde, además de encontrarse y charlar, los tripulantes pueden controlar lo que pasa fuera a través de una pantalla que graba los accesos al barco. De nuevo, la ´azotea´ de la embarcación parece el escenario ideal para organizar una buena fiesta: barbacoa, mini-bar, tumbonas... Al sentarse en el puente de mando, con su sillón de cuero y todas las innovaciones tecnológicas de navegación inimaginables, cualquiera tiene ganas de hacerse capitán.

Lo exclusivo se paga. Pero Attila es discreto y prefiere no hablar de precios. Para hacerse una idea, atenerse a la metáfora: "No gastas lo mismo en un Masserati que en un Volkswagen Polo". En este caso, hay que añadir el plus de que son Masserati diseñados al gusto y hechos a mano. Partiendo de esta base, estén tranquilos: la cifra que tienen en mente seguramente no sea exagerada.

Para el final de la visita, Attila reserva el 4H. Cuarenta metros de barco de aluminio que deslumbran según vas avanzando por la pasarela. Las puertas se abren solas al pasar. "Quien paga un barco así, no quiere tener ni que abrir las puertas". Vamos directo al gimnasio, con plataforma vibradora, bañera, escalón para step y terracita sobre el mar. Y si el gimnasio tiene su propio balcón, el camarote principal no iba a ser menos. Imaginen estar fondeado en es Trenc, despertarse y, desde la cama, apretar un botón para bajar una de las paredes del camarote y crear una terraza sobre las aguas cristalinas. Luego, la tripulación nos montará el desayuno allí. Nos sorprende que en el baño de ese camarote haya dos váteres y dos bidets en cámaras independientes: "Nos pidieron que hiciéramos uno para cada uno, y diseñamos lo que piden", razona Attila, quien explica que sus barcos cumplen con la normativa exigida a los cruceros de vacaciones.

Nuestro cicerone nos confirma lo que sospechábamos: la crisis no llega a estas esferas. San Lorenzo ha reducido un 6% su facturación, nada que ver con otros astilleros que han perdido hasta el 20% o que directamente han cerrado. Estos artesanos acuden a la cita del Salón Náutico con relativa tranquilidad: saben que tendrán encargos, como el año pasado. Sus clientes son de todas las nacionalidades, también hay españoles. Algunos usan el barco dos meses al año; otros pagan amarre, tripulación y mantenimiento sólo para dos semanas. Para Attila, la única manera de que la náutica se mantenga a flote es así, dando un servicio "excelente, con una calidad superior".