Las mesas con ceniceros en las terrazas se multiplicarán, crecerán los toldos y, en invierno, florecerán las sombrillas estufas. La calle y, sobretodo, las aceras de los bares tendrán más vida. Y tras tomar un café en un bar o salir de fiesta una noche, ni la ropa ni el pelo apestarán a tabaco. Cuando llegue el veto al cigarro, no pasará nada. Ni los establecimientos perderán clientes ni los restauradores se verán obligados a cerrar. Todo seguirá igual. Es lo que ha sucedido en Francia, Alemania, Londres o Italia. Lo relatan los mallorquines residentes en estos países. Todos destacan lo mismo: "No oler a tabaco es muy agradable".

Joan Rigo, colaborador de La Almudaina, recuerda que tras un año de moratoria y del experimento fallido de habilitar zonas de los locales para fumadores, se impuso "la normativa radical" en enero de 2008. "Se acabó lo que se daba, no más humo en los locales, con los argumentos ya conocidos, sobretodo preservar la salud de los fumadores pasivos", resalta. Hubo protestas. Saltaron las voces alarmistas "pero no se llegó al mambo montado en España". A su modo de ver, el año de la moratoria hizo que la gente tuviera tiempo de prepararse. Reinó el escepticismo al anunciarse la creación de una brigada antivicio. Las multas de 60 euros para los fumadores pillados por sorpresa y el triple para los propietarios que hacen la vista gorda contribuyeron a que "en unos meses, todos acabaron por pasar por el tubo".

¿Y los restauradores? Rigo explica que en París "actuaron con rapidez". "Los radiadores, eléctricos o de gas, han tomado la calle, han invadido las aceras para hacer viable, atractivo un espacio perdido, olvidado en invierno. Y si los locales no disponen de terraza, detalla que han habilitado un espacio en el exterior junto a la puerta de acceso con ceniceros de salón para evitar que la acera quede tapizada de colillas". "Aquí no ha pasado nada. La gente sigue yendo a los bares. Lo único que ha cambiado son los corrillos de fumadores impenitentes, las reuniones improvisadas que se montan en las puertas de algunos locales", relata. Incluso, añade, algunos dicen que es una técnica para ligar más.

En otro rincón francés, Montpellier, estudia Ana Bonet, quien coincide con el otro mallorquín en Francia, tras la incertidumbre del primer momento, se acostumbraron. Existía cierto miedo porque los franceses son "ultrafumadores" pero el "civismo que les caracteriza" hizo mella y se adaptaron sin problemas. Las discotecas habilitaron una habitación "para fumadores" de unos 20 metros cuadrados. "No han perdido clientela", remarca. Eso sí, algunos no cumplen la norma a rajatabla. Ana confiesa que algunos locales que deben cerrar a la una de la madrugada bajan las barreras pero en su interior continúa la juerga. Es cuando se enciende algún que otro cigarrillo en zona no permitida. La controversia, explica, llega a escuelas y universidades ya que ni se puede fumar en el patio. Por ello, algunos directores de los centros han solicitado que la norma permita que los profesores puedan disfrutar de su cigarrillo en el exterior.

La adaptación de los alemanes al veto al tabaco impuesto hace tres años la rememora Juan José Garcés, quien también tiene su columna en La Almudaina. La normativa prohíbe el tabaco en lugares públicos como aeropuertos, estaciones y espacios oficiales. En restaurantes y bares depende de cada Bundesland (cada estado federado). En Múnich, donde reside, se prohíbe fumar en cafés, restaurantes y discotecas, menos en los Raucherclubs (club de fumadores). Para los clientes no fumadores, concurrir estos locales es un "incordio". Cuenta que para entrar debes tener el carné de socio que te lo dan pagando un euro la primera vez que accedes al local. Ahora bien, una tarjeta no vale para todos los clubes. Cada uno tiene el suyo. "Al final uno acaba llevando la cartera llena de carnés o lo que suele pasar es que se olvidan o se pierden. Cuando vuelves al local, tienes que pagar otra vez el euro y perder unos minutos rellenando de nuevo tus datos", lamenta. Anécdota a parte, la verdad, dice, la ley se respeta a "rajatabla". "Me sorprende gratamente que se cumpla incluso en discotecas, algo que me parece difícil de conseguir en nuestro país", confiesa. También en Alemania se encuentra José Pons. Cuenta que en Colonia también existen los clubes de fumadores. Si uno pasea por la ciudad en invierno, se ven fumadores con el abrigo puesto en las entradas de los locales disfrutando de su pitillo. En primavera y otoño, especifica, se instalan estufas para que los clientes puedan disfrutar de la comida al aire libre.

"Creo que para todos en general, el hecho de poder estar una noche en una discoteca y al salir no huela toda la ropa a tabaco es muy agradable, algo a lo que me he acostumbrado rápido y a lo que me tengo que desacostumbrar cuando vuelvo a Mallorca". Esta opinión de Juan José la comparten Joan, Aina Salas (residente en Milán) y Helena Bauzá, que está en Londres. "A lo bueno uno se acostumbra enseguida", apunta Aina. En Italia sólo se puede fumar en casa o en la calle desde hace cinco años. Los italianos pueden disfrutar de su pitillo en uno de los "poquísimos" establecimientos públicos con los medios necesarios para ofrecer un salón de fumadores. Aina calcula que son un uno por ciento. "¡Encontrar un local donde se pueda fumar es todo un reto!". Aina señala que la ley entró en vigor entre la resignación de la mayoría de los fumadores y el descontento de los hosteleros y comerciantes que debido a las rigurosas condiciones que impone la medida para habilitar una sala para fumadores se han visto obligados a renunciar a esta solución temiendo perder clientela. "A pesar del carácter algo pícaro y revoltoso de los italianos, la prohibición fue respetada desde el primer día", resalta.

Helena Bauzá trabaja en Londres. Una zona lluviosa que incordia a los fumadores. "No hay smoking rooms", por ello, deben fumar en la calle. Eso sí, los pubs no dejan sacar las bebidas a la calle. "O fumas o bebes", lamenta Helena. A pesar de ello, está contenta con la medida. Como les ocurre a la mayoría de mallorquines en Europa cuando pisan sa roqueta les cuesta cambiar el chip. Siguen sin fumar en los bares. Saben que están en suelo español porque si salen de juerga, llegan a casa apestando a tabaco. "Es raro los primeros día, te cuesta fumar en un bar", comenta Ana.

Algunos países aún no se han acostumbrado porque acaban de estrenar el veto al tabaco. Así lo reconoce Marga Perelló que reside en Zúrich: "Se fuma hasta en los trenes, y no solo tabaco".

Sea como sea, nuestros mallorquines en el mundo destacan la parte positiva del ´prohibido fumar´. Su experiencia demuestra que por no poder encender un cigarrillo con el café no se acaba el mundo y no llegará el apocalipsis como pronostican nuestros empresarios.