Estación sin retorno. Todos los vuelos de conexión con Europa, cancelados. Hasta nuevo aviso. Las colas, pese a los avisos telefónicos y en las páginas web de las compañías aéreas de no ir al aeropuerto, eran ayer largas como serpientes en Son Sant Joan. Daban vueltas enroscadas en su propio eje: el de la desesperación. Dos mujeres chinas de media edad, y con residencia en Palma, se quedaban en tierra al grito de "rápido, rápido" con el que increpaban a la trabajadora de Iberia que, a un tris, estuvo de perder los nervios. "Estamos desbordados. Acabamos de anular también los vuelos con Venecia", explicaba.

Las pasajeras asiáticas en tierra debían haber volado a Copenhague a las 11 y escasos minutos de la mañana. No sería de esa mañana que sumaba ya tres de angustiosa retención en la isla ratonera.

Barómetro

Las catástrofes, los imprevistos, las crisis son barómetros del temple humano. Mientras las dos chinas andaban a la greña contra el cierre del espacio aéreo que las dejaba varadas en tierra, otros, como el matrimonio Sandem, se lo tomaban con estoicismo nórdico. En su segunda visita a la Mallorca, donde aseguraron "volver" en un futuro, los Sandem debían haber regresado ayer sábado a Estocolmo, sólo que las cenizas del volcán islandés les retuvieron en su lugar de vacaciones "al menos hasta el martes". La agente de la compañía aérea Thomas Cook acababa de explicarles que debían volver al hotel Palace Atenea, donde habían pasado su semana de retiro. Ellos, especialmente él, lo aceptaban con calma. A su edad, tener una prolongación de sus vacaciones de ´ceniza´ quizá no sería un mal plan.

"Hemos enviado mensajes a través del móvil, pero ¡claro!, ellos son muy mayores y no tienen celular", indicaba la agente de la compañía escandinava, empresa que ha desplazado a más de mil clientes a distintos hoteles de la isla, especialmente a los establecimientos de Palma, Magaluf y Alcúdia.

La incógnita de no saber cuánto tiempo más deberán permanecer fuera de casa no pareció importar a los Sandem, todo lo contrario que la familia Johnson que, con pragmatismo británico, había hecho maletas para llegar a Londres vía Barcelona y allí subir a un tren que les devolviese a Gran Bretaña.

Sólo que quizá no sabían que los ferroviarios franceses ponían su granito de arena al cielo revuelto ya que algunos estaban en huelga. La hija de los Johnson, Rose aceptaba el brusco fin de las vacaciones con una novela en las manos. Rodeada de maletas, mientras sus familiares sacaban tarjetas de embarque, ella se hundía en las líneas de una narración romántica. "Llevamos más de 24 horas aquí. Estamos cansados", decía sin soltar el libro. Su asidero de paciencia.

Las perspectivas de salir rápido de la isla no tienen fecha ni hora. La nube volcánica sigue dando sustos. Se acercó ayer al norte de la península, lo que motivó el cierre de siete aeropuertos: Bilbao, San Sebastián, Asturias, Santander, Vitoria, Pamplona y Logroño.

Las dos caras

Un grupo de veinteañeras alcanzaba el fin de la escalera mecánica dando saltitos y emitiendo grititos. Viajaban a Madrid "a una despedida de soltera". Sin incidencias. Felices como perdices.

Distinto semblante entre los veinte trabajadores portugueses que "tras tres meses de trabajo" a destajo en Argelia, contemplaban con estupor cómo el azar les arañaba días de su mes de vacaciones.

"Llegamos ayer (por el viernes) a Alicante desde Argel, y tars hacer noche allí, hemos llegado hoy a Palma para coger un vuelo a Oporto. Parece que vamos a salir porque no pone nada", decía mirando el panel iluminado en rojo. Crispín Costa y el resto de sus compañeros lucía tez oscura, no de un sol de vacaciones como los Sandem, sino el que bruñe el sol a los currantes. Trabajan en la empresa Obras y Construcciones Siurell, S.L. de Baleares.

La media de edad de los trabajadores no superaba los cincuenta. Sólo el rostro cuarteado les ponía años encima. Quizá la espera, también. A ellos nadie les ofreció vacaciones, aunque fueran de ceniza, querían llegar a Porto, pero se

sobreponían al destino aciago con una melancolía atlántica.