En el día de autos, olvide el Palma Arena y los tres palacetes de Matas –el juez considera probadas sus propiedades de Palma, Madrid y la Colònia, por no hablar de sus residencias en América–, olvide las 22 reuniones inexistentes –"fantasmagóricas" o "imaginativamente celebradas"– pero presididas por Matas, para malbaratar más de cien millones de euros públicos en un falso velódromo. Olvide también el repertorio infinito de delitos que apunta al ex ministro. El juez y el fiscal, uno desde la claridad irónica y otro desde la astringencia, demuestran en sus escritos que no se investiga un caso de corrupción, sino de estupidez.

La diferencia es crucial. Si hay vicio o degeneración de los gobernantes, los gobernados pueden mantenerse al margen. Si hay estulticia en el comportamiento de los altos cargos, la ciudadanía es cómplice. Por eso en el auto buscamos desesperadamente que al final se adjunte el aviso redentor "esto es una obra de ficción". Pero no, pese a la fabulación del secretario que se inventaba las actas del velódromo. (Tampoco conviene dramatizar, sólo la idiotez global explica la crisis económica, y allí con la aquiescencia de los expertos mejor remunerados).

En un martes infernal para mi compañera de mesa –se hunde Matas y Ricky Martin proclama su homosexualidad–, no sólo ha estallado el ex president, sino que se ha roto el consenso, la urgencia por coincidir con la mayoría, tenga o no razón. No cabe preguntarse qué hemos hecho para merecer esto, sino qué hemos hecho para evitarlo.

El cuatrienio de 2003 a 2007 consistió den una narcotización colectiva, destripada por un juez que ha captado con plasticidad la esencia del ex president. En la faceta que puede apreciar un profano, José Castro efectúa un impecable retrato histórico de la forma de gobernar de Matas, sus rasgos son perfectamente reconocibles en el auto. El magistrado también le ha concedido la baja temporal, aunque quería enviarlo a la cárcel sin contemplaciones.

Situemos el foco tres escasos años atrás, una gota de agua en el mar del tiempo. A finales de marzo de 2007 se nos informa de que Matas va camino de perder la mayoría absoluta y de que será imputado penalmente por su palacete y por una de sus escandalosas contrataciones multimillonarias. La carcajada se hubiera congelado, por el miedo que inspiraba un personaje que el juez define como "cuasidivino". El president bíblico ordenaba "hágase", y la oscuridad se hacía para que aflorasen billetes en negro.

El auto de Castro sólo mueve a la perplejidad cuando razona la fianza de tres millones de euros, bajo el criterio de que sea "adecuada a la economía del encausado". Esa cantidad no supone una merma apreciable, apenas un rasguño patrimonial para el ex ministro con residencias repartidas por el planeta. La suma que ha de librarle de la cárcel equivale a la mitad de una valoración realista del palacete de San Felio.

Tres millones de euros se traducen en ocho mil escobillas de fianza, para quien tiene la fortuna de desembolsar 375 euros por cada uno de esos artilugios. Quedarían absolutamente desgastadas, si se emplearan para limpiar la gestión del Govern del PP. El aval bancario le costará a Matas quince mil euros mensuales en intereses, que también afrontará sin mayores problemas. El ex president lamentará una fianza trampa, que permite rastrear el origen de un dinero que el juez sitúa en las islas caribeñas. Tendrá que explicar sus ingresos como un ciudadano cualquiera, cuánta ignominia.

Los delitos se centran en los políticos, pero cuesta más entender la displicencia de los funcionarios. Si no pueden interceptar las maneras despóticas de los gobernantes, por qué no suprimirlos directamente. Qué maquinaria autonómica se malgastó en reuniones que "ni se convocaron ni se celebraron", según asegura el juez, y en las que todos los acuerdos se tomaron "por unanimidad, como no podía ser de otro modo".

Sin apearse del estupor, qué funcionario se atreve a falsificar la firma de toda una vicepresidenta belga del Govern, la ínclita Rosa Estarás. Otra mujer de Matas, la Dulce Linares, se autodefine como una "figura decorativa" en la gestión con su firma del Palma Arena. La pregunta es, ¿a cuánto ascendieron las percepciones de la jefa de gabinete del ex president, para decorar con su estimulante presencia el adusto Consolat?

La mayoría de ciudadanos de Balears está preparada para admitir la corrupción de Matas –él mismo confesó su pasión de defraudador fiscal a gran escala–, pero no tanto para reconocer su pobreza intelectual y argumental. Después de medio año quejándose de indefensión por su dilatada citación, se persona ante el juez ignorando que era el presidente de la fundación Illesport, creadora del falso velódromo más caro del mundo. De ahí que el magistrado aproveche la desvinculación artificial de los García Ruiz para concluir que el ex ministro "va a muchas bodas por razón de su cargo, quizás sea por ello que le queda poco tiempo para controlar el gasto público".

Si 2003-07 fue una película de terror, cabe imaginar lo que hubiera supuesto su prolongación durante esta legislatura. En la Mallorca/Dubai de Matas, se hubieran comisionado los grandes proyectos marítimos de la ópera del Moll Vell –doscientos millones de pesetas ya abonados por una maqueta retornable– y el dique del Oeste. Los ciudadanos bienintencionados mantienen que la amenaza de la cárcel devolverá al ex president a la sensatez que perdió en su afán por el derroche y la ostentación, otra cita del auto. Vana ilusión, baste recordar que culminó los presuntos delitos del Palma Arena, y se burlaba masivamente de Hacienda, mientras se debatía su imputación en Bitel y Mapau. Es su naturaleza, no puede evitarlo.