10.00 de la mañana en los juzgados de Palma. Un enjambre de micrófonos, cámaras y periodistas recibe a la puerta de la sala de instrucción número tres a Rafael Perera, que con rictus serio y labio tembloroso comparece para confirmar algo que ya sabe desde hace veinte minutos: su cliente, Jaume Matas, deberá pagar 3 millones de fianza si quiere eludir la prisión. La frase entrecortada, casi un susurro, queda ahogada por un murmullo de graderío: son periodistas y paseantes de los juzgados, en su mayoría sorprendidos por la fianza más alta fijada jamás a un mallorquín, un ex president que tendrá el más que dudoso honor de ser uno de los tres políticos que más pagarán por su libertad en tres decenios de democracia. De ahí el murmullo. Y el sainete de comentarios de la jugada. La ocasión lo merece: puede ser el primer ex president balear que dé con sus huesos entre rejas. A la sombra. A su sombra, tan alargada que seguir su pista lleva a tres ciudades distintas: Palma, Madrid y Valencia.

En la primera atiende el abogado, Rafael Perera, que alega desinterés por el protagonismo para no hablar. "No se nada. No quiero hablar. No quiero ser protagonista", se limita a explicar, dolido tras leer en prensa que solo busca su propia presencia en los medios. Menos habladora aún se muestra la mujer de Matas. Está en Madrid, en el piso que dice que no es suyo pese a que el juez tiene tan claro que el ex president lo pagó como que lo usa casi a diario. Pero hoy Jaume "no está". O eso dice la familia, también silenciosa.

Sí hablan en Valencia, donde estallan con estruendo los truenos tormentosos de la sombra de Matas, que negocia un aval con una de sus entidades financieras de referencia en esta maraña de escándalos que es el caso Palma Arena: Bancaja. La oposición política al PP de Camps pone el grito en el cielo ante la posibilidad de que el aval que liberará a Matas de su sombra lo pague la caja valenciana. ¿Será así? El aludido no contesta. Coge el teléfono sí, pero apenas para despachar a DIARIO de MALLORCA con un claro y escueto "no tengo nada que hablar". Cuelga rápido, pero se lo piensa y devuelve la llamada al periodista solo para explicar que, al igual que los pisos que el juez le adjudica en Madrid y la Colònia de Sant Jordi, el móvil que usa para llamar y recibir llamadas tampoco es suyo. "El móvil no es mío. Le ruego que no llame más. Hablaré cuando lo considere oportuno".